D. Florencio, un cachete simbólico y el mandatum novum.- Ex_apéndice
Fecha Friday, 23 September 2016
Tema 010. Testimonios


D. Florencio, un “cachete simbólico” y el “mandatum novum”.


No hace mucho, Orange afirmaba en esta web que
“…Florencio Sánchez Bella, miembro de una influyente familia española en tiempos del franquismo, fue consiliario (hoy se llamaría vicario) de la región de España (del Opus) durante muchos años (1960-1984), nombrado y sostenido por Escriba…”

Estoy de acuerdo en con él, pero discrepo en un pequeño matiz: la familia Sánchez Bella no fue demasiado influyente, al menos en sus orígenes. Es cierto que los tres hermanos llegaron a serlo –y mucho-  en la España franquista que les tocó vivir, pero eso se debió a su gran valía personal, a su inteligencia o a sus dotes naturales, no a su origen familiar, que fue bastante modesto...



Por lo demás, esas humildes raíces no les restan mérito alguno. Al contrario, es encomiable, para ellos y para sus padres, el hecho de que llegaran a ocupar los cargos que detentaron sin otras armas, ni otros blasones que su trabajo, su dedicación, unidos a las cualidades innatas de que innegablemente estaban dotados. 

Para corroborar lo que he afirmado quiero traer aquí el testimonio de José Serrano Belinchón, profesor de Lengua y Literatura y colaborador durante muchos años del diario de Guadalajara "Nueva Alcarria”. Visitó con ese motivo casi todos los pueblos de la provincia y fruto de sus viajes es su libro “Plaza Mayor”, que recoge algunos de los artículos que publicó sobre Guadalajara, sus tierras y sus gentes.

 

Refiriéndonos su visita al pueblecito de Tordesilos (Guadalajara), cuenta José Serrano:

 

“…Un muchacho me acompaña hasta los locales del actual teleclub. Es una casona alzada de nueva planta con piedra viva, hecha a conciencia. A la sombra del soportal hay una placa en la que se puede leer: “Aquí nació el 2 de octubre de 1916 el Excmo. Sr. D. Alfredo Teófilo Sánchez Bella, Ministro de Información y Turismo. El pueblo de Tordesilos se honra con dedicar esta lápida a su ilustre hijo en señal de reconocimiento y afecto - 4 de junio de 1977”.

El muchacho me informa de que ese señor nació aquí y donó su antigua casa para levantar el teleclub.

- ¿Suele venir al pueblo con alguna frecuencia?

- No. Ha venido alguna vez, pero poco.

[...]  Otro vecino y dos señoras más acuden por allí cuando andamos en estas. No recuerdo cómo pero la conversación se nos fue acerca de la familia de los Sánchez Bella, excepcional para un pueblo, sobre la que puntualiza don Teodoro Pérez:

- El padre era de aquí, un agricultor como los demás, y la madre era de Ródenas, ahí cerca, ya en lo de Teruel. En Tordesilos nació “el Alfredo”, que es el que era ministro y tiene tres años menos que yo; y “el Ismael”, apuesto que también nació aquí, que es rector, o no sé qué, de la Universidad de Navarra. Luego se fueron a vivir al Puerto de Sagunto y allí debieron de nacer los otros dos: don Florencio que es sacerdote y otra hermana que se llama Aurora…”

 

 

Rótulo de la calle, en honor de Alfredo T. Sánchez Bella, en

Tordesilos (Guadalajara)

 

La historia de la familia, por lo que yo mismo he podido constatar, consultando a personas originarias de Tordesilos, nos cuenta que la madre de los Sánchez Bella, nacida en Ródenas (Teruel), era maestra y fue destinada a Tordesilos, en donde contrajo matrimonio con un labrador de aquel pueblo. Es decir no se trataba de un terrateniente destacado o influyente, sino de un agricultor como los demás  de la zona, no necesariamente acaudalado.

 

Me consta también, que los Sánchez Bella residieron efectivamente en Puerto de Sagunto. Aún existe allí la casa en que vivieron e instalaron una academia donde se impartían clases particulares complementarias a los alumnos de las escuelas e institutos  públicos de la localidad o, según era frecuente entonces, a los que se examinaban como alumnos libres en los mismos.

 

Desconozco personalmente las circunstancias concretas en las que los cuatro hermanos Sánchez Bella pidieron la admisión en el Opus. Sólo Alfredo Teófilo se desvinculó de esa institución, instituto secular, prelatura o lo que quiera que sea, no mucho tiempo después de “pitar”.

 

Algo me suena, aunque no lo tengo por seguro, que su contacto con la obra se produjo a raíz de que eran colegiales becados (de eso sí estoy seguro) en el Colegio del Patriarca de Burjassot (Valencia), institución fundada por S. Juan de Ribera, para acoger alumnos universitarios  superdotados como se les suele llamar pomposamente en la jerga científica de la Psicología. Eran también becarios del Colegio del Patriarca Rafael Calvo Serer, Amadeo Fuenmayor y otros valencianos “ilustres”. Allí en aquel selecto recinto, según he oído contar más de una vez, en tertulias y otros foros internos opusinos, coincidieron todos ellos con Escrivá, que les predicó unos ejercicios espirituales “antológicos”, de los que salieron “tocados del ala” y acabaron pitando casi todos, como no podía dejar de ser –nos contaban en alguna tertulia- si tenemos en cuenta el pico de oro “tumbativo” y el “gancho” apostólico del gran predicador y santo marqués, al que quizá, quizá, pienso yo, Dios le ayudaría también un poco. ¿O no?

