Jesuitas y Opus Dei.- Gómez
Fecha Friday, 29 December 2017
Tema 100. Aspectos sociológicos


A propósito de jesuitas, de los que se habla tanto últimamente.

1 Bogotá, 1969. Comienza el Centro de Estudios en esta ciudad, después de haber funcionado por unos años en Medellín. En 1968 ha habido más pitajes en Bogotá que en Medellín. De los 25 numerarios del Centro de Estudios, entre residentes y adscritos, 7 estudiamos en la universidad de los jesuitas, la Javeriana. Tres están en Medicina, donde además hay una numeraria; dos en Derecho, uno en Sociología y uno en Arquitectura. Nunca se nos dijo que no pudiéramos estudiar en la Javeriana, institución educativa de tal prestigio que es llamada Fábrica de Presidentes, por su Facultad de Derecho, de donde han egresado varios de los mandatarios de los últimos períodos presidenciales, pero institución religiosa dirigida por «los de siempre», los jesuitas. Eso no importa. Ahí está la flor y nata de la sociedad colombiana.

El apostolado está muy difícil en mi Facultad. Al elaborar la Lista de San José doy como único nombre el de un joven muy serio, de corbata diaria, buena pinta, con quien he tratado de intimar, pero sin mayor éxito. Solo unos meses después voy a entrarme de que es jesuita. El numerario que estudia sociología es el más apostólico. Llena el aforo de meditaciones, retiros y cursos de retiro con sus compañeros. Aún no sé cómo lo hace. El apostolado de los que estudian Medicina es contradecir al decano, un jesuita que predica contra la Humanae Vitae, defiende la píldora anticonceptiva y trabaja con otros intelectuales en la defensa del Derecho a Morir Dignamente. Uno de «los de siempre» predica herejías, pero ahí están esos tres numerarios (cuatro, contando a la numeraria) dispuestos todos a dejar las cosas claras.

La numeraria dejó de serlo terminando la carrera de Medicina; el numerario de Arquitectura despitó diez años después; uno de los de Derecho despitó muy pronto y el otro fue al Colegio Romano y regresó ordenado; ahora es capellán de una universidad que no tiene nada que ver con la Obra, y está incardinado en la Arquidiócesis de Bogotá. De los tres de Medicina, dos fueron al Colegio Romano y regresaron ordenados, y ninguno de los dos perseveró. El que estudiaba Sociología fue al Colegio Romano, regresó ordenado y es el único que persevera en la Obra.

El entonces decano de Medicina ha publicado varios libros con su pensamiento de avanzada, ha sido silenciado una vez por su superior jesuita y otra vez por el obispo de Bogotá. Volvió a escribir públicamente para darle la bienvenida a su hermano el papa Francisco, dulce defensor de los pobres, con motivo de su visita a Colombia (septiembre, 2017), y sigue dando guerra a sus 92 años.

2 Bogotá, 1981. Acabo de regresar de mi especialización en la Universidad de Navarra y soy profesor en la Universidad de la Sabana (obra corporativa). Les pido a mis alumnos que lean una serie de obras relacionadas con la asignatura que dicto, y la lista incluye Crónica de una muerte anunciada, de Gabriel García Márquez. Los alumnos leen la obra, la disfrutan, la analizan, descubren la magnífica literatura de un gran escritor, menos un alumno. Un alumno numerario. El alumno numerario viene a mi oficina, se me acerca sigilosamente y balbuce algo como «… que hables con el decano sobre García Márquez». Voy a la oficina del decano numerario y le pregunto si me necesita. Me dice que no.

—Me dijo Fulanito de Tal que querías hablar conmigo sobre García Márquez.

—Ah, ¿los pusiste a leer a García Márquez?

—Sí, Crónica de una muerte anunciada.

—¡Por Dios!, ¿y es que no sabes que esa obra y todas las de García Márquez están en el Index Librorum prohibitorum?

—No, no lo sabía —le contesto con verdad, pues yo leí en el Centro de Estudios Los funerales de la mamá grande, uno de los libros de García Márquez, y ni siquiera tuve que pedir permiso, porque estaba junto a algún otro libro del mismo autor en la biblioteca del Centro de Estudios, al lado de Roger Verneaux y de Garrogou Lagrange, junto a los fólderes de algunas materias del bienio escritas a máquina por Luis Borobio.

 —Pues lo están, y no con cualquier calificación, sino con la número 6.

—¿Y eso qué es?

—La calificación 6 es la de libros que no se pueden leer sino con autorización del padre. Háblate con el capellán.

Había dos capellanes. Yo había coincidido con los dos en el Centro de Estudios, diez años atrás. Los dos me dijeron que había que manejar las cosas con mano izquierda. No incluir esos títulos de García Márquez en la lista oficial, y si era el caso, leerles en clase a los alumnos algunos apartes. En fin, dos conversaciones muy relajadas, comprensivas, de dos curas jóvenes, liberales, que (¡por supuesto!) habían leído con fruición a García Márquez.

Por esos días, me llama un vicedecano jesuita de la Javeriana, y me pide que vaya a hablar con él, a ver si puedo dar mis clases en esa universidad jesuita, en horario compatible con el que tengo en la Sabana. Ya no soy de la Obra así que no tengo impedimento para trabajar en una empresa dirigida por religiosos. Voy. Me encuentro con un tipo fresco, sin corbata, de camisa abierta, oyendo salsa, porro, cumbia y merengue dominicano en su radio. Me dice que conoce mi libro (que no es otra cosa que una adaptación comercial de mi tesina de Navarra), que ha oído hablar de mis clases, y me contrata. Voy a ser profesor medio tiempo en la universidad del Opus Dei y medio tiempo en la de los jesuitas. Para no meter la pata, le pregunto al cura con pinta de laico si hay alguna restricción en cuanto a lecturas. Me dice sorprendido por mi pregunta que no, que «universidad» es ‘conocimiento universal’. Le pregunto expresamente por las obras de García Márquez. Me dice que hay que lograr que los estudiantes lean, y tanto mejor si leen a un autor de las calidades de García Márquez.

Seis años después salgo de la Sabana, por la indicación general dada por don Álvaro de prescindir de los servicios de todos los ex vinculados laboralmente a obras corporativas, y sigo varios años más en la Javeriana de los jesuitas.

Solo puedo decir que «los de siempre» no son como me los pintaron en mis años de numerario.

Gómez









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