En los pasados días he visto en la web varias intervenciones en las que salía a relucir el papa emérito Benedicto XVI, y creo recordar que en alguna de ellas se le reprochaba, al menos, cierta negligencia en el tremendo asunto de los abusos sexuales cometidos por clérigos. Pues bien, me parece que se trata de reproches injustos porque al buen papa Ratzinger, por así decirlo, le tocó bailar con la fea, tras una época y no culpo a nadie- en la que parece que el fenómeno no había sido tratado conforme a su gravedad y dimensiones. De hecho consta que desde bastante antes, como prefecto de la congregación competente en el tema, el cardenal Ratzinger ya tenía en su punto de mira a uno de los más notorios abusadores, M. Maciel, al que le ajustó las debidas cuentas una vez instalado en la Sede Apostólica.

Aquel asunto debió de costarle no pocos disgustos, y tengo la sospecha de que entre los motivos que luego lo llevaron a hacer “il gran rifiutto” estaba el de la perspectiva de bastantes casos similares más, que no se sentía con fuerzas para afrontar y sobre los que parece que dejó ciertas indicaciones a su sucesor.

Por cierto, el día en que anunció su dimisión ante el Sacro Colegio Cardenalicio, de puertas afuera sólo se percató de su decisión cierta periodista italiana que no había olvidado sus años de latín en el Liceo y entendió las palabras correspondientes del discurso del papa, como siempre en un latín excelente, como correspondía a un prelado alemán y catedrático de Teología.

Pepito