Y decidieron que pasara de ser la niña guapa, a la mala de la peli.- Fueraborda
Fecha Wednesday, 13 July 2016
Tema 010. Testimonios


Mi caída en desgracia

Desde entonces, como os contaba al final de mi escrito anterior, mi vida opusdeística sufrió radicalmente un antes y un después. Por alguna razón que nunca me explicaron, el trato de las directoras empezó a ser frío y distante. Se me hicieron acusaciones sorprendentemente injustas, me hablaban de forma hiriente, y lo peor... lo peor de lo peor, es que dejaron de confiar en mí. El hecho de que la familia sobrenatural a la que yo había situado en la práctica por encima de la verdadera y a la que me había entregado con frenesí desde mi primera juventud, a la que había mostrado con transparencia infantil "hasta los últimos pensamientos"... ahora, de repente y sin previo aviso, dejara de confiar en mí, me desconcertaba y abatía...



Hasta entonces, con alguna frecuencia, las directoras me habían encomendado ciertas "misiones" que yo intentaba llevar a cabo con la máxima diligencia y eficacia, y con ello aumentaba mi colección de méritos, que en el fondo tanto me halagaban. Y aunque alguna vez os he contado algo de esto, no quiero dejar de recordarlo aquí, para que los que están dentro se enteren de cómo funcionan las cosas. Entre otros encargos, los más apasionantes eran los de espionaje. Si, espionaje puro y duro.

Me contaban confidencialmente el problema que intuían con determinada numeraria, y mi misión consistía en darles la información exacta sobre aquello. Y que nadie se extrañe, porque en la obra de Escrivá, el fin justifica los medios. Y aquello de que la palabra de un hijo suyo valía más que la firma junta y unánime de cien, ¿o eran mil? notarios juntos y unánimes... Eso daría lugar a otro largo escrito. Pienso que sólo por sus mentiras, su proceso de beatificación fue una burda maniobra de la que la Iglesia debería arrepentirse.

(Perdón, me salgo del tema)

Pues sí, repentinamente se acabaron los premios, deje de ser ejemplar, y me convertí en un ser despreciable. Incluso alguna vez pensé, si me habrían puesto una espía. Y en ese caso, la espía solo vería mis caminatas, arriba y abajo, de casa a la ermita de la Virgen más cercana, y viceversa, porque a diario, si podía, iba a pedirle luces para quien las necesitara.

Y no es que mi fe se hubiera reforzado, simplemente me agarraba a un clavo ardiendo.

Por aquel entonces, llego una carta de D. Álvaro. En determinado momento, decía: "¿Quién se atrevería a decir que el Cirineo tuvo mala suerte?" Y le daba vueltas a aquello...

Se me ha olvidado decir que ya habían decidido que mi etapa con gente joven había terminado, y ya estaba yo situada en la labor de san Gabriel. Cuando me anunciaron el cambio, me recordaron que seguiría siendo directora hasta que encontraran a otra, y que lo dejaría de ser en cuanto pudieran.

Tengo que reconocer que mi paso a san Gabriel me vino de perillas. El trato con personas que no viven de la ilusión, sino de la realidad, muchas veces tan dura, me obligó a madurar. Recibir las confidencias de esas supernumerarias humildes, gastadas, luchadoras... fue muy positivo para mí, porque hasta entonces yo no había tocado la verdad de la vida, y de golpe, en poco tiempo, entendí muchas cosas, aprendí a pensar, a razonar por mí misma, y recibí grandes lecciones de quien no pretendía dármelas. Por primera vez deje de creerme enviada de Dios, y pasé a entender todo lo que no había entendido en mi infantil vida de numeraria ejemplar.

Las directoras seguían dándome golpes, yo me veía como esas marionetas de guiñol que siempre son apaleadas por ambos lados.

