María del Carmen Tapia, de superdirectora a persona.- Jiménez
Fecha Monday, 14 November 2016
Tema 020. Irse de la Obra


Quiero dejar sentado que en ningún caso con estas letras pretendo menoscabar el relato –y mucho menos a su figura- que María del Carmen Tapia hace de su historia en la Obra en su libro “Tras el Umbral”. Pero al leer las preguntas que se hace Zartán en su correo del miércoles sí quisiera expresar lo que opino. Son ideas que he madurado durante años, desde que allá por los 90 me hice con la primera edición del libro cuando vio la luz en España.

María del Carmen Tapia, una persona de fuerte personalidad y carácter, según ella misma reconoce, entra en la Obra a finales de los años 40. Tras tener diferentes destinos en casas del Opus Dei en España en los que se foguea, su estilo debió gustar tanto a las directoras –y a Escrivá- que es escogida nada menos que para desempeñar el cargo como una de las secretarias de Escrivá para la sección femenina en Roma, ocupando también varios cargos en la Asesoría Central. Parece que estos trabajos los desarrolló con la eficacia que demandaba la institución, lo que es igual a decir que a plena satisfacción del fundador. Lo que quiero hacer notar es que hasta ese entonces Tapia fue y ejerció como una superdirectora plenamente identificada con las directrices del “Padre”. Un eficaz e importante tornillo dentro de la maquinaria que dio pruebas de escoger lo institucional antes que lo que el sentido común indica: por ejemplo, fue capaz de estar muchos años sin relacionarse con su madre, que jamás aceptó el hecho de que se hubiera metido en la Obra.

No tengo datos, pero creo que no me equivoco mucho si afirmo que María del Carmen en ese periodo hubiera reaccionado con idéntica insensibilidad, frialdad y falta de caridad que esos altos directores que a menudo salen en los escritos de Opuslibros. No creo que Tapia, en esa etapa, hubiera brillado por su comprensión ante, por ejemplo, el abandono de la obra por otros miembros.

El cambio de María del Carmen Tapia se opera en Venezuela. No al principio, cuando ella misma reconoce que, mediante informes, pone verde a la anterior directora de la Región. Es una transformación paulatina. Posiblemente no fue un factor ajeno a ello la sustitución del consiliario Doctor Molés por Roberto Salvat. Este último, según relata en el libro, manifestaba un carácter frío y un cierto desdén por las iniciativas de la sección femenina; a ello se sumó además una falta de empatía personal con María del Carmen, que desembocó en numerosos choques, amén de reportes del Consiliario a Roma sobre una actitud crítica de Tapia para con las directrices del “Padre”. Entiendo además que María del Carmen encontró en Venezuela esa “pradera” de la que habla Antonio Esquivias en su libro: un espacio autónomo (o eso pensaba ella) en el que desempeñar el trabajo de las mujeres en la Región queriendo y siendo querida y donde las componentes de la dirección de Venezuela eran “su” equipo. Tremendo error de perspectiva cuando se refiere a algo tan férreamente jerarquizado como el Opus Dei.

Posiblemente la madurez que da la edad también contribuyó a “humanizarla”, que es lo mismo que “desinstitucionalizarla” y erosionar su pátina de fanatismo. Errores de bulto -vistos a toro pasado, claro- fue la "ingenuidad" intentar aplicar lo que dicen los propios reglamentos internos: elegir al confesor “suplente” entre los dos previstos, reclamar el uso de manga corta en clima tropical como los demás cristianos corrientes, o hacer excursiones a la playa a falta de campo… Sí, sí, todo ello tiene su sentido e incluso figura por escrito, pero ¿cómo convencer de su conveniencia y oportunidad a una institución que tardó más de 20 años en aplicar los cambios litúrgicos establecidos por el Concilio en la misa o que permitió los pantalones -y bien anchitos- para las numerarias a mediados de los 90, cuando ya no le quedó más remedio? Evidentemente, Tapia "olvidó" que la libertad en la Obra ornamenta los escritos pero que en realidad libertad, lo que se dice libertad para hacer y deshacer, el único que la disfrutaba era Escrivá. Con esa actitud María del Carmen no podía seguir como directora.

Por supuesto, llegaron las represalias con el secuestro en Roma de varios meses. Pienso que, al margen de la aberración que supone el encierro y anulación de la libertad de la persona ¡en nombre de Dios!, la intención de los mandamases de la Obra era “retornar” a María del Carmen Tapia a la numeraria que había sido antes de partir hacia Venezuela. Creo que pensaron que con las palabras del “Padre” y una buena dosis de presión de las directoras Morado y Kücking la volverían a formatear y lograrían reencauzarla para seguir aprovechándola porque tenía madera de dirigente. Pero ya era demasiado tarde y el final de la historia ya es conocido.

Jiménez









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