Llama muchísimo la atención (Cap.18 de 'A quien pueda interesar').- Satur
Fecha Monday, 09 August 2004
Tema 100. Aspectos sociológicos



Llama muchísimo la atención...

Cap.18 de 'A quien pueda interesar'
Enviado por Satur el 9-ago-2004


Llama muchísimo la atención la cantidad de reglas, cánones, costumbres, normas y pijadinas que encauzan, enjaulan, encorsetan y ordenan el espíritu de la opus. Es colosal el esfuerzo que se hizo desde el principio -que se hace- por hacer un acopio grande y costoso de todo tipo de detalles que abarcan la vida toda de cualquier fiel de la prelatura. No se le escapa nada: desde los modos de vestir, de hablar, de comer, de dar una charla, de recibirla, de usar el coche, de ver televisión, de tratar a la administración, de leer libros, de cantar, de comprar, de confesarse, de rezar... ¡de todo!. Hay guiones, glosas y vademecums para cualquier actividad. Cualquier día editan un apéndice a las "glosas de San Gabriel" sobre el uso del matrimonio y el triquitriqui: cómo se hace, dónde se hace, requisitos para hacerlo, horarios aconsejados, posibles deficiencias, criterios y normas de pudor aconsejadas, prontuario de oraciones para la preparación del acto y disposiciones finales...

Reglas donde se mezcla lo espiritual más profundo hasta lo material más tontaina (como esa del "agregado camarero" cuando se invita a alguien a un centro: ¡¡¡GUEROOOOOOPÁÁÁÁ!!!). Una medallita con reliquia para el jambo que se le ocurrió la idea. Y una patada en el culo también, por imbécil.

Una estructura que pesa en las conciencias de un modo agobiante y obsesivo, especialmente en aquellas que tienden a ser rígidas, legalistas, escrupulosas. Conocí un numerario, notario de prestigio y con una estructura cerebral como los lectores de códigos de barras de Carreful, que la noche que dejó la opus me comentaba llorando: "es que tengo la impresión de ir por una autopista repleta de señales de tráfico contradictorias y que quiero cumplir todas porque si no me angustio. Y no puedo con ellas; aquí pone ochenta, allá cuidado con el viento, acullá peaje, más en de allá peligro de alces sueltos... y me estoy volviendo loco".

Eso fue así desde el principio. San Josemaría era un hombre que tiraba bastante al escrúpulo -él mismo afirmaba que se confesaba tres veces a la semana (Álvaro, recuérdame que esta tarde me tengo que de confesar -y en alguna ocasión se había confesado el día anterior, o aquella misma mañana). Alguien pensará que es vida interior. Vale. Pues yo pienso que no: Escrivá era un hombre obstinado, compulsivo y a veces histérico, con una extraña inclinación por la pasión actoral y el drama ruidoso. No hace falta haber estudiado psicología en Harvard para descubrir en el texto que nos transcribió el amigo Vitrubio en "el teléfono del colegio Romano" (texto que conocí en 1975) una personalidad, contri menos, de preocupar: en menos tiempo es difícil mezclar tantos sentimientos distintos. Su formación era la propia de su tiempo, estudió leyes y alguien le aconsejó, ya desde muy pronto, que debía vestir con un buen ropaje jurídico su obra: durante años forjó una armadura de platino e iridio que se conserva en el museo de pesas y medidas de Villa Tévere.

Escrivá no era tanto una gran cabeza como una suma de fuerzas extraordinarias que tiraban de él en distintas direcciones y, con alguna frecuencia, alguna de ellas saltaba por los aires y le desequilibraban: era de una sensibilidad extrema, un carácter muy fuerte, apasionado, terco... Pero era una persona que trasuntaba convicción. Cuando hablaba de oración, de Dios, o de amor, sabía conmover los más profundos resortes de las personas que le escuchaban. Conocía la fuerza de sus palabras y sobretodo del recurso a la oración como algo primero y último en las personas que le escuchaban. Era su receta, su letanía constante: reza, reza, reza... Pero ése algo de histrión, de buen actor, le perdía. También su vanidad... Es difícil no ver en algunos de sus gestos, de sus acciones, incluso de su gustos al decorar, al distinguir a las personas, matices clasistas, aristocráticos y algo trasnochados, como cuando en alguna tertulia, adelantando el pie izquierdo, juntando las manos sobre el pecho -esas manos le hablaban solas- comentaba "yo que soy doctor en derecho, doctor en sagrada teología, que tengo no sé cuantos doctorados honoris causa...", y se reflejaba en él la tontería del mundo, como a cualquiera. Conocía la energía que irradiaba. Era un don. Y actuaba según la convicción de ser un hombre elegido por Dios -aunque afirmarse de boquilla lo contrario, que era un pingajo, un trapo. "El Papa quitó el índice, pero yo puse el mío...": sí, pusiste allí a Ratinzger, entre otros, con todas sus obras, y luego tus hijos tuvieron que quitarlo de allí zingando cuando el cardenal pasó a ser mano derecha del Papa. Puso a unos cuantos en el Índice sólo por despecho y enfado: un enfado más de los que de vez en cuando le daban.