No salía de mi asombro... ni de mi tristeza, y todavía con la ingenuidad, confianza y sinceridad con las que siempre había actuado, necesitaba saber "lo que había pasado para que de la noche a la mañana yo hubiera dejado de ser una niña buena para convertirme en la mala de la película" y con estas mismas palabras lo pregunté. La respuesta me dejó de piedra. No esperaba algo así. Así de mentiroso, así de hiriente, así de falso. Un golpe más, y de nuevo sin respuesta. Porque no es respuesta, sino un bofetón, la simpleza de la explicación que recibí: "Es que antes no te conocíamos bien". ¡Caray! Abriendo mi alma a las Directoras de la Delegación semanalmente en la más sincera confidencia, hablando con el sacerdote indicado quincenalmente con plena sumisión y respondiendo ampliamente a sus impertinentes interrogatorios... ¿Y no me conocían?

Estaba claro que por algún motivo que entonces no llegaba a comprender, yo les molestaba. Querían quitarme de en medio, -pienso yo-, y les debía irritar que, lejos de dar el portazo, pusiera la otra mejilla. Se devanaron el seso para acusarme de las cosas más peregrinas.

Un día era que me había llevado dinero de la caja, por lo que no custodiaría ya más la llave. Otro día era que atendía demasiado a una joven numeraria diagnosticada de cáncer, y que mi relación con ella era poco sana, por decirlo finamente. Otro día era que mi relato sobre el coche que me había dado un golpe, era inventado para llamar la atención, y que si no me había autolesionado. Se me vetó tener problemas de salud, así, tal cual. "Es que tienes que ser más recia" (y por dos veces tuve que ser operada de urgencia, a punto de llegar demasiado tarde) Y para colmo, la persona que recibía mi charla me advirtió más de una vez al terminar mi confidencia, que a ella la estaba mintiendo, pero que a Dios no. Hacer la confidencia era un martirio, pues por mucho que intentara pensar que mi interlocutor era el mismo Jesucristo, no podía pensar que salieran de él formas y fondos tan hirientes y mordaces.

El colmo del descalabro fue una vez que, -creo que ya lo he contado aquí- apareció una mujer encantadora (ahora felizmente casada), recién nombrada directora de San Gabriel, con la que yo había convivido mucho, y me dijo que había viajado sólo para hacerme una advertencia muy grave. La reprimenda consistía en que yo trataba mal a la gente. Por primera vez en toda mi vida de numeraria me encaré y le dije: No es verdad. No confundas: una cosa es que yo sea maltratada, y otra muy distinta que me acuses de que sea yo la que maltrate. Yo quiero a las personas que me han sido encomendadas, soy comprensiva y amable, cada vez más, porque las quiero, y noto que soy correspondida. Y tú, ¿con qué conocimiento me haces semejante acusación? Hubo un momento tenso, y al fin, salió la verdad: "Lo siento. Conociéndote como te conozco, jamás te hubiera dicho esto, pero no es cosa mía; yo sólo cumplo un encargo".

Y no llegaba el momento tan deseado por mí de que encontraran por fin la directora idónea, y me olvidaran por un tiempo. Me estaba cansando de vivir así. Me sentía acabada. Desde el primer momento había renunciado al derecho a protestar porque no me compensaba enfrentarme, no tenía ya fuerzas para ir a una guerra que sabía que acabaría perdiendo.

Me parecía tan raro, tan extravagantemente raro lo que me estaba pasando, que si acudía a alguien en busca de auxilio, no se lo iba a creer, y ya no estaba preparada para eso. Prefería sufrir la injusticia en silencio, a exponerme a un golpe mayor, que pensaba ya no resistiría.

Me costaba una heroicidad levantarme por la mañana y encontrarme con mi vida. Y pensar, y recordar, y hablar... y recibir confidencias, y tener las reuniones con el consejo local... Y moverme, y comer, y dormir...

Y una tarde, sorpresivamente, apareció en mi ciudad y centro donde vivía la de san Miguel de la delegación, que me dijo: “Me quedo a dormir aquí y mañana tenemos billete de avión hacia Pamplona, donde tienes visita al médico, al que le dirás los síntomas que te entregare escritos, y que repasaremos juntas. Buenas noches...” Pues buenas noches, y PAX, pues In Aeternum. Y una vez más me fui a la cama para no dormir.

Y como ya es tarde, también me despido de vosotros hasta la próxima actualización. Con todo mi cariño,

Fueraborda.

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