Comentarios a la carta de Javier Echevarría a Maricarmen Tapia.- Heraldo
Fecha Wednesday, 15 March 2017
Tema 115. Aspectos históricos


Me he quedado muy impresionado con la lectura de las cartas que se cruzaron en el 2013, y me gustaría hacer algunos comentarios sobre la carta de D. Javier.

 

D. Javier intenta suscitar miedo en Maricarmen, un miedo que le haga dudar hasta de sus más íntimos recuerdos. Le dice a Maricarmen que la muerte llama a la puerta y que es mejor que arregle de una vez las cuentas que tiene pendientes con Dios por las mentiras contenidas en su libro Tras el Umbral. Muy mal comienzo...  



Enseguida afirma que él nunca leyó los escritos de Maricarmen más que superficialmente. Yo creo que no los leyó ni superficialmente, pues esta práctica es la más frecuente en la Obra. Siempre hay alguien que por oficio tiene que leer todo cuanto se escribe, digámoslo así, contra la Obra, y los demás se tragan el dictamen. No vale la pena dedicar un minuto a esas estupideces. El oficio de revisor actúa con evidente prejuicio apologético. Pero pocas veces alguien más se hace cargo responsablemente y con criterio propio. Es un trabajo que se lleva a cabo en la Obra igual que todo lo que ahí se hace: desde una voluntad preponderante que dice que la Obra es de Dios y que el cielo está empeñado en que se realice. A cualquier cosa que se interponga se le atribuye procedencia diabólica. Esta voluntad preponderante y sin medida desbarata todo a su paso para abrirse camino.

 

Echevarría afirma que los hechos no ocurrieron como Maricarmen afirma. Por ejemplo, niega que el Padre le haya llamado “puta” y “puerca”, y argumenta señalando testimonios firmados de otros testigos presenciales que escribieron en aquel entonces versiones distintas. Por supuesto que existen esos otros testimonios firmados, y por supuesto que dichos testimonios muestran versiones distintas. Esto lo sabe cualquiera aún sin leer esos testimonios. Pero también hay que decir que esos testimonios ocultaban y ocultan la verdad de los modales groseros del Fundador. Estábamos entrenados para ello, y jamás se habría permitido que un testimonio afirmara cosas que pudiera llegar a interpretarse peyorativamente.

 

No obstante lo anterior, muchos sabíamos de las intemperancias y estridencias de Escrivá, todas las cuales se reelaboraban interpretándolas como consecuencias del celo de su amor a Dios, o de su sentido del humor, o de su mentalidad laical, o de lo que hiciera falta. Teníamos claro que el Padre tenía un carácter muy fuerte y explosivo, que lo convertía en esos momentos en una persona insoportable y devastadora, que hacía imposible la convivencia humana, a no ser desde una total sumisión y fanatismo hacia su persona. D. Pedro Casciaro fue un hijo predilecto de Escrivá -al principio más que D. Alvaro-, y nos llegó a contar que él prefirió marchar a México antes que seguir con su vida junto al fundador. Al fundador sólo lo aguantaban dos personas: D. Alvaro, cuyo sometimiento fanático siempre le cegó; y D. Javier, que era un muchacho manipulable, sin vida ni pensamiento propios.

 

A lo que voy es a  lo siguiente: quienes conocíamos al fundador de modo más cercano, bien de modo directo o bien porque teníamos información privilegiada, sabíamos perfectamente que el Padre decía y hacía esas cosas que cuenta Maricarmen. Y no sólo las decía de una mujer, sino que en su vanidad las decía hasta del mismo Papa y de personalidades eclesiásticas. Le encantaba la hipérbole y no era en absoluto ponderado al hablar, menos aún cuando hablaba ante grupos reducidos de personas de confianza. Esas chirriantes estridencias, y muchas otras cosas más, no se incluyeron en sus biografías para no entorpecer un proceso de canonización que se deseaba a la máxima velocidad. Hasta tal punto era así que no me imagino que hablara de otro modo de las bragas de Gladys, como bien refiere Maricarmen.