Escrivá evangelizaba concentrando la atención en unos pocos mensajes relativamente simples que difundía mediante una repetición incansable y una energía furiosa. Por esa razón todos los Orejas -algunos con muy pocos años de pertenencia- y los Opus conocemos tan bien sus mensajes, frases, modos, filias y fobias. Nos lo sabemos todo de él.

Las mejores cabezas de las primeras generaciones de numerarios, sacerdotes y laicos, las dedicó y las encauzó hacia el derecho canónico, y muchos de ellos sirvieron durante años en la administración burocrática interna de la prelatura como pasantes y voceros de sus indicaciones. San Josemaría tenía un carácter muy fuerte y toda esas promociones de sacerdotes y estudiantes que vivían con él quedaron marcados por su pensamiento. Imantaba, aunque muchas veces esos modos, ese carácter, lo observaban con perplejidad y cierto miedo, cuando no con acojone: se sentían espectadores de una representación única, irrepetible -le tenían por santo y por genio- donde el baranda actuaba a sus anchas: reía, lloraba, cantaba, echaba broncas, se sentía incomprendido, te besaba y te despreciaba... y a todos les pedía una fidelidad de perro, marcando a fuego sus modos de gobernar, de dirigir, y de legislar.

Recuerdo que en las primeras tertulias después de su "tránsito al cielo" -Escrivá no palmó, Escrivá se fue al cielo de punta cabeza- muchos numerarios de la primera época venían a contarnos anécdotas de su vida junto a él. Llamaba la atención la cantidad de historias que se centraban en las broncas del Fundador: que si un día cerré mal una puerta y, pimba, paquetorro, que si otro día me pidió una cosa y como retrasé el cumplimiento del encargo dos horas me dijo que de qué iba, que así la opus se iba abajo, que si a otro le dice que si quiere ir a no sé donde y va el colegui y dice que mejor que no y el Chamán le contesta "pues si no quires ir, te vas con tu madre, majadero". Fue tal el cúmulo de anécdotas de cienes de numerarios contando paquetes, paquetines o paquetones de el Hombre de Villa Tévere, que tuvo que darse un aviso diciendo que porfa, que a ver si no nos pasamos... y entonces las tertulias comenzaban "¡¡¡qué de bien se estaba con nuestro Padre!!!, ¡¡¡jamás vi un hombre más divertido y simpa!!!". En fin, que ni tanto ni tan calvo, que sería como cualquiera hombre, un tipo con sus luces y sus sombras.

Como buen escrupuloso le encantaban las reglas y las normas, saber qué hacer, cómo hacerlo, pautar fronteras, señalizar caminos, atenerse a los signos. Son conciencias que recaban constantemente dónde está el límite escrito de la moral y de las costumbres para obedecer sus mandamientos. Sufren con la libertad de espíritu. Son personas inmaduras, con frecuencia inteligentes, que necesitan ir de la mano en su conciencia escrupulosa.

