Reflexiones sobre el cariño, el afecto y la ternura.- JuanchoR
Fecha Friday, 17 May 2019
Tema 900. Sin clasificar


Leyendo una línea de artículos sobre los temas que encabezan este escrito, no he podido evitar preguntarme: ¿realmente qué le hace falta a algunos seres humanos para situarse en el laberinto de las emociones?

Las emociones son algo muy concreto, y dotadas de una vivencia subjetiva sobre la que cualquier normativa positiva poco puede hacer salvo “orientar”. Lo mismo exactamente cuando se trata de asuntos de conciencia relacionados con este tema.

El último juez en este punto es el propio sujeto. Cuando digo juez, me refiero a la instancia que puede clarificar si la intención que gira o giró en torno a una emoción (o el consentimiento que puede girar en torno a un sentimiento) se ajusta a un nomos ético o no. No sostengo, por tanto, un relativismo moral...



Por otro lado, bien es verdad que, algo tan maravilloso como es el cariño humano, puede verse pervertido por las razones que sean. De ahí que en cualquier institución en la que haya un trato entre personas que –por razón de edad, sexo u otras– algunas de ellas puedan encontrarse en una situación de vulnerabilidad con respecto a otras, deban existir una serie de medidas de protección preventivas. Protección hacia posibles víctimas, protección también hacia cualquier persona –humanos somos– que pudiera incurrir en actos, llamémosles, de “imprudencia” que de otro modo no hubieran cometido, y de protección hacia la institución, en el sentido de que una institución está formada por un grupo de personas a las que puede afectar negativamente cualquier comportamiento desviado de otro de los miembros. (Aclaración importante: he subrayado la palabra “preventivas”; eso no conlleva encubrimiento de acciones ya cometidas con el fin de “mantener una buena imagen”).

Esas medidas preventivas, en muchos casos, pueden girar en torno a cuestiones relacionadas con la organización de los espacios y tiempos de convivencia (espacios abiertos, estructuras transparentes al público para despachos unipersonales –paredes enteras de cristal si es necesario, como se estila cada vez más en multitud de oficinas e incluso centros educativos–, etc., etc.; se podría redactar un manual entero sobre este tema).

Pero entrar a debatir sobre si es correcto o no saludar con un beso a una mujer, si el afecto de un educador hacia un educando es legítimo o no, y cosas por el estilo, y tratar de normativizar sobre estos temas… nos puede llevar muy lejos, pero no creo que ayude a clarificar mucho.

Desde luego, creo que hay determinadas conductas manifiestas que pueden resultar claramente contraproducentes. No me refiero a esas. Me refiero más bien a tantas otras sobre las que, en uno de sus escritos, Gervasio se preguntaba: “¿Es delictivo o pecaminoso acariciar a un niño o a la propia novia o darles y darse besos? ¿Acariciar mucho, acariciar poco, acariciar cómo? […] Si se le dice a una madre española o italiana que no puede besar a su hijo —un japonés me dijo que en Japón una madre no besa a sus hijos— monta en cólera y entra en trance de rebeldía. Y lo propio acontecería con un hijo al que se le pretendiese prohibir dar besos a su madre.” Y continúa dando más ejemplos sobre diversas culturas, etc.

Citaba a un “numerario veterano” que daba su opinión sobre determinadas manifestaciones de cariño de numerarios hacia jóvenes o niños: “con toqueteo y acariciamiento más o menos disimulado, muchas más veces de lo que los directores puedan suponer, estoy convencido de eso [que haya quien se “dé el lote”]. Como ya te he dicho, en ocasiones lo he visto... aunque siempre se puede decir que era jugando o que no estaba ocurriendo o que yo soy un mal pensado, o que yo qué sé.”

¿O “yo que sé”? Vamos a ver: en estos aspectos, las implicaciones subjetivas propias del asunto no conllevan necesariamente un “no sé qué”. Un “no sé qué” es sinónimo de que las ideas no están claras (¿cómo es que un “numerario veterano” salte con un “yo qué sé”? ¿Pero qué tipo de formación es la que ha recibido?). Y en este punto es extremadamente necesario esclarecer. Pero no tratando de juzgar las intenciones de los demás según lo que uno puede subjetivamente considerar como legítimo o no: una persona fría y distante podrá juzgar como inapropiada cualquier manifestación de cariño, pero en este caso no solo se da un sesgo personal, sino que además se identifica «conducta manifiesta» con «conducta no manifiesta»… y el que hace el juicio va y se queda tan pancho.

Que algo tenga implicaciones o sea de naturaleza subjetiva no significa que no pueda ser clarificado. Cuando un penitente dice a un confesor que no sabe hasta qué punto se ha podido exceder en manifestaciones de cariño, esto denota más bien que ese penitente no tiene clara la conciencia acerca de lo que está bien o lo que está regular o mal; o si dice que no tiene claras las intenciones con las que hizo esto o lo otro (que también ocurre)... bien se podría tratar de que en realidad sus intenciones no iban bien encaminadas, pero el barullo posterior que se haya montado para tratar de justificarse le haya llevado a esa falta de claridad (pienso que es difícil que una persona no tenga claras en su fuero interno las propias intenciones, salvo que tenga algún problema de conciencia de tipo psicológico).

