Primera Confesión fuera de Casa.- Salypimienta
Fecha Friday, 11 August 2017
Tema 070. Costumbres y Praxis


Hace unos días estaba recordando la primera vez que me confesé fuera de la Obra. Quiero aclarar que desde los 16 años en que me acerqué por primera vez al Opus Dei, hasta los 43 que lo dejé, nunca lo hice con ningún sacerdote que no fuera de Casa. Durante 27 años seguí el mismo rito de confesión, al mismo ritmo y confesando casi siempre las mismas faltas.

Al salir de la Obra, durante algún tiempo abandoné la mayoría de las prácticas de piedad, tal era mi saturación. Creo que sólo cumplía con la Misa dominical y eso, porque me daba un remordimiento de conciencia espantoso no ir. Total, que un día, los escrúpulos me ganaron y decidí que debía confesarme. Hacerlo con el cura de la Parroquia un domingo durante o después de la Misa me parecía peligrosísimo, ¡ve tú a saber qué doctrinas retorcidas tendría aquel sacerdote! -eso era la idea que me metieron durante muchos lustros en la cabeza-. Pensé que lo mejor era ir con algún sacerdote de mi confianza. Me decidí por mi maestro favorito de la universidad, un jesuita muy culto, al que quise muchísimo. Creo que desde que le llamé por teléfono para pedirle una cita para confesarme debió pensar que había hecho una barbaridad. Cuando llegué a verlo a su despacho a la universidad, me veía con cara de ¿qué traerá ahora esta loca?

He de decir que ese sacerdote conocía perfectamente la Obra, ya que algunos de sus familiares cercanos pertenecen al Opus Dei, e incluso uno de ellos fue durante muchos años el Consiliario de mi región. O sea, tenía perfecta idea de las que se gastan los miembros, y de las rarezas que los caracterizan. Nada más llegar, me dijo que me sentara y tranquilamente me dijo: -Pues bien Salypimienta, soy todo oídos. Mi cara debe de haber sido todo un poema a la estupefacción. ¡Cómo!, ¿Confesarme sin rejilla?. Cuando se lo mencioné -lo de la rejilla- me dijo: aquí no hay, así te voy a confesar. Cuando le pregunté que si me hincaba, me dijo que no era necesario, y cuando le dije que si no iba a ponerse la estola, con el máximo aburrimiento la sacó toda hecha churro arrugada y polvorienta del fondo de un cajón. La sacudió, la besó, se la puso y ¡por fin! pudimos dar inicio a la confesión.

Durante un rato largo le expuse con todo detenimiento los avatares, las penas y las miserias de mi alma. Pensaba que debía de conocer aquel buen pastor mi alma tal cual, para poderme dirigir en el camino hacia la santidad. Ahora lo pienso, y las caras que hacía el buen hombre, que para mí eran terroríficas, ya que pensaba que estaba oyendo los pecados más horribles de su vida, seguramente eran las muecas que tenía que hacer para contener las carcajadas que se tenía que aguantar heroicamente para no hacerlo frente a mí. Ya cuando acabé, me dijo lo más serio que pudo: - ¡Nada!, ninguna de las cosas que me has dicho es pecado, ¡vaya!, ni siquiera venial. ¿Qué es eso del descuido con el trato al Custodio?, ¿Qué es eso de las miradas a la Virgen?, ¿Qué es eso de las mortificaciones?... ¿No estarás haciendo alguna estupidez verdad?. Comencemos de nuevo. Y me dio una hoja que decía: "Examen de Conciencia para confesarse". En cuanto lo comencé a leer casi me caigo de la silla. Había cosas que ni drogada se me hubieran ocurrido hacer. Con cara de espanto le dije: - A mí nunca se me ha ocurrido ni siquiera pensar en la mayoría de las cosas que dicen aquí. A continuación me echó un sermón sobre las personas escrupulosas que ni viven ni dejan vivir, me explicó del mandamiento del Amor que era el único que importaba y nada más para que me fuera tranquila, me puso de penitencia UN PADRENUESTRO.

Lo vi algunas veces más antes de que muriera. La última vez nos reímos mucho recordando aquella confesión. Ahora, alguna vez que traigo incomodidades en la conciencia me confieso con el párroco de la Iglesia a la que voy a Misa los domingos. Tiene una doctrina maravillosa... por lo menos hasta ahora no me han salido cuernos ni huelo a azufre. Besos a todos.

Salypimienta









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