La verdad es que siento cierta pena por Ocáriz. No tanto por el problema de las vocaciones, pues ha habido órdenes que se extinguieron –caso de los Jerónimos- o que fueron extinguidas desde arriba -la inicua supresión de los Jesuitas-, y luego rebrotaron, como por el confuso pastel canónico que le dejó el beato Portillo, al parecer experto canonista, empeñado hasta el final en satisfacer aquella picazón del Fundador de que el Opus Dei no se pareciera a ninguna otra cosa de la Iglesia y de que en la Iglesia no hubiera cosa alguna que se le pareciera. Me da pena.
Pepe