El trato con la administración.- dlmO
Fecha Wednesday, 24 May 2017
Tema 070. Costumbres y Praxis


Al hilo del escrito de Shukem (Tú a lo mejor me quitabas el hipo…), referente a las relaciones entre numerarios y numerarias, me ha venido a la cabeza, una anécdota que me sucedió viviendo en el Colegio Mayor Moncloa –centro al que me destinaron al salir del centro de estudios- y que, para los profanos, era y es un colegio mayor “abierto”, es decir, un centro donde residen universitarios que no son de la obra junto a miembros de la misma. O, en otras palabras, es un “semillero de vocaciones” donde la labor de los numerarios estaba fundamentalmente focalizada en hacer proselitismo (creo que ahora esa palabra aconsejan no usarla) entre los residentes.

Por aquél entonces yo no era parte del consejo local pero, cierto día al acudir al comedor para la cena, el cura me dijo que, como no estaban presente ninguno de los directores, tenía yo “que hacer cabeza”. En la práctica, eso se traducía en tener que sentarme en la mesa destinada al director y situada en el centro del comedor, hacer sonar la campanilla al comienzo y al final de la cena, que era la señal para bendecir la mesa e indicar que la cena comenzaba y, al final, dar gracias a Dios. Además, debía transmitir a la administración cualquier cosa que fuera necesaria pues en estos Colegios, lo mismo que en los centros sólo de numerarios, ningún residente podía hablar directamente con la administración sino que, para cualquier cosa que necesitara, debía dirigirse al director o a quien “hiciera cabeza” en su nombre, quien a su vez, se la transmitía a la administración.

El comedor era, por tanto, el único sitio donde un numerario podía hablar directamente con una numeraria (fuera del comedor se utilizaba un telefonillo de comunicación interna situado en el despacho del director). Por supuesto, no hablo de los sacerdotes numerarios quienes, hablarían con las numerarias en confesión o como quiera que lo hicieran –lo desconozco-. Era por tanto, excepcional, que un numerario y una numeraria se intercambiaran palabras pero, “para aparentar cierta normalidad” en el comedor se hacía así. Claro está que los mensajes debían ser escuetos, claros y directos como, por ejemplo, “en la mesa del fondo hace falta agua” o “llegarán tarde dos personas y habría que dejarlas cena en el antecomedor”. No se usaban las fórmulas de cortesía de “gracias” o “por favor”. Hoy día, me parecerían “de mala educación” pues a nadie se le trata así. Entonces parecía normal y estábamos acostumbrados a verlo, a diario, en el centro de estudios y casas de retiros.

Volviendo a mi anécdota, y ya iniciada la cena, uno de los residentes me pidió que le dijera a la administración que otros dos chicos llegarían tarde y que necesitarían que se les dejara cena para ellos por lo que, casi al finalizar, toqué la campanilla. Al momento, se acercó una de las mujeres que atendían el comedor. Debo decir que, en estos casos, todas las miradas del comedor se volvían a la escena y es que, se conoce, entre los residentes había chanzas sobre las estupideces de los numerarios en el trato –o no trato- con la administración. Y más, en particular, en la mesa de dirección en la que ese día, aparte del cura y de mí estaban sentados otros tres chicos “que no eran de casa” (no eran miembros de la Obra) y un “supernumerario joven” (de esto, quizá, hablaré otro día, pero había varios supernumerarios a los que se admitía en la residencia con la esperanza de que se pasaran a numerarios…). Perdón si me voy del tema.

Se acercó la numeraria en cuestión y, siendo yo consciente de las miradas del resto de residentes, y saltándome adrede las normas del Vademécum que regula las relaciones entre numerarios y numerarias le dije textualmente y mirándola a los ojos “buenas noches; harían falta, por favor, dos cenas para más tarde; gracias”. La numeraria asintió y se retiró. En la mesa se instaló un incómodo silencio, pues el cura no habló nada el resto de la cena, que ya estaba a punto de terminar. Al día siguiente, el supernumerario pidió verme a solas para hacerme una corrección fraterna que el cura, con la venia del director, le pidió que me hiciera (al parecer, los curas no hacen correcciones fraternas directamente o, al menos, yo nunca les vi hacer). El supernumerario, que estaba bastante cortado y consciente de lo absurdo del momento, me dijo que sólo me transmitía lo que le habían pedido que hiciera: recordarme que a la administración no se la debía mirar a los ojos y que los “porfavores” y “gracias” no son necesarios porque se alarga y enreda las comunicaciones. O algo por el estilo. Los residentes tenían razón: éramos estúpidos. Muy estúpidos.

dlmO









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