Un tipo muy enamoradizo (Cap.19 de 'A quien pueda...').- Satur
Fecha Monday, 16 August 2004
Tema 010. Testimonios



Un tipo muy enamoradizo

Cap.19 de 'A quien pueda interesar'
Enviado por Satur el 16-8-2004


Desde que salí del barro primordial fui un tipo muy enamoradizo: bastaba que viera una escoba con faldas y algo dentro de mi me impulsaba a hacer y decir unas tonterías que ni ojo vio, ni oído oyó.

En el momento que mis glándulas se aceleraron la cosa se puso mucho peor. La cosa mental, digo. A los catorce años la testosterona, o lo que fuese eso, me convirtió en un tipo que parecía decidido a volver al árbol, dejar de ser un bípedo y darse mamporros en el pecho cada vez que veía una hembra...

Durante esos años me dio por atusarme millones de veces al día el flequillo -dando unos golpecitos al ciruelo de pelo que desafiaba la gravedad por encima de mi frente-, y mirarme de un modo compulsivo a todos los escaparates desde mi mejor perfil. Incluso llegué a creer que mi fuerte estaría en tener una sonrisa achinada, así que me pasé muchas horas de entrenamiento achinando los ojos hasta el estreñimiento preguntándome qué dirían las chicas de mi.

-¿Has visto qué sonrisa más pícara tiene Satur? -podía imaginar que decía una preciosa chica.
-¡¡¡Oh, sííí!!! -replicaba otra Indesainsain Hurt- ¡¡¡me vuelven loca sus ojos chinitos!!!
- No sé, chica... ¿qué prefieres, sus ojos, o ese ciruelo de pelo que le hace tan tan...?
- La verdad, lo mires como lo mires es un encanto... ¡¡¡¡hasta las perras y las gatas se dan la vuelta para verle!!!

Bueno, esto pasó durante unos cuantos años. Pocos. En realidad estaba más colgado que un fuet. Un día decidí declararme a una chica que sólo conocía de verla todos los días al ir al colegio -juro por Sacantancangua que era un diez de mujer, aunque no la conociera más que de vista. Un BMW de la serie 7. Fui directo. A saco.

- Me gustas -le dije dándome un golpecillo en la visera de pelo y achinando los ojos hasta el cagansen.
- Pues tú a mi no.

Y a tomal viento. Allí acabó la historia.

Un mes después descubrí mi vocación a la opus y decidí a los dieciséis años y medio vivir por amor una vida de celibato carapato a muerte.

Pero, claro, una cosa son las ilusiones y el "¡¡¡a la orden, sí, señor sí!!!", y otra es que sigues siendo el mismo urco que eras antes de... aunque no se note. Que sí que se nota.

El tiempo pasó y... ¡¡¡¡¡¡¡UN DÍA!!!!!!

Un día alguien -un Locomotoro conductor de todo menos del codo- me nombró director de un centro. Era un club de bachilleres de así como de colgados: una zona lejos de los barrios pijos donde otros clubes se alimentaban de chavales de obras corporativas y personales top ten. Un centro donde los residentes eran numerarios poco dispuestos a hacer la labor con peña de colegios públicos y que, encima, se dedicaban a labores como arquitectura, banca, inmobiliaria, prensa económica... allí sólo dábamos golpe tres. Aquello era La Fonda Paqui... ¡¡¡Pero qué bien nos le pasemos!!!

Imagino que más de un orejas estará pensando que adónde nos lleva este tío. Tranquis. Vamos bien. Porque tengo para mi -y enlazo con el principio de la anérdocta- que muchos en la opus éramos unos adolescentes, testosterona ciento por ciento, aunque tuviéramos entonces 25, 28, 30 o 40 años. Y es que pasó lo de siguiente.

El centro era, por mi de culpa, por mi de culpa, por mi de grandísima culpa, un desastre. Nos le pasábamos muy de bien, pero aquello en horarios, en asistencia a los círculos, en números de gente a la meditación, a los retiros mensuales, era como el share del Teletienda a las cuatro de la mañana en el canal 29. Habitualmente comíamos cuatro, y la tertulia era como el principio del "Quare femuerunt gentes", pero cantado en gregoriano (eso de quaaaaaaaaaaaareeeeeeeeeee....), algo muy lento, denso, pastoso y aburrido. Estábamos poco motivados, sin sensaciones positivas...

¡¡¡UN DÍA!!!... se abrió la puerta que comunica la administración con el comedor. Yo había tocado la campana como sólo yo sé hacerlo -¡piticlín, piticlín! -(creo que he sido el director de centro con más estilo de todo el opus dei tocando la campanica) y aparece -así, como lo escribo, APARECE- la mujer más hermosa que jamás se ha visto en este planeta y en el siglo XX. Nos quedamos los cuatro mudos, aturdidos, sobrecogidos y blancos como el tipex. Tipex total. Los corazones latían con fuerza y transmitían sus vibraciones a la mesa y ésta al primer plato que saltaba feliz sobre el segundo plato -¡chispum, chispum!. No sé si era numeraria auxiliar, chica de san Rafael, agregada auxiliar (último descubrimiento en orejas), contratada sin papeles o flautista de la filarmónica de Chichinabo, pero lo que sí sé, porque lo vi, es que era inmensamente hermosa. De reportaje de moda de primavera en Telva. Si era de la obra yo la hubiese puesto de portada de Romana y pita hasta Abul Abás El Sanguinario. Un bellezón. Y lo escribo lejos de la lujuria, de pensamiento rijosos y de atentados contra la moral y las buenas costumbres.

