Carta navideña del Prelado.- Ramana
Fecha Friday, 29 December 2017
Tema 090. Espiritualidad y ascética


Roma, 25 de diciembre de 2017

Queridas hermanas, queridos hermanos:

Padre hay uno solo y está en los cielos, al que rezamos cada día con la oración que nos enseñó su hijo Jesús, el Cristo, el Verbo de Dios movido por el Amor del Espíritu. En su Nombre os deseo una muy Feliz Navidad y mi anhelo de que el año que comienza sea intensamente vivo y vivificante para todos y cada uno de nosotros: renacer al espíritu creador repensando juntos esta obra suya que ha puesto en nuestras frágiles manos. Por eso os pido que no me llaméis “padre”, desde hoy soy no más que vuestro Prelado, una suerte de hermano mayor, elegido por vosotros, que dirige los destinos humanos de esta empresa sobrenatural...



Como la mayoría sabéis, he estado una semana de retiro, dedicado intensamente al silencio interior y a la meditación, he pedido audiencia con el papa Francisco, con el que tuve una profunda charla de varias horas y me sentí acogido, comprendido y urgido por su evangélica sencillez; al cabo de lo cual me he reunido con el Consejo y la Asesoría en sesión conjunta. Quiero compartir ahora con vosotras, mis hermanas, con vosotros, los frutos y esperanzas de estas semanas de trabajo interior.

Llevo meses, prácticamente desde mi elección, sumido felizmente en una profunda reflexión y un muy activo intercambio de impresiones, epistolar, pero también cara a cara, con muchos hermanos y hermanas nuestros que, en los últimos meses, he hecho extensivo a un nutrido número de exmiembros; de todos ellos he recibido muy matizados puntos de vista, siempre respetuosos, y a los que agradezco sus aportaciones. Sabed que me puse en contacto con estos últimos a través de la Web OpusLibros, con quien tuve mis desencuentros en el pasado y a la que agradezco ahora públicamente que haya servido de acicate para la renovación que pretendo.

Queridas hermanas, hermanos, nunca valoraremos adecuadamente el enorme bien que esta página benemérita ha obrado en nuestra Obra. La mejor corrección fraterna que nadie nos hubiera podido hacer nunca surge de estas páginas, de ahí mi gratitud infinita hacia esos hermanos de dentro y de fuera que con su testimonio han puesto en evidencia las lacras, falencias y rémoras que arrastramos. Pues bien, en la certeza de que detrás de toda esta indagación sobre el rumbo no siempre certero de ya casi noventa años de vida institucional late la inspiración creadora del Señor y el amor a la fidelidad de su empresa, fruto indudable de muchos años de atenta y callada observación, de leer cartas vuestras (esas que me mandáis con sello, y no a través del canal establecido), de conversar sin tapujos con unos y otras, de olvidar sobretodo el insano y enfermo triunfalismo (más propio de sectas que de una institución al servicio de Dios en la Iglesia), me dispongo en esta epístola fraterna a anunciaros las directrices que regirán nuestra querida Prelatura a partir de este mismo instante en que se hacen públicas, tanto a través de nuestra página como de la citada OpusLibros, la cual, desde hoy, se convierte en objeto de lectura obligada y reflexión serena por parte de todos y cada uno de los miembros de nuestra Prelatura: no a hurtadillas y con mala conciencia, como hasta ahora, sino abriendo nuestros corazones a lo que tenga que decirnos el Señor a través de esos antiguos hermanos nuestros que escriben desde su dolorosa experiencia de incomprensión, fanatismo, rigidez, y que nos informan de sus dudas, reproches, malas praxis, y hasta de delitos que hemos cometido con ellos y con la sociedad, en una dinámica suicida e infantil de acusar siempre al otro y de no querer atajar los problemas de frente; lo cual nos ha llevado a esta situación verdaderamente dramática y deplorable: centros vacíos, mala imagen, salvo en ciertos sectores cautivos y manipulados, ausencia de carisma, individual y colectivo, incapacidad letal para imbuirnos en la sociedad que decimos amar apasionadamente, renuncia a nuestra verdadera vocación: la santificación del trabajo, de donde se deriva una carencia de rumbo claro de lo que queremos hacer con la Obra. Ello unido a la creciente perplejidad, agotamiento, estancamiento, tristeza, depresión generalizada en nuestros centros, rarezas, vida aburguesada y escondida, tibieza (el gran pecado que condena el Apocalipsis), fanatismo, cortedad de miras, falta de ilusión…

