El paso de los Pirineos: ¿botitas o alpargatas?.- Luxindex
Fecha Friday, 04 October 2019
Tema 115. Aspectos históricos


Estimadísimo Zartán (tuve la suerte de que Zartán me preceptuase en un campamento de verano de hace un poquitín más de cuarenta años):

 

Sabemos quién tomó la fotografía de El paso de los Pirineos.

 

En aquellos tiempos, salvo los profesionales de la fotografía, nadie contaba con cámara ya fuese la aparatosa y tradicional de placa como la plegable de rollo, entonces novedosa y mejor portable. Y se sabe quién retrato a aquel grupo porque si volvemos a Foto histórica (el artículo de Ana Azanza que dio origen a este hilo continuado por Eamon, Daneel, Fueraborda y por ti) y se clica en el primer enlace que aparece veremos que en el pie de la fotografía se dice: «Escrivá de Balaguer en Andorra tras el paso de los Pirineos (Fundación ValentíClaverol/Editorial Crítica)».

 

La Fundación Valentí Claverol, según se describe en su página web, «toma el relevo de los Archivos Valentí Claverol que fueron fundados en 1970 por el fotógrafo Valentí Claverol Cirici y su hijo José Claverol Sesplugas. Hoy, la Fundación alberga la obra que Valentí Claverol y su padre, el pionero andorrano de la fotografía José Claverol [1854-1921], realizaron a lo largo de su vida». Por otra parte, Editorial Crítica es la casa editora del libro de Lino Camprubí Bueno (nieto del filósofo Gustavo Bueno Martínez): Los ingenieros de Franco: ciencia, catolicismo y Guerra Fría en el Estado franquista.

 

En fin, que a este grupo de primeros opusinos, en el fresco mediodía del 3 de diciembre de 1937, lo retrató Valentí Claverol Cirici (1902-2000), que era el fotógrafo, digamos, oficial de Andorra la Vieja. Para la instantánea sirvió de fondo el zócalo ciclópeo del ábside de la iglesia de san Esteban.

 

Y digo fresco porque observo que Botella lleva enfundados los guantes, pero no digo frío, y menos gélido, porque Alvira, entonces, no llevaría el ropón colgado del antebrazo sino puesto y abrochado de arriba abajo.

 

Siguiendo con lo mismo, también sabemos que en aquella larga y fatigosa marcha todos iban con simples alpargatas salvo el santo-Bala (canonización exprés) que llevaba, más pillo que nadie (santa pillería, claro está), las botas de cuero con suela de goma que para la ocasión le había comprado Juan Jiménez Vargas.

 

Lo anterior (que todos llevasen un calzado precario salvo él) demuestra, según nos aclaran sus hagiógrafos, la generosidad y reciedumbre por parte del que en el seminario era llamado con retintín Rosa mística

 

¿Que por qué lo demuestra? Pues porque sí. Punto.

 

Con lo anterior me refiero a los ridículos, por desesperados e inútiles intentos, que hicieron John F. Coverdale, Andrés Vázquez de Prada, Federico María Requena y Francisco Javier Sesé Alegre de acallar la comidilla de que, en aquella legendaria excursión, Escrivá iba más cómodo que niño en brazos tras mamar y cara a la siesta con la persiana casi echada del todo, diciéndonos que las costosas botitas con suela de goma del santo-Bala resultaron a la postre, ¡oh, qué cosas, qué paradojas, santas paradojas!, peores que las precarias alpargatas del resto de la pedestre y fanática comitiva. A estos tan esforzados como tontos intentos se les ha llamado, de toda la vida, querer hacer comulgar con ruedas de molino.

 

Porque tú, lector, para una travesía así, ¿qué preferirías, botas de cuero con suela de goma o alpargatitas con suela de esparto o cáñamo, apenas puntera y talón de loneta y cintas para anudarse a los tobillos o parte baja de las canillas?

 

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