Rubia, cabellos que parecían espigas doradas por el sol, por el sol, unos ojos como diamantes sobre terciopelo negro -una mirada de esas que decía el poeta "ojalá que cuando venga la muerte tenga tus ojos"-, una pestañas que eran como el abrir y cerrar de un paraguas, una sonrisa que lo llenaba todo, disparaban los cláxones de los coches y encendía farolas, unos dientes que daban ganas de pedir "¿puedo tocar?" y unas manos como las páginas blancas de telefónica.

Gracias a esa mujer, a esa pedazo de mujer, todo cambió en pocos días. La gente se despertaba feliz, los desayunos eran, aunque no fueran servidos, una fiesta de amigos que ríen y cantan; las comidas estaban al completo, no hay entradas; antes de la cena ya estábamos en amigable conversación toda la casa esperando a que se abriera la puerta del comedor. Escuchar los pasos de ella enllegando a abrir era la mejor melodía que nunca se haya compuesto -tocotoc, tocotoc, tocotoc.

No sé si fue la testosterona o las hormonas esfintereizadas o el conquevo de la refractaria, pero estábamos increíblemente divertidos. Parecíamos pavos reales mostrando sus mejores plumajes... quien contaba chistes, quien trataba de su perspicacia en asuntos profesionales, quien de sus hazañas deportivas, otro de sus proezas, habilidades y destrezas. Y todos, mirando sin mirar, empeñados en que ELLA sonriera y, en el mejor de los casos, hacerla salir a carcajadas del comedor porque, la pobre, no podía aguantar la risa. ¡Qué edad maravillosa donde todos nosotros idealizábamos a la mujer viéndola como un ser etéreo, puro, fantástico!. Incluso me atrevo a decir que esa Doctora Honoris Causa por la Universidad Complutense de la Hermosura Soberana hizo un milagro, y es que uno de los residentes era bizco. Cuando escribo bizco es que era muy bizco, de los que si llora se le moja la espalda, pues bien, en ese tiempo cuando estaba en el comedor le mejoraba el estrabismo que parecía de anuncio de General Ópticos. Ya digo, un milagro.

Hubo momentos, cuando tenía que pedirle alguna cosa que pensé -el director es el único que puede dirigirse a la administración en el comedor-, que me iba a saltar el corazón por la boca y la víscera iba a estampar a la boca del residente que tenía delante.

-Pppp.or fafavoor, ¡puuuu puede saaaaa sacar más de ppppp pan'.

La muerte era aquello.

Poco nos durarían esas alegrías, esa inocencia alegre y festiva, esas ensoñaciones de adolescentes platónicamente enamorados... Enviaron a vivir al centro un sacerdote muy listo que había estado en Roma trabajando en un dicasterio de esos. No era mala persona, pero con una escoba en el culo y un ladrillo en la cabeza poco se puede hacer. Un detalle del personaje: fuimos a comer un día, el sacerdote y tres más, a un restaurante de carretera y pedimos una ensalada para acompañar unos bocadillos. Llega la dulce tabernera con la ensalada y nos le de pone en medio de la de mesa. El sacerdote observa la ensalada con la curiosidad de un entomólogo y le dice a la señora "disculpe, ¿sería tan amable de suprimir el huevo, por favor?". La doña se quedó literalmente a cuadros cuadros. "¿Suprima el huevo?", yo sí que te suprimiría a ti, debió de pensar.

Bueno, pues Fray Escoba notó que tanta risa, tanto corazón en fuegos artificiales y tanta alegría de la huerta no estaba nada bien. Probablemente alguno en confidencia le dijera que, bueno, que tenía cierto apegamiento a la administración -quizás yo mismo se lo dijera, pues hacía la charla con él y no me cuesta reconocerme diciendo eso-, lo cierto es que la chica desapareció. Hizó fú y nunca más se supo. Y la casa languideció, a bastantes sillas del comedor le salieron telarañas, los pasillos eran habitados por fantasmas que deambulaban rosario en mano entre suspiros y ayes, las tertulias musicales eran una cadena de baladas que lloraban amores perdidos, imposibles - "para decir adios, vida mííía, y estar por siempre agradecidooooss", si a tu ventana llega una palomaaaaa...", " Y te vaaaaaas, y te vaaaaaas, rompería casi todo, si no estáááásss". En fin un derrumbamiento del espíritu.

Tarde o temprano se curan los llamados mal de amores. Y la vida siguió. Con los años descubrí que las mujeres son de calne y hueso, y que pisan el suelo al andar y cosas así. Cuando conocí a La Piedra caí en un estado parecido al de entonces, sólo que con 43 tacos. Pensé que ella era distinta a todas las demás, que todo era como en cámara lenta en paisajes idílicos y maravillosos, pensé que Dios había venido a verme. Pero no. Es igual que yo. Quiero decir que tiene fallos, defectos y cosas así. Como yo, que alguno tengo... ¿Pero es normal que vaya a coger el avión y me encuentre este aviso en el aeropuerto?. ¿Es normal?.

1







Este artículo proviene de Opuslibros
http://www.opuslibros.org/nuevaweb

La dirección de esta noticia es:
http://www.opuslibros.org/nuevaweb/modules.php?name=News&file=article&sid=2623