Se cumplen 90 años de la fundación del Opus Dei y debería ser un buen momento para felicitar a todas y a todos los miembros de la prelatura por este aniversario.

En mis tiempos de agregado fantaseaba con celebraciones de este tipo: cincuenta, setenta y cinco, cien años de la fundación de la entonces nuestra querida obra y con los fastos y festejos que se organizarían para esas fechas.

Con la relativa perspectiva que me otorgan los muchos años lejos de “nuestra madre guapa la obra”, al acercarse la fecha del 2 de octubre únicamente me asaltan pensamientos de fracaso, de engaño y de pérdida de tiempo.

La obra, tal y como está conformada, es un fiasco. Un engañabobos, o mejor un engaño para la gente buena que se acercó a ella simplemente para “ser santos”. Mentiras, medias verdades, manipulación de las personas y de sus conciencias. Falta de capacidad de pedir perdón. Engreimiento y prepotencia. Directores incapaces, inútiles, soberbios, obsesos en muchos casos.

Cuando echo la vista atrás, a esos primeros años de mi supuesta vocación, me invaden sentimientos de ternura y cariño. ¡Que bonita es la inocencia de la juventud! Luego, cuando pienso un poco, me doy cuenta de lo fácil que era engañar a la gente joven con dos tertulias, tres meditaciones y cuatro excursiones. La vocación tal y como la entienden en la obra ¡nunca existió!

La obra vomita a los hijos que cuestionan, a los que tienen dudas, a los que preguntan demasiado. Son hijos incómodos… son malos hijos. No tienen buen espíritu y por tanto molestan.

Hay gente en la obra que está aguantando porque no tiene más remedio. Por dependencia económica, por razones de edad o de enfermedad. Algo se estará haciendo mal cuando tantos y tantas viven empastillados sin ilusión por nada y rezando para los dejen en paz.

La obra está herida de muerte. No hay vocaciones de numerarios y del resto muy pocas. La única esperanza está en los hijos y en las hijas de los supernumerarios que, por otra parte ya están hartos de ser utilizados. Vocaciones de temporada, vocaciones que son pan para hoy y hambre para mañana. Se va más gente que entra. Se cierran centros. Se intenta lavar la imagen de la obra, pero dentro no ha cambiado nada y además no puede cambiar. No puede cambiar el espíritu que el fundador dejo grabado a fuego. Sería enmendarle la plana a un santo de altar.

Personalmente me alegro de esa deblacle, de que las cosas les vayan mal, de que no tengan vocaciones, de que les den collejas desde todos los lados. Lo siento, pero a mí me hicieron daño. Un daño que arrastraré toda mi vida. Me robaron mi juventud, mi ilusión y mi inocencia. No deseo eso para nadie.

Muy infeliz aniversario para todas y todos los miembros de la prelatura.

Jota