Siguiendo el comentario sobre cursos anuales en el extranjero, añado algunos datos de carácter personal sobre esta experiencia.
Yo hice varios de estos cursos anuales y dejé de hacer otros que se me ofrecieron porque no me apetecía absolutamente nada el plan…
A mí, en general, me gustaba ir al curso anual, algo que a la mayoría de la gente se la hacía muy cuesta arriba. Soy bastante sociable, me gustaba cursar asignaturas internas –así se denominaba a los estudios de Filosofía y Teología impartidos por sacerdotes o profesoras de la obra- y me divertía bastante con el resto de las agregadas, amigas de estos y otros encuentros desde nuestros primeros años de universitarias, a veces habíamos coincidido en centros, cursábamos estudios internos durante el invierno… Nos divertíamos juntas en esos días. Yo las quería, las apreciaba sinceramente y, como en todos mis cursos anuales en España, -que era lo habitual al principio, no salir del país y casi ni de tu delegación-, aunque el curso se desarrollase en una EFA (Escuela Familiar Agraria, uno de esos proyectos de cadena de escuelas tipo Formación Profesional que se crearon por muchos pueblos de España como forma de “cristianizar” la vida rural y de obtener vocaciones de agregad@s y de Numerarias Auxiliares. Edificios con habitaciones amuebladas con literas y baños comunes), había piscina para nadar y pista de tenis más o menos aceptable. Con esto, el relax del mediodía estaba asegurado para mí y me hacía la tarde totalmente llevadera.
Cuando hice mi primer curso anual en el extranjero fui a Inglaterra, Thornycroft Hall (casoplón alto nivel que supongo cedió algún aristócrata. Se pueden ver imágenes en la red con solo poner el nombre en google), creo que en 1990. Se consideró que era todo un privilegio. Casi nadie salía fuera. Se trataba de un curso anual organizado por las inglesas, la región de Inglaterra o quizás región de Gran Bretaña, no lo sé.
En esos años empezaron a ofrecernos algunas plazas para ir a este país. ¿La razón? Creo que en ese momento en que aún no se les había ocurrido el plan explicado en mi escrito anterior, les interesaba enviar agregadas que sirviesen un poco de modelo a las inglesas. En ese curso anual estábamos diez españolas y las 17 agregadas que había en toda la Gran Bretaña en aquel momento. De ellas, un par de señoras de muy avanzada edad, 2 o 3 originarias de Goa, origen indio, filipinas que trabajaban en el servicio doméstico, alguna inglesa convertida del anglicanismo pasados los treinta años… Un panorama escaso y muy poco identificado con lo que es el conjunto de la población originaria del país. Creo que además, al vivir en zonas geográficamente muy alejadas, ellas coincidían poco a lo largo del año, iban a los centros lo justo para los medios de formación y resultaba difícil que entendiesen bien en qué consistía ese curioso fenómeno de “ser agregada”. Así que, entonces, empezaron a mandar españolitas para hacer ambiente.
Ahí la cosa fue bastante rancia, la verdad. Pero las españolas que estábamos nos divertimos todo lo posible entre nosotras y, en general, decidimos que no volveríamos porque, por el pastón que nos costó ese curso anual pagado en libras esterlinas desde nuestras modestas pesetas, podíamos gestionarnos nosotras por nuestra cuenta posibilidades de asistir a cursos de otro tipo en Gran Bretaña –todo siempre con una justificación profesional, claro, nada por turismo que es falta de pobreza-. Y a ese precio no tendríamos que estar vestidas de otoño en agosto, sin piscina ni posibilidad alguna de hacer deporte y sin que nos llevasen a visitar prácticamente nada porque no se gastaba dinero en gasolina. Habíamos ido a hacer el curso anual, no turismo. Agitamos un poco el ambiente y entonces nos llevaron a visitar Chester y alguna mansión de los alrededores. Eso fue todo.
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