Unos supernumerarios muy de casa.- Fueraborda
Fecha Monday, 19 September 2016
Tema 078. Supernumerarios_as


UNOS SUPERNUMERARIOS "MUY DE CASA"

Fueraborda, 19/09/2016

I. El cambio de mi familia, desde la mirada infantil.

Queridos amigos de Opuslibros:

Mi marido, que ya va entendiendo algo de esto, me ha aconsejado que escriba sobre las familias del opus. Hay sobre el tema muy buenos artículos en esta web, que Agustina, que lo tiene todo guardado y ordenado, podrá recomendar.Yo sólo voy a limitarme a contaros mi experiencia, que como siempre, no será nada original, pues podríais llenar estas páginas de historias muy similares…



Cuando yo era pequeña, recuerdo a mis padres que con muchísima frecuencia venían por la noche a mi dormitorio a darme un beso y despedirse porque salían. Y no a tomar unas cervecitas al bar de la esquina, precisamente. Salían con traje de gala a encontrarse con amigos y conocidos de un ambiente bohemio-cultural. Lo pasaban en grande, al menos, eso reflejan los álbumes de fotos familiares. Distinguidos ambientes y personajes que luego veíamos en las revistas de sociedad, o en el Liceo, o en la TV. Pero eso era por la noche, claro. Durante el día, mi madre se ocupaba de nosotros, muchas veces me sorprendía yendo a recogerme al colegio, me llevaban a museos y exposiciones y me ayudaban a descubrir el arte. Me encantaba cuando me llevaban al teatro, y además en el entreacto, me dejaban entrar entre bambalinas. Mi padre me leía libros poniendo las distintas voces y expresiones... Y muchas otras cosas.

Según cuenta mi hermano mayor, y está en sintonía con los álbumes de fotos, en muy poco tiempo su vida cambió, y de rechazo, también la nuestra.

Los vestidos con escotes, las joyas, el smoking de mi padre... se fueron empolvando en un armario, y yo me disfrazaba con los sombreros de plumas de mi madre.

Empezaron a venir con cierta frecuencia a comer a casa algunos señores amigos de mis padres que me parecieron algo especiales. Recuerdo a dos. Uno era muy chulo y guapo, y hablaba de cosas que yo no entendía. Se llamaba Joaquín Navarro Vals. Cuando pasados los años le vimos un día en Roma, se comportó con distancia y altivez. El otro llevaba sotana, y aunque era muy serio, me sentaba en sus rodillas y me hablaba de una niña muy buena que se llamaba Montsita, a la que yo tenía que imitar. Le llamaban D. Florencio.

Poco a poco, mi madre dejó de ir a recogerme al colegio, y cuando al llegar a casa preguntaba por ella, había salido. Empecé a oír un vocabulario nuevo: se hablaba de retiros, de roperos, de cooperadores...

Y los lunes por la tarde se llenaba el salón de mi casa de señoras besuconas que comentaban que venían al "te y cruasant" y merendaban, y hablaban... Yo me encerraba en mi cuarto y escribía o pintaba. Mi madre sacaba el "TELVA" y supongo que también "La Actualidad española" “Mundo Cristiano", aunque no estoy segura, y sus amigas se subscribían a esas revistas tan interesantes.

También mi padre, que antes me ayudaba con los deberes, o jugábamos al guiñol, o inventábamos canciones al piano, empezó a llegar tarde porque cambió de actividades; se dedicaba mucho a los hijos de otros señores, les daba charlas en un club, y también se hizo profesor del IESE. Como servía para un roto y un descosido, le llamaban de todas partes, y ya no le daba tiempo a jugar con nosotros, ni nos ayudaba en los deberes.

Según me contó mi madre años después, un día la llamaron porque había fallecido la madre de una numeraria que iba a estar de directora en un curso de retiro interno de la labor de San Rafael, y que si podía ir ella a reemplazarla. Naturalmente, allí se fue. Además de dar las charlas y decir en el oratorio aquello de Santa María... pues también se comunicaba con el sacerdote por el telefonillo y se encargaba de abrir la doble puerta y acompañarle al oratorio. No sé si estuvo los tres días o menos.

Al acabar de cenar, ya no veíamos todos juntos aquellos programas tan buenos de mi querida y recién estrenada TVE, porque casi todas las noches venían amigos. Por aquella época, con una sola TV en blanco y negro en cada casa, había de sobra, así que adiós tele. Generalmente eran uno o dos matrimonios, a los que se les preparaban unas bandejas con cosas muy ricas. Mis padres sacaban unas tarjetas blancas que llamaban de cooperadores, y casi siempre las rellenaban. Comentaban luego entre ellos si había sido fácil o difícil. Yo les oía, porque cuando se marchaban, salía chutando al salón a tomarme las sobras, y allí estaban ellos comentando. Recuerdo que algunas noches de las que venían amigos a tomar pastitas, mis padres les ponían la televisión, porque les proponían ver a un cura que me parecía guapísimo, y sentado en una mesa daba una charla, que siempre empezaba diciendo: Queridos amigos... Era D. Ángel Dorronsoro.

Creo que era los sábados cuando me aconsejaban que si estaba con amigas, pusiera el programa de TV de D. Jesús Urteaga; era buena, y a veces lo hacía.

