Francamente, me parece que el escrito de Hormiguita que toma pie en la muerte de Escrivá es fruto de un “calentón” imaginativo. Por de pronto, hacer de la víscera cardíaca la sede de las emociones afectivas es comprensible hasta los comienzos de la Edad Moderna. Así, por ejemplo, el corazón de los reyes de Francia cuando morían se extraía del cuerpo y se depositaba en algún santuario de su devoción. Ahora bien, ya hace siglos que la Medicina no atribuye al corazón mayor parte en la administración de los sentimientos que al hígado o a los riñones, por lo que hablar de tener “buen o mal corazón” solo puede hacerse en virtud de una metáfora, eso sí, bien asentada en la historia.

De ahí que la mayor parte de las argumentaciones y deducciones de ese escrito estén “traídas por los pelos”, y sobre todo las que meten en danza los pasajes bíblicos que aduce, siguiendo  el método de Fray Gerundio de Campazas de aferrarse a la mera letra de los mismos; método, por cierto, en que a veces incurría el propio santo con aquellas retahílas de latinajos de la Vulgata que tanto gustaba de repetir (“duc in altum”, “ascende superius”, “compelle eos intrare”), como dando a entender, además, que el texto latino fuera el original de la Escritura. En fin, pase a título de desahogo, pero creo que semejantes alegatos son más bien contraproducentes.

Pepito

P.S.- Por cierto, me hace gracia la historieta de la impúdica Herodíade (como debe decirse) degollada por el hielo del leridano Segre (pues tal es el antiguo Secoris); y es que el tema es un tópico en la epigramática de la Anthologia Palatina y otras colecciones griegas y latinas; concretamente, aparece en unos versos atribuidos a Germánico César, sobrino e hijo adoptivo del emperador Tiberio pero en ellos que el que se cae a las heladas aguas es un muchacho.