Carta abierta al Prelado (con copia al Papa Francisco).- Ramana
Fecha Monday, 02 April 2018
Tema 080. Familias del Opus Dei


Estimado Sr. Ocáriz,

le voy a relatar una anécdota pero con vocación de categoría, dado que la actuación de este hijo suyo no obedece a una particular forma de ser o malquerencia sino que está imbuido del espíritu fundacional de la organización que usted preside: como se ha dicho muchas veces en estas páginas, es la propia estructura de pecado la que propicia y tolera este tipo de sucesos (lamentables, indignos), y no la mera e individual (y errada, claro) actuación de un miembro.

Un buen amigo acaba de perder a su padre, tras años de digna vejez, meses de enfermedad y semanas de agonía. Al cuidado de mi amigo y de su hija, su anciano padre ha vivido bien y feliz, querido, hasta que el cuerpo ha dicho basta. Así es la vida, nada que objetar. Se ha ido en paz, la misma que ha dejado a mi amigo y a su nieta, que se han desvivido con todo el amor hasta el final. Y aquí viene la parte que a usted le compete, o si no a usted, por delegación, a quien haga las veces en la región donde han tenido lugar estos acontecimientos.

Mi amigo tiene un hermano, miembro de su organización desde hace muchas décadas, que como agregado ha vivido siempre en casa de los padres (o por mejor decir, ha pernoctado, como gusta de especificar mi amigo, dado que jamás se ha ocupado de las cuestiones domésticas), cómoda situación que con la excusa de atender a sus mayores le permitía vivir de la sopa boba y gratis, como buen hijo suyo, numeroso y pobre… En un cierto momento, al padre de mi amigo, dada su avanzada edad e imposibilidad de valerse, lo trasladaron a un geriátrico donde ha pasado los últimos años. Pues bien, se cuentan con pocos dedos de una mano las veces se ha interesado por él yendo a verle, a sacarlo a pasear (¿) o a trasmitirle su cariño. Eso sí, ha seguido viviendo en el domicilio familiar, como si le perteneciera, y saqueando las cuentas del padre a espaldas del otro hermano, que iba a la residencia a diario a estar con el anciano.

Lo más grave ha sido en estos últimos meses, con un deterioro notable de la salud, más tres semanas de agonía en el hospital, su hijo agregado ni ha aparecido una sola vez, siquiera a despedirse de su padre, lo imagino muy ocupado en labores proselitistas, ejerciendo la caridad con las familias de otros y devanado en desgranar cuentas del rosario “encomendando” a su padre, a su hermano y a su sobrina, a la que ni llama, no digo visite, el día de su cumpleaños. “¿Sabes algo de tu hermano?, me cuenta que una vez le preguntó su padre, no hace tanto, “lo mismo que tú, papá”, y con una infinita tristeza en la mirada le contestó: “él se lo pierde”. Cierto, porque su hijo agregado, habiendo tratado así a su padre, tendrá que vivir con ello el resto de sus días.

Sr. Ocáriz, ¿es usted consciente de que no hablo de un caso aislado, particularmente grave y excéntrico, sino que le intento trasmitir, afectuosa y respetuosamente, con un ejemplo cercano y que conozco muy bien, la manera de obrar en el mundo de la mayoría de sus “hijos”? Este autismo enfermizo, este desprecio a los más prójimos (su padre, su hermano) no ha sorprendido a mi amigo porque ya lo conoce, pero a mí me ha dejado de piedra con la boca abierta, por eso le he pedido permiso para denunciar públicamente esta historia que, insisto, no es una mera anécdota, sino una angustiosa categoría que evidencia el modus operandi de la institución que usted preside.

Si hay más casos parecidos de tan fragante falta de caridad cristiana para con la familia “de sangre” (¡valiente remoquete!) me encantaría que se denunciasen en estas páginas, para que todo el mundo sepa la doble vida que se gastan los “hijos del Padre”. Atentamente

Ramana









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