Soterrada teología de la perfección opusina.- Norteño
Fecha Monday, 21 August 2017
Tema 110. Aspectos jurídicos


En la época colonial americana, tanto en el Norte como en el Sur, los esclavos no podían acudir a los lugares reservados para los blancos. Esa separación racial sucedía en países que eran confesionalmente cristianos y era una separación no sólo en el espacio público, sino también en el seno de la iglesia. En el Brasil católico, por ejemplo, había iglesias coloniales exclusivas para “pretos” (esclavos negros), para mulatos y para blancos y estaba prohibido entrar y, por tanto, participar de la liturgia y sacramentos, en iglesias reservadas para otros grupos raciales.

Las instituciones y órdenes religiosas también habían heredado un sistema de distinción según las clases sociales, que tenía mucho de distinción racial, porque sólo los blancos acumulaban el capital y el poder. Los monjes legos y los hermanos y hermanas de velo blanco en la vida religiosa eran consagrados de segunda categoría, con mayor dedicación al trabajo manual y sin acceso a los puestos de gobierno y decisión de las instituciones a las que pertenecían. La vocación recibida les venía asignada por las condiciones de su nacimiento: si naciste pobre, no eras blanco, no tenías pureza de sangre ni ascendientes religiosos, eras hijo natural, tenías deficiencias físicas o intelectuales… Dios no te llamaba a la plenitud vocacional y debías consagrarte como sacerdote o religioso de segunda categoría, sirviéndole a través de la obediencia y el servicio a los superiores de la institución de pertenencia.

Este sistema clasista y discriminatorio desapareció en la iglesia católica, tardíamente, en el Concilio Vaticano II. Hoy no hay distinción entre los sacerdotes, ni entre los monjes o los religiosos, porque todos tienen los mismos derechos y deberes y desempeñan las mismas funciones y trabajos. Hay algunas (muy pocas) excepciones que han mantenido su rol histórico.

Escrivá criticó los estados de perfección en la iglesia, según los cuales el episcopado y la vida religiosa son objetivamente superiores al resto de las vocaciones eclesiales. Sin embargo, pienso que él cayó en el mismo defecto que criticaba porque no fue capaz de visualizar que la creación y permanencia de agregados y numerarias auxiliares perpetuaba las consecuencias injustas de la teología de los estados de perfección.

Crear agregados y numerarias auxiliares sometidos a los numerarios, sin igualdad de derechos, deberes, responsabilidades y trabajos, pudo ser comprensible en la iglesia de los años treinta y cuarenta (aunque crear ese status en el siglo XX demuestra ser muy poco clarividente para interpretar los signos de los tiempos que se avecinaban y cuyos gérmenes ya eran visibles en aquellos años), pero no es razonable mantenerlo después de la teología y la espiritualidad del Vaticano II, en los años sesenta.

El problema del Opus dei es que nunca ha llevado a cabo el aggiornamento que sí realizaron, con dificultades comprensibles, todas las órdenes religiosas e instituciones eclesiales en los años setenta y ochenta. Nunca se ha puesto al día ni ha querido reflexionar acerca de su rol eclesial y social en los tiempos presentes. Amparándose en la mens fundatoris ha ninguneado los documentos papales sobre la disciplina de la iglesia, reinterpretándolos a su manera para seguir su propio rumbo al margen del sentir de la iglesia.

Consecuencia de esa “chulería” de la élite frente a la clase de tropa, se han mantenido actitudes concretas en el Opus dei que vienen a reconocer una soterrada teología de la perfección opusina. Mantener hoy, en el siglo XXI, las distinciones de clase entre numerarios, supernumerarios, agregados y numerarias auxiliares puede ser útil a nivel funcional, pero no a nivel orgánico cuando genera discriminaciones efectivas en la elección de candidatos por razones varias (purezas e impurezas varias, propias o familiares) y en los derechos y deberes organizativos, laborales e incluso religiosos.

Sobre el papel todo se puede justificar. También el mantenimiento de estas situaciones que la iglesia ha rechazado para todas las instituciones eclesiales, aunque también ellas las hubieran sostenido en sus orígenes fundacionales y podrían haber encontrado excusas para su permanencia, si hubiesen querido. En Opuslibros se han descrito muchas situaciones sorprendentes y escandalosamente discriminatorias dentro del Opus dei actual que tienen que ver con el papel de cada uno de estos grupos intraopusinos. Estas discriminaciones pienso que con son consecuencia de una mala praxis o de errores humanos, sino que son consecuencia de la praxis establecida normativamente.

Hoy, en la iglesia católica,  aún queda una única institución en la que sus miembros, en sentido metafórico, sólo pueden “ir” a iglesias de “pretos”, mulatos o blancos, según su condición económica, natural, social o de otra índole discriminatoria… Aquí podemos poner todos los ejemplos que queramos: desde el acceso a la vocación, la participación o exclusión en los órganos de dirección y gobierno, la asistencia al culto en determinados oratorios, el acceso a concretas casas de retiro, zonas reservadas para algunos, tratamientos protocolarios, situaciones privilegiadas…

Si en el Opus dei todos son, teóricamente, hermanos espirituales y miembros de una misma familia, en la realidad, por falta de dicho aggiornamento interno a las directrices eclesiales, hay hermanísimos y núcleos de familias duras, que están enquistados, a los que sólo se puede acceder mostrando y demostrando no la santidad, la valía o los méritos, sino las tarjetas de crédito, el documento de identidad y el libro de familia.

Mientras los cabecillas del Opus dei no quieran adoptar decisiones al respecto que hagan efectiva su apuesta por el cambio interno (aunque ya llevan un retraso de 50 años con respecto al Vaticano II) todo será humo y simulación cara a la galería.

Norteño









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