Queridos hermanos, dejadme decirlo, hemos convertido la institución que decimos amar y por la que hemos entregado nuestra vida en un triste remedo de lo que se pretendía que fuera: la sal de la tierra, el grano de mostaza en medio del mundo. Hemos convertido la fe en piedad (recitado mecánico y cuantificable de normas) y la espiritualidad en una forma conservadora de moral, altamente discutible, y en todo caso ajena al Espíritu del que dimana la vida y su esencia humana más profunda, que es siempre creativa y nueva y no se deja encasillar, y menos agostar, por situaciones sociológicas muy concretas y siempre perentorias: nuestra vocación es católica, universal y no se puede circunscribir a unas circunstancias más o menos pintorescas o ser confundida, la vocación, o asociada a un entorno epidérmico de carácter fundacional más o menos baturro. Manifestaríamos, manifestamos de hecho, una muy escasa y confundida lealtad al fundador, san Josemaría, si colocamos lo meramente externo de una biografía y sus condicionantes socioeconómicos como centro o eje desde el que implementar toda la visión carismática de su Obra: esa cristalización, ese vivir la letra (tantas letras, informes, normas, consejos, costumbres, papeles verdes y amarillos!!!) y no el espíritu nos ha agostado como Institución y casi destruido como anhelo de familia sobrenatural. Por todo ello, os comunico que he convocado un Consejo General, órgano supremo de dirección de la Prelatura, cuyos miembros se elegirán en votación por todos los fieles y que elaborará el nuevo vademécum de la Obra. Os adelanto aquí algunas de mis propuestas.

Ya le he informado a Francisco de que si no son aceptadas me sentiré exonerado de mi cargo como Prelado, el cual, en cualquier caso, someteré a un nuevo refrendo por cinco años no prorrogables.

- Supresión de las categorías de Agregado y Nax., previo finiquito de su labor según la ley de cada país. Habrá solo dos carismas: casados y célibes. Según edad, condición y, siempre, aplicando la caridad y el sentido común, estos miembros podrán elegir entre marcharse o pasar a la categoría de célibes o casados.

- Supresión de todo tipo de asfixiantes criterios, normas, restricciones y buena suerte de abusos costumbristas: cada fiel es responsable y libre de su vida, incardinada dentro de nuestro carisma laical. La mayoría de edad ha llegado al Opus Dei.

- Restricción inteligente, salvo excepciones y por no más de dos años, de las llamadas “labores internas”. El trabajo ha de ser, como norma, en la sociedad, a la que nos debemos y a la que servimos con nuestro ejemplo alegre y confiado de hijos de Dios, sin máscaras, ornamentos, medias verdades ni estrategias camufladas.

- El Prelado se elegirá por un período de cinco años, no renovable y no se le llamará Padre, sino con su nombre de pila precedido de un respetuoso “don”.

- Clausura de los seminarios internos y las ordenaciones forzosas: la administración de sacramentos la llevarán los sacerdotes de la SSS+, es decir, aquellos curas diocesanos que sienten una llamada a ser de la Obra. Prohibición de que se ordene un solo agregado o numerario más. Se facilitará la dispensa eclesiástica de los que manifiesten no haber tenido nunca vocación y hayan sido “forzados” a ordenarse.

- Revisión del concepto de “centros” de numerarios, para ello se elaborarán informes psicológicos de especialistas no de Casa que especifiquen las posibles complicaciones que surgen de este tipo artificial de convivencias forzadas. Plantearé la posibilidad de generalizar las casas de ambos sexos: que sea esa la tan querida feminización hogareña del centro, no la de “criadas” o sirvientas sometidas a una muy sibilina extorsión de tipo vocacional. Donde no haya dinero para pagar un servicio doméstico, repartiremos las tareas entre todos, como en cualquier otro hogar.

