Vuestros comentarios.- Fueraborda
Fecha Friday, 05 August 2016
Tema 020. Irse de la Obra


Queridos Ottokar, Aquilina, Dionisio, ex-apéndice (mira que me hago violencia para llamarte así), CuG, Merchelo y queridos todos.

Veo que os habéis tragado pacientemente la opus-serie que escribí por entregas.

Os solidarizáis conmigo, os lo agradezco, y es reciproco. Pensaba mientras escribía, que muchos de vosotros os sentiríais identificados, y realmente he comprobado que es así. Tristemente es así.

Nuestras historias siendo únicas y con carácter propio, tienen generalmente uno o varios puntos coincidentes, y es lógico. El fundador imprimió carácter, y sus excéntricas ideas fundacionales, consiguen en tan variadas personas, similares efectos. Efectos que son heridas, y en ocasiones heridas tan grandes que acaban en la necesidad de precipitar la muerte...



Ex-apéndice, ¡claro que si! Claro que he notado desde hace tiempo el cariño de este gran grupo que aglutina Agustina con tanto acierto. Espero que tú también lo notes. Y cualquier cosa que puedas querer de mí, aquí me tienes.

Me preguntas y me pregunta también mi amigo el aeropagita, que cómo pude aguantar, y la respuesta, aunque no os quepa en la cabeza, es muy simple, tan simple como yo misma: tan sencillo como que no se me ocurría que hubiera otro camino, otra alternativa. Lo de dejar la Obra no cabía en mis parámetros. Ya os dije que mi absurdo sentido de la lealtad estaba muy por encima de lo razonable. Fueron unos años amargos, lo que más me dolía es que fueran los míos, por los que yo seguía dejándome el pellejo, los que tiraban a matar, y lo peor es que ignoraba el motivo.

Además, tenía yo un pensamiento equivocado, pero que me daba fuerzas. Me explico: a pesar de todo lo que yo vi en la obra, y a pesar de los malvados encargos que realicé por orden divina, nunca me había encontrado con la indicación de hacer mobing a alguien, y en mi inocencia, hasta mucho tiempo después no caí en la cuenta de que era la forma más cómoda de quitar de en medio a los que molestaban. ¡Y mira que me mandaron hacer jugarretas! Pero esa no. (¿Y tu Aquilina? Recibiste la orden de derribar a alguien hasta el jaque mate?) sin embargo, el caer en desgracia es algo habitual en la obra de Escrivá.

A mí no se me ocurría pensar que lo que me estaba pasando era algo planeado fría y cruelmente desde una mesa de reuniones. Simplemente pensaba que había topado con la desgracia de encontrarme con una cadena de personas torpes, malvadas, frías, desalmadas, soberbias... Y muchas cosas más. Y que estas personas, además eran fanáticas, y con una pobreza de recursos que asusta, incapaces de resistir que yo escribiera y escribiera las llamadas "comunicaciones" pretendiendo demostrar que la praxis de la obra, además de ser contradictoria en sí misma, no podía coincidir con el querer de Dios, porque no puede ser de Dios una institución cuyos fines estaban siempre por encima de las personas, dañando así el alma, y el cuerpo.

Pero tuve la suerte de que jamás pensé en el suicidio. Lo que sí os confieso es que deseaba tener una grave enfermedad que acabara con mi vida (aunque no me apetecía nada, pero que nada, tener alrededor de mi lecho de muerte mujeres escupiendo jaculatorias a mi oído, y creyendo que aliviaban mi dolor recordándome que pronto me encontraría con nuestro santo fundador).

Simplemente creía que yo había tenido mala, muy mala suerte. Y pensaba algo extraño, pero que me mantenía: pensaba que si me pasaba a mí, ya no le pasaría a otra persona. Que yo era capaz de distinguir entre las personas y la institución, pero probablemente otra persona no lo aguantara y abandonara su vocación. En fin, como si yo fuera un conejillo de indias.

De todas formas, me veía en la obligación de comentárselo al Prelado, pues él tenía obligación de estar informado para que no ocurrieran cosas semejantes nunca más. Y como sabía que si lo hacía en vida, tampoco él me iba a creer, no se me ocurrió mejor idea que escribir una carta, cerrarla bien, y poner en el sobre: "para que lea el Padre después de mi muerte".

40 años en la Obra, ¡y yo no me había enterado de nada!

Mucha gente me ha preguntado si me costó marcharme. Pues no, no me costó nada. Como dicen en Valencia: "pensat y fet".

¿Que por qué tan fácil ese desarraigo después de tantos años de entrega? Pues por algo que conté al principio de mi escrito: jamás me gustó mi vocación. Todo lo hice por sentido del deber. Me entregué a fondo, pero mi corazón no estaba ahí. No sé dónde estaba, creo que simplemente congelado, esperando, sin saberlo, el momento de poder entregarlo a quien valiera la pena.

Supongo que es ese el motivo de que me hayan quedado tan pocos tics opusimos. Creo que sólo dos. Os los cuento: la prisa. Siempre tengo prisa aunque no la tenga. Y el perfeccionismo. No os lo aconsejo: no seáis perfeccionistas. Debo ser muy repelente. A mi edad, ya, inevitable. Pero si me lee alguna persona joven que está dentro, le diría, ¡al diablo con las cosas pequeñas, "con la escuela de Mariano"! de donde se sale lleno de manías.

Aquilina, ni idea sobre esa percepción de como veíais desde Italia a las directoras españolas. Ciertamente, la gente que he visto volver de otra Región, las recuerdo como más sueltas, menos constreñidas. Y además, suelen volver con morriña, y muchas de ellas enferman.

Otra cosa distinta era cuando habían pasado por Roma. Esas eran las peores. Pusieron su objetivo en imitar al fundador y lo consiguieron. Todas estereotipadas. (Una vez me dieron el encargo de "recoger" a una que trabajaba junto a Escrivá y estaba a punto del ataque de nervios. Ya no volvió al redil) pero las que superan el rubicón vuelven como auténticos clones. Temibles.

En España, yo estoy apreciando un fenómeno: las suelen poner jóvenes, rígidas, estrechas, y fanatizadas. Cuanto menos piensen, mejor. Mujeres grises, cortadas por el mismo patrón. He tenido muchas directoras grises; responden a un perfil de pelo corto, sobrias en el vestir, mirando groseramente el reloj cada poco, con gusto por diferenciarse de las numerarias auxiliares, por hacer esperar a la gente en la puerta de dirección, y que acostumbra a dejarte recados escritos en tu mesilla de noche. Sus medios de formación provocan un gran sopor, y no son capaces de transmitir ninguna idea singular. No te contestan sobre la marcha si te puedes comprar unos zapatos, porque lo tiene que ver en el consejo local, y luego te dice que esperes a las rebajas. Que organiza las excursiones sin lugar a la espontaneidad. Suelen ser de pueblo (mente de pueblerina, me refiero) y se preocupan mucho por su aspecto, (inseguridad) pues se creen que por ser directoras deben ir con collar de perlas y traje de chaqueta en casa.

Bueno, acabo con un poco de sorna, y su pequeña dosis de maldad, pero creo que el recuerdo que nos debe quedar de la obra es mejor que sea así, un poco informal, un poco burlón, pero sin tragedias y ni rencor, Que Gracias a Dios nos fuimos y todavía tenemos un camino por delante para disfrutarlo, y para producir.

¿Verdad, Ottokar?

Cariñosos abrazos estivales para todos.

Fueraborda







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