En estos días me topé de frente con la misteriosa señora La Muerte y me enseñó que una cosa es estar vivo y otra es Tener Vida.

Pensé en mi vida en el opus dei, no en los primeros años donde con el engaño de la vocación, que la directora y el sacerdote me decían tener y la ingenuidad de mi incipiente adolescencia, me llevaban a no cuestionarme nada. Pero con el paso del tiempo resultó que estaba viva pero sin vida, sin posibilidad de ver, de hablar, de moverme, porque no tenía libertad.

Las directoras, en nombre de la obediencia, eran el sedante, la morfina que me tenía aletargada e insensibilizaba mi corazón poco a poco porque, en el opus dei no hay cariño humano, solo egoísmo. Importa que estés, no importa el cómo. Tampoco cariño sobrenatural, que sería ver a Dios en la otra persona. Al opus dei lo único que le importa es que estemos vivos, no importa si tenemos o no Vida allí dentro.

Cuántas personas estarán ahora mismo en algún centro del opus sin vida, sin libertad para hacer lo mismo pero cuando y como uno quiera, esa libertad que encontrás cercada cuando planteas que querés cambiar de rumbo y recordás que te decían que las puertas para irse están abiertas de par en par… Pero aparecen otras puertas, las de las pastillas, las coacciones de las directoras y sacerdotes llamándote poco generosa, traidora, infiel, tonta… Hasta que un día te das cuenta que sin libertad no hay vida, que no basta con estar vivos si no tenés libertad de movimiento. Nada tiene sentido. Y una vez fuera de la obra, fuera de la burbuja, al menos las numerarias auxiliares, así vivíamos, sin sueldo y sin preocuparnos por lo económico. De eso se ocupaban nuestr@s herman@s, así nos decían. Que absurdo e infantil pero así estaba dicho, cómo tratarnos, por el fundador.

Una vez fuera, la vida con sus alegrías, con sus dolores, con su arco iris de posibilidades… cobra su real sentido desde la libertad.

Saludos,

Tuces