Mi madre y la acepción de personas.- Fueraborda
Fecha Friday, 17 February 2017
Tema 078. Supernumerarios_as


Fue la semana pasada, cuando acudimos toda la familia al pueblo natal de mi madre, en cuya tierra dejaríamos sus restos mortales. Precedió al entierro una sencilla Misa. Llegó la homilía, soporífera, hasta que algo me hizo dar un respingo en el banco: "... No hizo acepción de personas", decía el cura de mi madre, a la que no conoció.

"Acepción de personas" esa frase... ¡Cuántos años! “Acepción de personas”…

¡Ese cura es del Opus!, codeé a mi marido. Lo confirmó él mismo cuando, más adelante, dijo que todas las mañanas al levantarse, nuestra madre decía: ¡Serviam! (¿No se preguntarían los fieles si acaso estaba él presente en ese despertar?) Dejando aparte la Escrivariana frase que sólo los opusinos repiten con frecuencia y que cuyo sentido sólo ellos entienden, (a pesar de que "no tenemos vocabulario propio”), me quedé pensando más tarde si aquello que con tanta seguridad aseguró el cura, había sido realmente cierto.

Y empecé a pensar en mi madre. En aquella cariñosa y querida madre que el opus me arrebató siendo yo aún muy pequeña. Y es que el cura se equivocó: a mi madre, (como a él, y como a mí, y como a todos), mientras le predicaban por un oído que no podía hacer "acepción de personas", por el otro le decían: no pierdas el tiempo con ésta que nunca pitara. O le decían: saca la obra adelante con estos encargos apostólicos aunque no tengas tiempo para tus hijos, que ya se encargarán sus custodios. Pero desgraciadamente, nuestros custodios nunca supieron sustituir a nuestra madre ausente. Y en el tanatorio, presente el cuerpo de mi madre, y su alma de testigo, era un continuo elogio a su don de gentes, a su atractivo personal, a su eterna sonrisa acogedora. Y yo, por mucho esfuerzo que ponía en recordarla así, no lo conseguía, porque mi madre estaba siempre ausente. ¡Claro que le enseñaron muy bien a hacer acepción de personas! y ella así lo aprendió: debía ir a por las más influyentes, las más acaudaladas, las más pitables. A nosotros, sus pequeños, bastaba con confiarnos a la Sagrada Familia, como así lo hacíamos en su dormitorio, todos juntos, el día de esta invocación. Me dio infinita pena pensar en el sufrimiento grande por el que tuvo que pasar cuando se vio en la tesitura de tener que canjear su generosa entrega a los hijos por su generosa entrega al flamante y entonces novedoso opusdei, al que se creía llamada por Dios desde la eternidad.

Querida mamá, ¡qué bien encarnaste el espíritu! ¡Cuánto te han elogiado las directoras! Y tú, qué cosas contabas de cuando las supernumerarias de España cabíais en un autobús que os llevaba a Molinoviejo para asistir a vuestros medios de formación. Triste ausencia en casa.

¿Te acuerdas, cuando pasados los años, te lamentabas de que la vida de tus hijos no tenía nada que ver con lo que tú esperabas y anhelabas? “Algo habremos hecho mal”, me decías, entristecida.

No, no tiene razón el cura en su sermón. Aunque se predique lo contrario, la vida entregada en la obra supone una continua acepción de personas. De nuevo la esquizofrenia de una cosa y su contraria. Mi madre, esa gran desconocida a los ojos de sus hijos, esa gran mujer para los que la trataron.

No te preocupes, madre. No tienes la culpa. Pregúntale a Dios... te sorprenderá.

Y si puedes, pregúntale de mi parte, por qué lo sigue permitiendo.

Un cariñoso abrazo a todos,

Fueraborda









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