Una historia más (X).- Lupe
Fecha Friday, 09 March 2018
Tema 078. Supernumerarios_as


Una historia más (X)

Lupe, 9/03/2018

 

Mentiras verdaderas

Los días que siguieron a mi “declaración de independencia” en Acapulco fueron los peores de mi vida. 

Esa semana en la costa la viví como un sueño. Fue como haberme casado nuevamente y disfrutar 6 días de viaje de bodas. El problema comenzó cuando volvimos a casa. Regresamos a nuestra rutina: Eduardo al trabajo y yo al cuidado de los niños, la organización de la casa y las normas. Luego de haberme tomado esa licencia en mi plan de vida pretendí que todo volviera a ser como antes. Me dije: he caído pero me levantaré, retornaré al rebaño. Me arrepentiré, me confesaré y volveré a ser la hija buena del Padre que siempre he sido. Ilusa de mí…



Lo que me había sucedido, en realidad, no fue una simple caída, un pecado de debilidad. Algo inexplicable había cambiado en mí. Yo quería ser la misma que era antes, pero no podía. Por 6 días había vivido la vida de una mujer “normal” -no solo había pecado (sin remordimientos, la verdad) sino que durante esos días también había dejado de lado mi plan de vida. Había experimentado en carne propia lo que siente una mujer que puede definir lo que hacer con su tiempo las 24 horas del día y esto inconscientemente me debe haber movilizado. No obstante, ahora quería volver a cerrar los ojos y retornar a mi rutina de siempre. Pretendí inútilmente regresar a lo que ya conocía; a mi “zona de confort” como le dicen ahora. 

Ello resultó imposible. De repente, un día cualquiera en los que luchaba por readaptarme a la vida de supernumeraria –curiosamente mientras hacía la oración- tuve la certeza de que había vivido toda mi vida en una caverna (tal cual la alegoría descripta por Platón) y ese día en la costa la había abandonado. Una certeza absoluta. Fue como si un rayo me hubiera alcanzado. Se me representó la imagen de una cueva oscura, con el fuego detrás y yo atada mirando a la pared. Me asusté mucho y dejé de pensar en ello (a lo largo de los años de tanto reprimir mis pensamientos había desarrollado la capacidad de dominar mi mente a tal punto que podía desechar una idea inconveniente al instante). Sin embargo, esta vez empecé a sentir que algo pulsaba dentro de mí; como si algo quisiera salir y no lo podía contener. Me resultó imposible dejar de pensar en ello y la idea de la caverna, el fuego y mis cadenas empezó a representarse en mi mente cada vez con más frecuencia. Al poco tiempo entré en crisis. Una crisis existencial muy dura.

Se me hace difícil explicar qué es una crisis existencial. Hay mil matices; cada quien la vive a su manera y con diferente intensidad. Intentaré contar cómo la viví yo. En mi esfuerzo por encorsetarme nuevamente en el papel de supernumeraria sentí de pronto que algo en mí se había roto. Algo se había quebrado en mi interior. El momento exacto de este descubrimiento lo llevo grabado en la memoria: una mañana me levanté con náuseas, fui al baño a beber un vaso de agua y de repente me miré en el espejo y no me reconocí. Sentí que la imagen que allí se reflejaba no era la mía. Fue un momento extraño, como si estuviera soñando despierta. Toqué el espejo para ver si era cierto y algo dentro mío empezó a desmoronarse. Me angustié, me faltó el aire y comencé a llorar. Lloraba tocando el espejo y solo me salía preguntar: ¿Quién eres? para luego pasar a lo más crudo ¿Quién soy? 

