En cuatro días morirás (sexta parte).- Josefina Hurtado
Fecha Monday, 25 February 2019
Tema 010. Testimonios


Eran las cuatro de la mañana cuando salí de casa.

Aquel aire frio de la Inglaterra gélida golpeaba con toda su fuerza mi cara. 

En aquella carpeta llevaba parte de los cuarenta folios que había escrito en la apelación hecha contra el archivo del caso de mi padre. Como añadidura, más documentación.

 

Aquellos folios y yo íbamos camino de los juzgados de Murcia.

Tanta mentira, tanto ocultamiento de la verdad...



Llevaba los nombres de aquellos serviles, falseadores de la verdad, como aquel médico del SUAP 2 Infante, aquel médico de urgencias que declaró que había atendido a mi padre y le había puesto oxígeno. Curiosamente nadie, ni siquiera las que estaban permanentemente en la casa lo habían visto. Llevaba los nombres de aquellos médicos forenses del Instituto Anatómico de Murcia, que exhumaron el cadáver de mi padre. La jueza les había ordenado tomar una  muestra de pelo. Allí se investigaría la presencia de los sedantes que presuntamente habrían causado la muerte de mi padre. Eso era lo que habíamos denunciado: ‘Muerte por sedación programada’. Ese era el origen de mi denuncia y por la cual se había abierto la causa e iniciado la instrucción.

 

Aquellos forenses, y presuntamente a conciencia, solo cogieron muestras de cuero cabelludo o piel de la cabeza. La risa sarcástica de uno de ellos al abrir el féretro de mi padre lo mostraba todo.

 

Mi hermano menor, testigo de la exhumación pidió ver su cuerpo. La procuradora que estaba también como testigo, inmortalizó el momento fotografiándolo.

 

En el Instituto de Toxicología forense de Madrid y según me confirmaron después en la conversación grabada, habían cometido un “Error” con la plantilla de los resultados y quedó en el certificado “Segmentos en Cuero Cabelludo” que solo son utilizados como medida en pelo o cabello. “Los forenses nunca nos mandaron muestra alguna de pelo” y a mí, me dijo la técnica, se me pasó corregir el “Error”. Cuando los forenses fueron llamados a declarar por la jueza Miriam Marín, utilizaron ese presunto error de toxicología para engañarla y hablar sobre una muestra de pelo que nunca habían tomado.

 

El pelo era la prueba clave. Material inerte donde se fijan los fármacos y tóxicos permite determinar en los cadáveres enterrados por años y hasta por siglos si murieron envenenados. En la piel, los fármacos se desintegran fácilmente. En el caso de mi padre, los restos del potente antipsicótico Amisulprida, quedaron allí. Se lo acababan de dar cuando murió, me reconoció la técnica del Instituto de toxicología forense de Madrid.

 

Cuantas mentiras, cuanta indignidad ¡Más de media plantilla de médicos coordinadores del 061/112 de Murcia se habían presentado como testigos! ¿Testigos de qué? ¿Quién coordinaba todo aquello? No es difícil de imaginar, ¿verdad?.

 

El último juez instructor que nos había cerrado el caso, no conocía bien estos hechos. Ahora sí los conoce. Los jueces de la Audiencia provincial de Murcia, también.

 

Salí de los juzgados y meditabunda recorrí las calles de Murcia.

Ya entrada la noche me reuniría con alguien. Descansé en el hotel y esperé. Aquella persona me confirmaría parte de lo que yo ya sabia .“Tu padre”, me dijo, “fue diciéndole a todo el mundo que moriría el Día de la Ascensión de Señor”.

 

Desde el miércoles, día en el que mi hermano el investigado le dio la noticia de que moriría en cuatro días, fue diciéndoselo a todo el mundo. No solo fue diciendo que moriría en cuatro días, fue diciendo le a todos que moriría el Día de la Ascensión del Señor. Lo dijo en la cafetería, en las tiendas donde compraba, en la iglesia. Fue vecino por vecino diciéndoselo a todos.

 

El miércoles cuando recibió la noticia se acercó a su centro, al centro del Opus Dei al que pertenecía. Fue a buscar consuelo en sus directores. Fue a que le dijeran que aquello no era verdad, que aquello no podía ser verdad. Habló con su confesor y cuando éste le dijo que no le diera importancia a lo que le había dicho su hijo, la mente se le iluminó, y vio claramente la verdad.

 

Salió del centro del Opus Dei y anduvo por la calle. A pocos metros estaba el Tontodromo. Allí se sentó en un banco, miró a su alrededor, y por dentro y con fuerza gritó:“¡Maldito  sea el día en el que conocí el Opus Dei!”

 

El Sábado, víspera de su muerte, fue visto por la calle. Por la dirección que llevaba vendría de oír la misa temprana que daban en la Iglesia del Carmen. Por última vez aspiraría el perfume de las rosas del Jardín de Floridablanca;  Aspiraría aquel perfume único que solo dan las flores del mes de Mayo de Murcia. Caminando despacio, y con el alma desgarrada regresó a su casa. Por la tarde noche llegaron a verle varias personas. Eran todas, miembros del Opus Dei. Poco después, bajaron las persianas. 

 

El Domingo,17 de Mayo, día de la Ascensión del Señor y Aniversario de la Beatificación de Escrivá de Balaguer, estaba sentado en el sillón de la sala de estar de su casa. A las nueve de la mañana y con el teléfono fijo escondido en el bolsillo del pijama, esperaba ansioso mi llamada. Cortaron la línea cuando hablando conmigo, iba a pedirme auxilio.

 

Una hora más tarde y de pie, su hijo, el sacerdote numerario del Opus Dei, le dio la comunión…. Estaba tan asustado que apenas podía tragar…. Momentos después, comenzó a rezar. A continuación  le dijeron:  “Vamos, ha llegado la hora”.  Y lo llevaron a la habitación…

 

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