De vez en cuando aparecían en casa uno o dos niños pequeños, que se quedaban a vivir en casa unos días. Supe que mi madre se comprometía a cuidarles mientras sus mamás se iban unos días de retiro a Castelldaura. Yo oía muchas veces esa palabra, y no sabía lo que era, hasta que un día nos llevó mi madre en su seiscientos y comprendí que fueran con tanta frecuencia y llevaran amigos, porque era una finca preciosa. Mi hermano y yo hacíamos "la croqueta" por un césped en pendiente que llevaba hasta la casa. Un poco más adelante, mi madre nos abandonaba el día entero, largándose con su cochecillo hasta Lérida. Yo no entendía bien qué es lo que hacía allí, pero sabía que tenía mucho éxito.

Como ya no salía con ellos, me tuve que buscar otro estilo de vida. Cada vez sabían menos de mí. Compré un pestillo en la ferretería y le pedí al novio de la empleada que me lo pusiera, y así lo hizo. No tenían ni idea de que empezaba a salir con chicos. No sabían nada de mí, y recuerdo que me compré a escondidas mis primeras medias, y bajaba en el ascensor hasta el sótano, donde me las ponía a escondidas para salir. Ese era el nivel de confianza el que tenía con mi madre. Me empecé a comprar ropa yo sola, y me gustaba vestirme de "existencialista". Dejé de estudiar, y a cambio escribía novelas o hacia caricaturas a mis profesoras. También escribía poemas de amor. Empapelé mi dormitorio con pósters de los Beatles, de François Hardy, de Charles Aznavour... Pero no se enteraron porque jamás entraban en mi habitación. Y fui a mis primeros guateques. ¡Fantásticos!¡ Con aquellos "caps" tan ricos! y lo más importante: aprendí a bailar agarrado. Luego sólo le contaba a mis padres, en casa de quién había estado, y siempre les parecía bien.

Desgraciadamente, pité. Naturalmente, no les dije nada. Recuerdo que me pusieron en la lista de mortificaciones que me hiciera la cama, y obediente, así lo hice. Pero la tata se lo chivó a mi madre, y ésta me dijo que no hiciera cosas raras. Nadie sabía nada de mi vida en aquella casa, aunque me daban muchos besos. Pasaba el día en el club, pero no sé si se enteraban. Eso sí, me levantaba tempranísimo, supondrían que iría a Misa, pero nunca me lo preguntaron.

Una mañana, la empleada me dijo que mi madre se había dejado en el baño como una muestra de somier, fui a verlo, y era un cilicio. Salí chutando de allí.

Un buen día le dije a mi padre mientras se afeitaba con la brocha, que si me podía ir a vivir a Zaragoza y seguir estudiando allí. Y que me tendría que dar además dinero para mantenerme. Y que viviría en un centro de la obra, y seguiría estudiando. Me dijo que sí; que iríamos con mis hermanos en el coche para que no hiciera el viaje sola. Aquellos días estaba muy tierno y me hacía muchas fotos. Cuando llegamos, mi madre dijo que le ilusionaría ver mi habitación, pero se lo negaron. Así que me dieron todos muchos besos y se marcharon tragándose las lágrimas. Ni un consejo, ni una advertencia... Aquella noche, pusieron en la cena tomates asados, ¡vaya puntería! único alimento que era incapaz de ingerir, pero conseguí hacerlo. Las señoras que vivían en aquella antigua casa, tan antigua como ellas, me dijeron sus nombres y me enseñaron el lugar donde dormiría; se trataba de una de esas salitas tediosas en cuyo suelo tenía que tender por la noche una colchoneta. El armario estaba en el pasillo, y me advirtieron que antes de que llegara el sacerdote a revestirse para celebrar Misa, tenía que estar guardado el petate y todo recogido y ventilado. Vi con asombro que sobre un mueble de aquella pequeña estancia, estaban preparados los ornamentos para la Misa del día siguiente. Así fue durante todo el curso.

Cuando me quitaron la ropa que mi madre me había comprado en "Gonzalo Comella", lloré a escondidas. Y me vistieron de numeraria.

Mis padres me llamaban, y de vez en cuando viajaban para verme, pero no me preguntaban nada. Preferían dar por hecho que yo era feliz, sin profundizar más. 

Durante aquel curso, estando mi madre en un curso de retiro, una madrugada mi hermano mayor llamó a la puerta de mi padre, y le dijo que se largaba de casa, que se asfixiaba allí. Nunca más volvió a vivir en la casa familiar. 

Ni aquel año, ni nunca más en los cuarenta restantes, hice un sólo viaje para verlos. Ni tan siquiera aquella vez que me llamó mi padre para decirme que fuera por favor, por un serio problema familiar, que me mandaba los billetes de ida y vuelta en el día... Pero tuve que decir que no. Me acuerdo con frecuencia de aquello, porque fui una mala hija. No debería haber obedecido.

En sus visitas, no recuerdo de que hablábamos, pero de mí no, desde luego. Y así pasaron poco menos de cuarenta años.

Ahora os dejo, con la intención de contaros el próximo día cómo fue la relación con mis padres, ya ancianos, tras mi vuelta a casa.

Un cariñoso saludo para todos,

Fueraborda

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