Sentí de un golpe que toda mi vida había sido una mentira. Esa caverna, continuando con la alegoría (que se correspondía con el submundo Opus Dei) había sido mi casa durante toda mi existencia. Allí me había criado, allí había estudiado, allí había conocido a mi marido y me había casado, allí había parido a mis hijos y allí había sido feliz. Porque también en esa caverna había sido feliz. Y ahora, de la nada, esa imagen en el espejo me devuelve otra Lupe; una Lupe borrosa, indiferenciada. ¿Era yo? ¿Por qué así? ¿Por qué justo ahora descubro la verdad, justamente cuando estoy luchando, rezando, mortificándome por volver a ser la que siempre fui? ¿Por qué se me presentan de repente estos dos mundos? Porque yo sentía que había dos mundos, el que yo siempre había conocido y otro, uno que intuía más real, más verídico, pero también más peligroso. ¿Debo salir de la caverna? ¿O prefiero permanecer en ella para siempre aún a sabiendas de que todo es irreal? Mi primer impulso fue negarlo todo, pero ya era demasiado tarde. No se puede negar lo evidente. Ya no podía volver atrás.

Desde ese día empecé a caer. Caída libre, sin paracaídas ni nada que me frenara. Algo había estallado en mi interior y no me lo podía explicar. A medida que pasaban los días iba sintiendo que cada cosa que hacía perdía lentamente sentido –empezando por las normas. Así se manifestó esta crisis existencial en mí: sentir que nada de lo que hacía tenía sentido. Y lo que es peor: sentir que nada de lo que alguna vez hice tuvo sentido; y ver el futuro como un absoluto sinsentido.

Quise morir. Coqueteé con la muerte. La llamé, no vino y me faltó el valor para salir a buscarla. Yo, que siempre hice todo lo que debía hacer para vivir eternamente en el cielo, resulta que aquí en la tierra conocí el infierno. Porque eso significó para mí el peor momento de mi crisis: el mismísimo infierno. 

Sin embargo…

La muerte no llegó y mi más básico instinto de conservación me empujó a pedir ayuda. Ya mi marido había notado que me encontraba mala pero su ocupada agenda laboral lo tenía a mal traer y no tuvo tiempo para ocuparse de mí. La ayuda llegó de quien menos lo esperaba: Eiko, mi vecina y amiga japonesa. Una mañana me encontró en la puerta de mi casa y me notó rara, como drogada (así me lo explicó más tarde). Me preguntó cómo me encontraba y tomando todo el valor que me quedaba le conté un poco lo que sentía (solo un poco para no asustarla). Más tarde me hizo llegar una tarjeta de visita de un médico, con una nota de su mano: Lupe, visita al Dr. X, creo que te ayudará. Yo te llevo con mi coche. Acepté su oferta y recuerdo que le dije al Señor (porque yo nunca dejé de creer en Dios): Dios mío, échame una mano. Hay aquí 8 niños que necesitan una madre... Sin decir nada saqué una cita y acudí con Eiko. Era un médico psiquiatra. 

Tuvimos algunas entrevistas en las que pude desahogarme; no ahorré en detalles y conté todo lo que sentía y todo lo que había vivido las últimas semanas -obviamente salió el tema de mi pertenencia al Opus Dei. Allí me vi confrontada por primera vez con la posibilidad de que el Opus Dei pudiera ser una secta. El doctor me ordenó un chequeo completo y me recomendó un tratamiento en una clínica de rehabilitación a 800 km de mi casa. Estuve internada 3 semanas (el tratamiento continuó luego en forma ambulatoria). En el informe que el psiquiatra envió a mi seguro médico solicitando mi internación, decía: la paciente ha pertenecido 17 años a una organización religiosa con marcadas características sectarias lo que le ha causado tal y cual trastorno… Me quedé helada. ¿El Opus Dei una secta? Igualmente no estaba preparada aún para sacar conclusiones. 

Ya en la clínica, en mi primer encuentro con el grupo mi presentación fue algo así: hola, soy Lupe, tengo 38 años y estoy acá porque siempre he hecho lo que me dijeron; siento que he actuado como un robot toda mi vida. Al día de hoy no sé quién soy ni hacia dónde quiero ir

 

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