Una de 'anérdotas'.- Daniel
Fecha Sunday, 29 August 2004
Tema 100. Aspectos sociológicos


UNA DE “ANÉRDOTAS”

La cantidad de sucesos anecdóticos en el Opus Dei, no se sabe muy bien por qué, es altísima. Puede ser porque se juntan personajes, todos ellos, de lo más peculiares; puede ser porque el tipo de vida tan estricto haga resaltar aun más los acontecimientos naturales, de la vida misma, que ya han podido ser un poco curiosos; puede ser que esa vida tan estricta provoque sucesos de desahogo “en lo permitido, en lo no pecado”; puede ser una mezcla de todo y que los que sobreviven, acaban desarrollando un sentido del humor, que yo llamaría, privilegiado, unas veces para reírse de un pasado tan doloroso, (propio o ajeno); otras, para crear involuntariamente la anécdota y recordarla como una obra de arte (que, sin duda, muchas veces lo es, como puede comprobarse leyendo en este sitio las cartas de otros autores).

Empezaré por relatar, ajustándome a la realidad todo lo bien que permita mi memoria, un par “proezas” de un cura mítico, al que llamaremos… “don Sotanov”.

En el “Campus Dei” de la Universidad de Navarra, existe (y describo para el que no conozca) dentro del recinto (grande y bonito, por cierto) un Colegio Mayor llamado Belagua… para los chicos estudiantes de esa universidad. (Ni repajolera idea de si hay otro equivalente para las chicas en el mismo recinto; nunca me enteré… ni me importa).

Esta singular residencia universitaria está dividida en tres edificios: uno principal, que a su vez tiene otras divisiones que ahora no conciernen al caso, y otros dos, alejados del principal… pues… yo diría que unos mil metros, o casi.

Estos dos últimos edificios son dos torres construidas una frente a otra, con un total de ocho plantas cada una (no estoy seguro de este dato, hace mucho tiempo que no voy por ahí).

La separación entre las dos torres puede ser de unos treinta metros; el pavimento es liso, muy liso, de cemento, o similar…

Estas torres se llaman “Torre I” (Torre-Bruno) y Torre II (Torre-Dios).

Torre-Bruno es un Colegio Mayor durante el curso, y una casa polivalente durante las vacaciones; por ejemplo, para curso anual, curso de retiro, CIB (una excusa más para captar chavales, a la que llaman Curso de Iniciación al BUP; para caerse de culo; yo estuve).

Torre-Dios es un Centro del Opus Dei, como cualquier otro, pero con la característica de su ubicación antitética de la otra torre. A veces las comparan con el Cielo y el Infierno… y deciden que el Infierno es más divertido. Ya sabemos cuál es el Cielo…

Pues don Sotanov, en los fríos “inviennnos” de Pamplona que ha pasado entre una torre y otra (no sabría precisar en cuál más, pero creo que más en Torre-Bruno, cómo no)… bajaba por las mañanitas al liso pavimento de antes… con un vaso de agua… y ¡ras!... mientras los demás se preparaban para la oración y la misa… el líquido elemento… alisaba más el suelo. Cuentan las malas lenguas, que esta práctica alcanzaba su máximo éxito en los cursos de retiro de navidades, y que algún pobre meditante, que salía con ansiedad para tomar el fresco para desentumecerse de tanta oración… bajaba de las nubes “ipso facto”.

Además, don Sotanov, salía antes, tanto para ver la caída como para hacer de cebo para que el incauto (o los incautos, que a veces caían varios) saliera más confiado (en la providencia divina).

Alguno se hizo daño.

En otra situación, en el despacho del cura, hablando con un chaval (no sé qué relación tenía con el Opus Dei, si era uno de Torre-Bruno o qué), empezaron a contarse aficiones y a notar que los dos eran un tanto silvestres. El chico se sentía animado:

- Pues sí, me gusta la Naturaleza, sé de pájaros, insectos… y en ese momento, baja una arañita del techo y se pone delante de las narices de don Sotanov – también me gustan las arañas, ¡oh, qué bonita!

Don Sotanov no estaba dispuesto a dejarse intimidar por semejante listillo, y dijo:

- A mí también me gustan las arañas – cogió la araña y se la comió.

La conversación no duró mucho más, y la voz del naturalista se tornó trémula y dubitativa. Los ojos se le pusieron como si llevara las gafas de Mr. Magoo.

Cuando yo era “aspirador” y “adscribido” tenía el encargo de “oratorio”, es decir, preparar por la noche todo lo necesario para que el cura, a la mañana siguiente, pudiera ponerse todas las vestiduras propias de ese día para celebrar misa, colocar todos los objetos necesarios para el rito, etc. (es más complejo de lo que pueda parecer).