 

Es de notar, aunque es algo bien conocido en el mundillo escrivariano, que no fueron (los Sánchez Bella) simples numerarios de a pie, pues llegaron a ocupar todos ellos, incluida Aurora, cargos de bastante responsabilidad, en las altas esferas jerárquicas de la “curia” opusina. Caso aparte merece Alfredo, que también hizo una brillante carrera política, en su caso después de “despitar”, durante la era franquista.

 

     Añadiré que en una ocasión, allá por el año 1962 o 1963, estaba yo en el oratorio de una casa de numerarios de Madrid a donde había ido a hacer la oración, cuando al abrir la puerta para salir casi me di de bruces con el director, Jerónimo Padilla (buena persona donde las haya), que acompañaba a D. Florencio, ya consiliario del Opus en España por aquel entonces.

 

Fui presentado a él e intercambiamos un breve saludo. El casual encontronazo no daba para mucho más. Pero, para contarlo todo, debo decir que yo me quedé un poco aturdido y sin saber qué hacer, ni qué decir, en el caso de que fuera necesario decir algo. Ahora que lo pienso, lo más correcto hubiera sido permanecer calladito. El hecho es que no fue así. Para salir del paso se me ocurrió contarle (casi espetarle) que su pueblo y el mío estaban muy cercanos, cosa que es rigurosamente cierta. Enseguida advertí, con un pelín -¡ay!- de retraso, que mi espontánea declaración de vecindad, pretendidamente amigable, había sido contraproducente o cuando menos inadecuada. ¿Por qué? Pues muy sencillo, porque D. Florencio sin apenas detenerse a mirarme, esbozó un gesto de extrañeza y, sin que saliera palabra alguna de su boca, con notoria frialdad e indiferencia, se dio media vuelta y siguió su camino. No me dio una bofetada, no. Aquello fue apenas un simbólico cachete, que me dejó absolutamente descolocado.

 

Días después de este incidente le conté a Jerónimo mis temores. Me aclaró que efectivamente mi “historieta” había sido, cuando menos, demasiado campechana, para dirigirme a un director mayor, sobre todo  –me dijo- cuando de alguna manera le estabas recordando que era “de pueblo”. ¿A quién se le ocurre? Para decirlo sin rodeos: había cometido una ligera, ¿o no tan ligera?,  metedura de pata.

 

Lo cierto es que de aquel encuentro salí un poco tocado. No sé bien, si fue debido a mi bisoñez, natural timidez y excesiva sensiblería o porque caí en la cuenta de que, en la obra,  las abundantes jerarquías –directores centrales, directores mayores, jefes, numerarios, agregados, supernumerarios, etc.- estaban marcadas con una línea más gruesa y definida de lo que yo ingenuamente me había figurado. Me invadió la sensación de que se hablaba mucho de que todos somos hermanos, de que nos queremos mucho (mandatum novum, como una madre quiere a sus hijos, etc.) pero… que allí se marcan mucho las distancias: los jefes siguen siendo los jefes y los simples socios, pues eso… simples socios, como en cualquier otra institución. En todo caso esa sensación inicial se fue confirmando y acentuando a medida que aumentaban los días que permanecí en el lado oscuro.

 

Llegué a “perseverar” la friolera de 23 años, y solo muy de vez en cuando, sentí el soplo sincero del afecto, no digo el cariño, de algunos contados jefes. Sin embargo, las caras serias, las miradas heladas, los gestos adustos, la lejanía marcando distancias… aparecían con relativa frecuencia. En la etapa final, cuando ya habían logrado que tomara la iniciativa de irme, enseñaron sin tapujos su verdadera cara y los jefes me mostraron hasta dónde podían llegar en su disimulo, desapego y desafección.

 

Recuerdo todavía el vacío a que me sometió D. Francisco Vives, con su mirada gélida y su silencio, una vez que nos visitó, como enviado de don Álvaro, que ya era “El Padre”: Sólo porque se me había ocurrido saludarlo con una leve sonrisa al pasar a su lado. Entonces ya estaba acostumbrado a reacciones parecidas y no me impresionó. Solo aceleró mis deseos de largarme cuanto antes. Si eso es lo que pretendía con su actitud, consiguió su objetivo.

 

En definitiva entre la mirada cortante de D. Florencio y aquella otra gélida de D. Francisco Vives habían pasado más de veinte años. Yo, a través del famoso “plano inclinado” -¡Qué paradoja¡-, había llegado a la conclusión de que “aquello” de madre cariñosa y guapa, como nos decían que era el opus, no tenía gran cosa. Era en realidad, una mezcla despiadada de madrastra y de milicia pura y dura, según pude comprobar personalmente y confirmar después a través de tantos y tantos testimonios de los damnificados, publicados en Opuslibros.

 

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