Sobre los escritos de Antonio Moya.- Pepito
Fecha Wednesday, 13 June 2018
Tema 110. Aspectos jurídicos


He leído con interés los artículos de Antonio Moya “Opus Dei: comentario crítico a un carta”, que en general me parecen equilibrados y nada sectarios. De su lectura he sacado, más que una conclusión, una gran pregunta: ¿Cómo y por qué a Escrivá, a tales alturas de su vida y de su obra (¡y ojo a las fechas!), se le metió en la cabeza aquella idea que convirtió en la famosa “intención especial”, por la que puso de rodillas a todos sus hijos e hijas a rezar, cuando sobraban mejores causas por las que hacerlo en la Iglesia de Dios? Al final, parece que de todos aquellos líos que montó han quedado claras dos cosas: 1) Que quería ponerse a resguardo de ciertos controles eclesiásticos de los que desconfiaba y no poco. 2) Que entendía que su personal carisma, para él excepcional y de origen directamente divino (Madrid, entre Chamberí y Cuatro Caminos), quedaba desdibujado en la copiosa y devota grey en que pronto se convirtieron los Institutos Seculares, de los cuales su Opus Dei había sido el primero y el prototipo (y bastante lata le dio a Pío XII para conseguirlo). Pero a él, mirando desde su habitual altura de miras (desde donde, no hacia donde), esa copiosa grey, pronto se le ocurrió lo de “¡Nosotros no somos de esos! ¡Lo nuestro es especial!”; y lo de “¡Nosotros no somos religiosos!”, como si lo de ser o parecer “religioso” fuera algo así como ser o parecer pederasta.

 

Y así empezó a marear al papa y a la curia romana con el estatuto especial que pretendía: el suyo, muy suyo y solamente suyo. Pablo VI, que bastante tenía por entonces con la revuelta de los jesuitas, no le hizo caso. Luego vino el benéfico y cordial Woytila, poco interesado por el Derecho Canónico (prueba de su buen gusto), que, al parecer, no anduvo lejos de conceder a los hijos de Escrivá su aspiración soñada: la praelatura cum proprio populo, que hubiera sustraído a la estructura jerárquica de la Iglesia un rebaño de unos cuantos miles de fieles, para ponerlos a las órdenes de “el hombre de Villa Tevere” que estuviera de turno. Menos mal que entonces intervinieron gentes sabias y sensatas, como el venerable Ratzinger, que cerraron el paso al cum proprio populo y a la idea de incluir en el CIC esos chiringuitos de las prelaturas personales en la estructura jerárquica de la Iglesia.

 

En fin, parece que “los hijos del Padre” se han quedado con la mitad de lo que pretendían. Esperemos que se les reproduzcan los pruritos de singularidad que a él lo llevaron a montar el tortuoso “itinerario jurídico del Opus Dei”, que diría don Amadeo de Fuenmayor (q. e. p. d.), que por lo demás era un tipo muy simpático.

 

Pepito









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