- Centrar el carisma fundacional de la Obra en la santificación del trabajo y en el ejemplo horizontal de amor y encuentro con el prójimo, no en la altanera expendeduría de normas morales emitidas “desde arriba”, que tantas veces se han confundido con doctrinas coyunturales de orden político en los que la Obra no entra. Atraigamos a la gente al Amor con amor, no con hueras doctrinas memorizadas y almidonadas, que exhalan rigidez e inhumanidad a partes iguales.

- Los fieles elegirán aquel sacerdote con quien deseen confesarse y, en su caso, seguir una dirección espiritual, la cual será libre, temporal, es decir, solo cuando se necesite, y encaminada en exclusiva al progreso espiritual de la persona dirigida, jamás al consumo interno o el gobierno colegiado de esa alma. Se prohibirá explícitamente que esa labor tan sutil y meritoria, y por supuesto libérrima, la realicen personas no preparadas a tal propósito tras muchos años de experiencia y discernimiento.

- Prohibición absoluta de elaborar estadísticas, hacer proselitismo o buscar como fin en sí mismo el que haya gente que se acerque a nuestros medios de formación: desde hoy solo el ejemplo de los fieles, en su trabajo, en su familia, irradiará de suyo el carisma de la Obra que se extenderá, si Dios lo quiere, por ósmosis. La Obra de Dios, como dijo nuestro santo Fundador, es una Luz, un farol encendido, no un mecanismo de artera seducción para atraer gente para que atraiga gente. Basta. Si no podemos iluminar el mundo, tengamos encendida nuestra luz: es decir, seamos verdaderos cristianos, no juzguemos, vivamos todas las virtudes cristianas en plenitud: y de todas, la primera, el amor al prójimo, encarnado siempre en los más necesitados.

- Vamos a seguir a Cristo tal como Él nos lo pidió: voy a solicitar al Consejo que vendamos todas nuestras propiedades, tanto las legales y fehacientes como las solapadas o escondidas en múltiples sociedades interpuestas (ya me entendéis), las repartiremos con los pobres de la manera más eficaz e inteligente posible y viviremos, de verdad, la pobreza, el nunc coepit. Lo llamo “Operación ave triste”.

- Pediremos públicamente perdón a todos los que hemos dado la espalda, engañado, exigido irracionalmente, mentido y sometido a todo tipo de vejaciones. Sobre todo a los que fueron hermanos nuestros: que sepan que a partir de hoy tienen las puertas abiertas para lo que deseen.

- Transformaremos nuestra obsesión por el sexto mandamiento en una doble dirección: en primer lugar, nos “apasionaremos” por la opción preferencial por los pobres. En segundo lugar, sustituiremos las charlas y los círculos por asesoramientos filosóficos y seguimiento psicológico para los miembros que lo necesiten. Se terminaron las convivencias “de formación”, se impulsarán en cambio los retiros mixtos de Silencio y contemplación con maestros experimentados, al margen de la orden o religión que profesen.

- Nuestras casas serán casas de acogida, más parecidas al pesebre de Belén, donde convivían pastores y magos, que al palacio de Herodes, poseído por la vanidad, el fanatismo, la pusilanimidad y la envidia.

- Todo el que no tenga claro este proyecto de refundación será exonerado de su compromiso con la Prelatura. Se usará parte de monto de la venta de bienes inmuebles a la recta y justa valoración del trabajo que haya realizado cada uno en las llamadas “labores internas”. Todo el que decida irse y no reciba remuneración alguna en la sociedad será ayudado hasta que se sitúe.

- Se fomentará que los fieles tengan como prioridad el trato amoroso con sus familias. A partir de ahora, la expresión “vida de familia” solo hace alusión al dulcísimo precepto: padres, hermanos, amigos. La familia de cada uno será el lógico y principal foco de irradiación de nuestra mirada amorosa sobre el mundo. En eso sabrán que somos cristianos.

Queridos hermanos, que Dios nos ayude en esta nueva y luminosa etapa que nos aguarda con ilusión y denuedo: a Él, y solo a Él, nuestro único y verdadero Padre, me encomiendo.

Vuestro Prelado Fernando







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