 

La historia escrita de la Obra, y más todavía la historia del fundador, es una historia color de rosa que poco tiene que ver con la realidad de lo ocurrido. Por cierto que eso la hace inmensamente aburrida. Todo ha sido edulcorado para parecer celestial, pero la realidad ha sido muy otra. Ahí ha habido cadáveres por doquier, y sangre y sufrimientos. Es la historia del desarrollo de una institución que destroza todo cuanto encuentra su paso para prosperar. Se cambian palabras, se omiten parte de los hechos, se sepultan personas en el olvido, etc. Antes de la muerte de Escrivá se tenía muy claro que todo escrito sobre él estaba en función de servir a su futura canonización. Es ridículo que D. Javier pretenda convencer a Maricarmen de que no ocurrió lo que ocurría tan a menudo. De lo que D. Javier acusa a Maricarmen es precisamente lo que han hecho en la Obra hasta lo grotesco: todo un montón de tergiversaciones unidas a datos históricos para dar sensación de objetividad.

 

Sobre si la Obra es una secta machista y discriminadora, señalaré que por supuesto que es una secta. Y para mí que la razón principal para esta afirmación no es porque sea machista y discriminadora, sino porque la Obra se considera unida a Dios de modo directo a través del Padre (Fundador o Prelado) al margen o en paralelo de la autoridad de la Iglesia, a la que oculta un montón de cosas, actuando por su cuenta con plena conciencia. La Obra es una secta porque ese paralelismo rompe la unidad de la Iglesia y particulariza a la Obra, constituyéndola en un gueto aparte, cuando afirma la existencia de esa otra línea de unión con la inteligencia y voluntad divinas, desde la cual juzgan a la Iglesia misma y a toda su jerarquía y terminan haciendo lo que quieren, so pretexto de cumplir la voluntad de Dios. Ciertamente no afirman dogmas distintos, pero sí modos de realizar el cristianismo que contradicen el sentir de la Iglesia universal y las normas vigentes. Tal es el caso de la manipulación de la dirección espiritual al servicio del gobierno de la Obra, que es una praxis perversa que continúa intacta en la Obra, y que tiene que seguir así porque de otro modo el Opus Dei sería inviable. La única diferencia entre la situación actual y lo que se venía viviendo antes de la ignominiosa carta del Prelado de diciembre de 2011, es que ahora se hace lo mismo pero con el más completo sigilo y sin dejar evidencias.

 

¿Machista y discriminadora? Sí, sin duda, sin la menor vacilación. Y no es que Maricarmen aproveche el feminismo en boga. Simplemente que gracias a un cambio de sensibilidad operado en la segunda mitad del siglo pasado, hemos podido ser más conscientes de este tipo de defectos que arrastran las instituciones surgidas bajo una sensibilidad periclitada.

 

¿Usaba el Padre gestos femeninos y exagerados? Es algo muy de percepción personal. A lo largo de los años fui testigo de algunas personas que sintieron rechazo de su persona y predicación por ese motivo. A otros no nos molestaba. ¿Usaba gestos exagerados? Sí, y muchos.

 

Yo no sé si el Padre dijo que prefería que sus hijas murieran sin los últimos sacramentos a que las atendiera un jesuita. Lo que puedo asegurar es que a lo largo de mi vida en la Obra supe de desplantes de este tipo provenientes de su boca. Eran cosas que se contaban en tertulias clandestinas o en situaciones marginales, nunca en medios de formación o en las tertulias oficiales. Por ejemplo Gervasio nos cuenta: “como nuestro Santo Fundador nos advirtió, Pío XII fue un marrano, que consideró lícita la continencia periódica como modo de evitar la natalidad; Juan XXIII con su notoria inconsciencia infantil convocó un concilio ecuménico, que tantos males trajo a la Iglesia y que poco a poco vamos remediando. Pablo VI era un jesuitón, que se dejaba aconsejar por quienes han hecho tanto mal a la Obra de Dios” (cfr. Nuevo catecismo de la Obra). Durante mi permanencia en la Obra algunos llegábamos a conocer este tipo de afirmaciones y actuaciones del fundador. Aunque de algunas frases no puedo recordar palabras exactas, el tono era exactamente ese.

 

Tampoco me extraña lo que se dice de la importancia de la charla fraterna sobre la confesión. Insisto en que la Obra como tal no existe sin el uso fraudulento que se hace de la información obtenida en la charla fraterna. Yo trabajé más de 20 año en organismos de gobierno de la Obra, y puedo asegurar que todas las decisiones sobre las personas (que son el día a día de las decisiones de gobierno) se basan en datos confidenciales obtenidos en la charla fraterna, por muchas cartas que el Prelado escriba negando esta evidencia. Por lo tanto, hay un sentido claro para la afirmación de Maricarmen: hablando en absoluto es más importante la confesión porque es un sacramento de la Iglesia de Cristo; pero para la Obra como tal es más importante la charla.