Cientos de canonistas en la opus se dispusieron a pensar y trabajar en esa dirección. Y lo consiguieron. Pero los caminos de las leyes, cuando los dejas en manos de canonistas, son como una tela de araña y acabas enredado en toda esa casuística que termina matando el espíritu para convertirse en una institución más de orden tan natural como un camping, un club de fútbol o un partido político. A la Iglesia también le sucedió en épocas pasadas. Pierde su sentido vocacional y se convierte en ritos, cánones en manos de liturgistas, leguleyos, policías y jueces. Eres libre, dicen, porque hay leyes. Nada más equivocado. Para ser libre necesitas dar respuestas a las preguntas que te hace la vida -eso es ser responsable-, y eso resulta imposible cuando "todas las preguntas" te son respondidas en " ¡todos los códigos", se llamen Glosas, Vademecums, o Reglas... ¿Que tengo que escribir un artículo en Crónica?, pues toma el vademécum y mira lo que hay que hacer. ¿Que deseo invitar a un amigo a comer en el centro?, toma, lee y come, que le decían al profeta... ¿o fue a San Agustín?

Cuando, además, el propio fundador se encargó de que quedara muy claro que todo, absolutamente todo, es sagrado, inviolable y perpetuo, y que el espíritu es "obedecer o marcharse", que allí no sobra un ápice, ni una tilde, entonces, en los directores no se buscan personas libres sino personas obedientes. Al libre el cuerpo acaba por vomitarlo. No lo asimila.

Por esa razón hay tan pocos teólogos en la prelatura. Y los que hay se bañan en aguas poco profundas y muy cerca de la orilla -liturgistas, eclesiólogos, moralistas,etc. Para ser teólogo de los de verdad, hay que plantearse muchas cosas, hay que adivinar, hay que buscar en mundos difíciles y nada reglados, hay que tener imaginación: hay que tener una sensibilidad y una inteligencia libre. También hay que ser humilde. En los sacerdotes de la prelatura no es extraño encontrarte algún snob vanidoso que sueña con su libro, o su folleto de Mundo Cristiano, o su tesis doctoral editada, o su algo teológico; muchos en sus predicaciones envuelven en el celofán de una teología ascética más bien barata y que les reviste de distinción, de arrogancia y de petulancia, y en realidad no son más que abogados, físicos, pedagogos, historiadores o economistas que un día alguien les dijo que si querían ir a Roma para estudiar y ordenarse. Y así lo hicieron. Lo hicieron porque alguien se lo dijo.

Cuentan que en el 1100 la profesión clerical -si así se le puede llamar- se amplió enormemente: quizás una de cada cincuenta personas podía afirmar que habían tomado las órdenes. Y de éstas una de cada seis tendría problemas con las leyes eclesiásticas; en realidad, muchos nunca habían tenido intención de ordenarse sacerdotes. El follón que se armó fue mayúsculo. Como escribió Giraldo Gambrensis, y no es coña el nombre, muchos sacerdotes "están ocupados por amantes entrometidas, cunas que crujen, pequeños recién nacidos y mocosos chillones". No es el caso del presbiterado de la prelatura, supongo, pero sí el que pasados los años -me gustaría conocer la proporción de sacerdotes numerarios elegidos entre los candidatos numerarios laicos con la fidelidad hecha- no sería sorpresa que, además, ese "uno de cada seis" se cumpliera también aquí: bastantes tienen serios problemas de adaptación al mundo clerical y personal (vamos a escribirlo finamente) y que se manifiesta en muchos terrenos, desde el físico hasta el psíquico. Normal.

Me contó uno que trabajaba en la Secretaría General, un tipo que tenía una lengua indiscreta, indomable y algo femenina, que Don Álvaro recibió la visita de Kiko Argüello. Según me comentó el bífido, Kiko se entrevistó con Don Álvaro porque se lo pidió el Santo Padre, vete tú a saber si es verdad o no, para que le aconsejara sobre la organización del movimiento Neocatecumenal. Hablaron y, dice éste, que Don Álvaro le sugirió: búsquese un buen canonista. Al parecer, sigo con la misma fuente, los Kikos tiran mucho de la cosa carismática, del Espíritu y del Aleluya y el asunto canónico no lo tenían resuelto: su configuración jurídica. Vamos, lo más contri de contri con el opus dei.

Efectivamente, toda la batalla que se libró para que el opus del Sumun Subsistens fuera prelatura se hizo con glebas de canonistas que poco a poco se abrieron paso en un mundo tan cerrado y acortezado como el del derecho canónico.

Pero si estás en el Código existes, si no, narices. No eres nadie.

Alguien dijo que no tienes una idea hasta que no haces de ella una institución, y no tienes una institución hasta que no está en un Código. Pues eso.

Satur

Continuará






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