En términos generales, la verdad es que uno no puede evitar sensación de ahogo y repugnancia cuando piensa en que determinadas manifestaciones de cariño legítimas puedan ser interpretadas o reinterpretadas posteriormente de forma retorcida. Y este miedo le podría conducir a la deshumanización aséptica.

Se puede caer en la tentación de llegar realizar determinadas generalizaciones sobre los numerarios, alegando que debido a su deformación afectiva, en el trato con jóvenes lo que se da es una sublimización de amores platónicos cuando en realidad en la trastienda encontramos otro tipo de querencias… Que esto le haya pasado a fulano o a citano no lo niego, o que le pueda ocurrir a una persona que luego lo proyecte sobre todos los que le han rodeado, tampoco… pero debo romper una baza a favor de tantas personas que con cariño sincero se dedican desinteresadamente a la labor con jóvenes, personas que posiblemente dentro de unos años estén escribiendo en este foro sobre este u otros temas.

No perdamos de vista que entre los testimonios de los exnumerarios es asombrosa la cantidad de los que versan sobre la dedicación desinteresada que ejercieron durante tantos años, para terminar desencantados al caer en la cuenta de que lo que se les pedía por parte de la institución era otra cosa (números, pitajes, etc., lo cual es harina de otro costal que ya ha sido extensamente tratado en este foro. Y añado que aunque también hay testimonios de ex que reconocen que en su momento estuvieron fanatizados con el tema de los números y otros similares, no creo que sea el caso de la mayoría de los ex, al menos según mi experiencia –que ya digo, pasa por muchos centros y ciudades, lo que me ha dado para conocer desde a ex de un día hasta a ex con cincuenta años dentro…–).

A nadie se le escapa que debemos tener cuidado con determinados juicios o generalizaciones, posiblemente no mal intencionadas, pero que con el paso de los años no harán otra cosa que darnos en las propias narices… “¿tú también fuiste uno de ESOS?”, puede preguntar un profano. Yo, si fuera tal profano, como mínimo pondría distancia de por medio. Y no poca.

Y a lo que voy: el cariño, el afecto y la ternura (reivindicada por el presente Papa), se fundamentan en… el amor. Sí, palabra manida donde las haya, pero que para el que lo siente en su genuina originalidad, sabe de qué se trata. Y seguimos: ¿se pueden amar dos hombres, un hombre y un niño, una niña y una mujer…? PERO SI DE HECHO ES LO QUE LLEVAMOS HACIENDO DESDE QUE EXISTE EL GÉNERO HUMANO. El amor no es un término confuso, más bien polifacético:

a) Amor paterno/materno-filial y viceversa.

b) Amor de amistad.

c) Amor conyugal.

d) Amor fraterno.

e) Etc., etc.

Cada uno de estos tipos de amor tiene unas manifestaciones y cauces bien distintos. Pero a todos ellos es común el afecto y el cariño, la ternura incluso, y las manifestaciones que esto conlleva. Desde luego, diversas serán las manifestaciones según el tiempo de amor de que hablemos y la cultura en la que estemos.

Pero… ¡ojo! ¿Acaso desde tiempos inmemorables no ha habido en el discurso de muchas personas una confusión entre lo que es la libido y el amor? (No es ningún “signo de los tiempos” actual, como argumentan muchos, pensemos en la Roma Clásica). Pues sí: pero de resultas que la dimensión sexual es propia de la relación conyugal (o digamos, en términos más modernos y amplios, de la relación de “pareja”). Si está presente en otro tipo de relaciones como la paterno-filial, creo que el consenso mayoritario es que se trata de una perversión grave con abuso de poder o prevalimiento.

Otro paso más en la clarificación de conceptos: algunos autores distinguen entre el amor como “eros” (atracción) y el amor como “ágape” (dádiva, donación gratuita que engendra entusiasmo). Quería añadir que esta diferenciación no tiene por qué equivaler exactamente a la que se da entre el amor-libido y el amor en el resto de sus manifestaciones. El término “eros”, aunque pueda ser considerado en su acepción propiamente sexual, entendido como “atracción” puede ir más allá de la atracción sexual, e incorporar incluso la dimensión estética según la cual uno ama la creación en todas sus manifestaciones hermosas porque se siente atraído por ella.

En fin, no es mi intención elaborar un tratado. Si, como dicen las Escrituras, Dios es amor, el que el hombre esté hecho a su imagen y semejanza no puede significar otra cosa que el hombre, ante todo, es también amor en su origen: donación a otros seres personales con la aceptación previa de la condición de persona del alter. Bien es verdad que sobre este nuestro ser más radical recaerán encima todas nuestras miserias, defectos y limitaciones, pero eso no debe hacernos olvidar de lo que somos capaces en origen, y que tantos y tantos seres humanos a lo largo y ancho del mundo son capaces de testimoniar.

Con cariño,

JuanchoR







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