 

Hacia el final de su carta, Echevarría alude a un supuesto arrepentimiento de Raimundo. Es una alusión trapacera. En primer lugar, ¿quién puede probarlo? En la Obra se cuentan a diario anécdotas inventadas que no tienen más fundamento que el deseo de edificar a los demás. No exagero si digo que algunos llegamos a perder la capacidad de distinguir la verdad de la mentira, formulando anécdotas edificantes que poco a nada tenían que ver con los hechos. Tampoco sentíamos el menor remordimiento de conciencia. ¿Qué probabilidades hay de que fuera verdadero el mencionado testimonio? Todo era para el bien de la Obra. Esas anécdotas, contadas en tertulias y medios de formación son peores que las revistas internas, las cuales carecen del más mínimo rigor histórico.

 

Además, la anécdota habla de un arrepentimiento no sobre su postura frente a la Obra o respecto del fundador o de la vocación al Opus Dei, sino sólo frente a la doctrina de la Iglesia. Son cosas radicalmente diferentes que aquí utiliza Echevarría confusamente.

 

Por otro lado, ¿qué tanto valor tiene un “arrepentimiento” a las puertas de la muerte? Puede tener mucho valor, pero también puede tener muy poco. Tal vez yo me arrepienta en el postrer momento de mi vida de estas líneas que ahora escribo, pero si me arrepiento sólo por miedo ese arrepentimiento carecerá por completo de valor. Pero a Echevarría no le importa. Busca suscitar miedo en Maricarmen porque lo único que le interesa es alcanzar su objetivo: anhela la retractación escrita y pública de Maricarmen, importándole muy poco su persona. Se ve que tal retractación la desearon vivamente en la Obra. Pero el Dios de la verdad no se las concedió.

 

Pero eso sí, siempre nos encomiendan. Nunca nos brindan ninguna ayuda material ni tienen un gesto humano desinteresado. Rezan por nosotros cual si fuéramos almas del purgatorio. “Todos los días”, le dice a Maricarmen. Me muero de la risa. Hay abundantes lecciones de simulación que se aprenden bien en la Obra. Una vez le oí decir a un sacerdote que a diario le pedía al Señor en la Misa “por todos aquellos que debía encomendar y por todos aquellos que se habían encomendado a sus oraciones”. De este modo sumario lo despachaba todo, para después poder adornarse con santa pillería.

 

-    ¿Me ha encomendado, Padre?

-    Te encomiendo todos los días, nunca me olvido de ti.

 

Los sucesos que nos cuenta Maricarmen en Tras el Umbral son errores graves, muy graves, en la vida de Escrivá y de su gobierno de la Obra. Errores que nunca fueron reconocidos ni mucho menos subsanados. Errores por los que no se pidió perdón. Errores contumaces que, por desgracia, sabemos ahora no fueron errores aislados, sino uno de tantos entre muchísimos. Errores motivados por la inmensa soberbia de creerse asistidos directamente por Dios. Errores que constituyen atropellos muy graves de las personas, a las que les arruinan la vida y comprometen su felicidad. Errores que han dado como resultado la pérdida de la fe de muchos creyentes, en otros tiempos personas llenas de un fervor sencillo. Y así sigue la Obra adelante, sin reconocer sus errores, atropellando a cuantos encuentra a su paso, actuando en nombre de Dios.

 

Yo no sé a los demás. A mí la carta de Javier Echevarría se me cae de las manos a pedazos, palabra por palabra. Lo único rescatable es, como dice Maricarmen, la obligación que se tiene de repara las calumnias y difamaciones a terceros, que es precisamente lo que ellos no hacen, porque son incapaces de reconocer sus errores. Por más que busco, sigo sin encontrar una sola afirmación valedera por sí misma al margen del miedo que quiso suscitar en Maricarmen para hacerla vacilar en el postrer momento de su vida. Me parece un procedimiento miserable e indigno de un hombre de bien. Y me congratulo de que Maricarmen se haya sostenido hasta el final con esa valentía que ya quisiéramos tener muchos varones.  

 

Heraldo







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