Para saber de qué color tenía que ser la casulla, miraba en un libro, epacta, y me indicaba detalles que están reglamentados por la Iglesia (dejemos esos detalles ahora). Los detalles más interesantes eran los “internos”, y estos estaban marcados a lápiz, por el cura, por ejemplo:

Fiesta A: yo ya sabía no solo el color de la casulla, sino que ese día no se usaba el cilicio, y podía colarme en el aperitivo.

Fiesta B: tampoco había cilicio, pero lo del aperitivo… a veces sí, a veces no…

Fiesta C: no cilicio, y punto.

De esto del cilicio tardé en enterarme, y de algún otro tipo de día más que libraba de semejante acto patológico.

Llevaba tiempo suspirando por un buen aperitivo, al tiempo que no entendía por qué si era fiesta religiosa, se vivía con más laxitud moral y dándole gusto al cuerpo, en vez de rezar o mortificarse más… así que fruto de esa tensión entre las dos posiciones, me brotó la vena artística, y esa noche, con mi portaminas, escribí en la epacta, junto a un día no festivo… una o dos semanas más adelante del momento:

FIESTA G, nos pondremos guarros.

Y ahí lo dejé… y lo olvidé… hasta que una mañana… que me tocó hacer de monaguillo… el cura, intrigado por unas letras borrosas e inesperadas… después de leerlo varias veces…

Me reprimí la risa y no entendí su pobre sentido del humor… y sobre todo, no me explicó eso de por qué en las fiestas se sacaba aperitivo y se dejaba de usar cilicio. (Las disciplinas… ya me dijeron que no, que esas no perdonan).

Otra noche, uno de los adscritos se acercó a la sacristía para interesarse por todo aquel berenjenal, en el que me veía disfrutar y preparar con esmero.

- ¿qué es esto?
- El alba
- ¿y esto?
- La cuchufleta
- ¿y esto?
- ¡EL CÍNGULO!, ¡MIRA!

Y lo agarré como si fuera un látigo y empecé a perseguir al inturso por el largo y desierto pasillo con la intención de disciplinar un poco al curioso… hasta que paró, se dio la vuelta y dijo:

- Para, para, Dani, que son objetos sagrados.

Lo cierto es que paré porque se acababa el pasillo, nos podían pillar y ya no podía aguantarme la risa.

- Es verdad, hermano, gracias- le dije con cierta coña.

Me dejó solo y me reí a gusto, pero por otra parte, sollozaba de ver cuánta necesidad teníamos de ser chicos normales y hasta qué punto nos atrapaba un ideal… que como alguna vez he dicho, si tan natural es ir al cielo, ¿por qué la religión es tan antinatural?

Quizás esta no haga reir mucho, pero recuerdo que los que la vivimos, nos reíamos hasta caernos por el suelo, provocando algo más que asombro en el director del curso anual aquel que “celebramos” en Torre-Bruno.

Antes no he hablado de las ventanas de las torres: tienen la particularidad de estar diseñadas con un alféizar muy ancho y colocadas a una altura ligeramente inferior de lo habitual, por lo que invitan a sentarse en el alféizar, con los pies dentro de la habitación, de cara a un grupito de contertulios hastiados del curso de retiro o de tanta charla del curso anual.

Todos habíamos experimentado ya la sensación de riesgo y bienestar de las sentadas en la ventana de nuestra habitación… o en la de otro. A veces entrábamos dos en el hueco.

Todos habíamos percibido el peligro fácil de la caída… hasta que una tarde, el director dio un aviso:

- Está prohibido sentarse en las ventanas…
- ¿¡…!?- y comenzaron murmullos, porque nadie entendía que se nos pudiera privar de tal placer, a lo cual el director se mosqueó.
- Está prohibido sentarse en las ventanas, tanto con los pies fuera como dentro de la habitación…
- ¿¡…!?- y además de murmullos, hubo risitas y quejas de indignación.
- ¡Que está prohibido sentarse en las ventanaaaas!
- ¿Por qué?- dijo un alma cándida y osada.
- Porque un año hubo uno que se cayó y se mató.

Las risas no fueron risas; fueron carcajadas de orco.

- A ver, ¿qué gracia tiene?

Más risas.

- O sea, que se cae uno, se mata, y os hace gracia… no lo entiendo.

Ahí fue cuando ya nos caíamos por el suelo; el director se levantó y se marchó, con risa nerviosa, pensando: vaya rebaño que me ha tocado para este cursito. Salió pálido, pero con las mejillas bien rojas en el centro.

Yo creo que tanto oir hablar de la muerte, el Cielo, el Infiennno, el Purgatorio… de tanto querer sentirlo tan lejos… que de repente un hermano haya dado “el salto”… no sé, no sé… que aquello nos removió algo muy hondo… y lo celebramos más que si hubiera sido fiesta G o H.

Daniel







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