Leo el último envío de Aloevera acerca de la sanción al colegio Viaró por no contratar mujeres.

Dejando de lado consideraciones que mejores plumas puedan hacer sobre la libertad de enseñanza y las exigencias del concierto educativo, quiero contar una anécdota.

Coincidí en un curso anual con un latinoamericano, directivo de un colegio de los que no son pero son. En un aparte me pidió que encomendara que pudiesen completar toda la planta de personal sin mujeres, porque el Padre (era don Javier) les había dado un ultimátum: si no lo conseguían, les quitaba los sacerdotes.

Este hombre estaba muy angustiado y no era para menos: tenían que encontrar, en poco tiempo, maestros varones -rara avis en esa región-, que además de ser humanamente potables estuvieran en una situación regular (ni divorciados ni conviviendo con sus novias) y al mismo tiempo, debían despedir sin causa a media docena de profesoras prestigiosas, lo que además del costo de las indemnizaciones implicaría un gran malestar entre los padres, el resto del personal, y muy probablemente un escándalo. Pero la amenaza del Padre era implacable.

Así que mientras él hacía el curso anual, el resto del consejo de dirección de su colegio removía cielo y tierra para encontrar esas perlas negras.

La calidad del contratado era un tema menor, aunque los padres pagaran un pastón. Parafraseando al almirante Nelson, lo importante: "que sea un caballero... y si sabe enseñar, mejor".

Ahora les llega el bumerán de regreso y les da en la nuca. Y sin embargo, me parece que para los directivos será más sencillo y saludable acatar este pedido de la Inspección de Trabajo que cumplir aquel ultimátum del entonces prelado.

Hondo