Antiguo, viejo, como el pecado.- coplasuelta
Fecha Monday, 23 May 2016
Tema 900. Sin clasificar


Siento una profunda vergüenza y pena al leer a antiguo. Vergüenza porque deja claro que vive fuera de la comunión de la Iglesia y nos exhorta a vivir en ella. Pena porque estar fuera de la comunión de la Iglesia es lo peor que nos puede pasar. Mentiras adornadas como preocupaciones morales profundas y manipulaciones sostenidas por el miedo. En pleno siglo XXI que siga habiendo manifestaciones de este tipo es sólo un índice de cómo el fracaso de los intereses de grupo se tiene que adornar con el fracaso de otros.

Primero, los colegios de la cosa. Soy un niño del opus, esa especie de pobre desgraciado que le ha tocado vivir en medio de todas y cada una de las estupideces que se han inventado en la prelatura para los hijos de los supernumerarios...



Los colegios de esta gente no tienen ni la calidad profesional, ni la calidad católica necesaria para llamarse colegios. Son verdaderos ollas a presión de la contradicción de unos sectarios que van como pollos sin cabeza. Hay que ser un mediocre intelectualmente para encontrar valor alguno en esos centros y un miserable el usar el miedo a una formación ortodoxa para ceder en lo inhumano de esos colegios a cambio de leer el catecismo con todas las comas. Millones de católicos vivimos nuestra Fe sin necesidad de hacer el mal y daño a nadie. Todo lo contrario. Tenemos a nuestros hijos en colegios y vivimos en entornos de nuestras parroquias sin temer el colaborar con sectas que están en manos del Demonio.

Segundo. El papa. Mentir, manipular, insultar, calumniar, desconfiar de un Papa que ha puesto a estos miserables de la prelatura en su sitio, es obra, de nuevo del Demonio. El Infierno. El Papa Francisco jamás ha negado el infierno. Hay que ser un pobre miserable para hacerse eco de campañas de tradicionalistas y a movimientos protestantes neoliberales. Hacerse eco de campañas inventadas, manipuladoras y hacer de altavoz de la mentira es sólo algo que el Demonio puede liderar. Las profanaciones a la Eucaristía y las comuniones en pecado mortal. Eso se lo reservamos a los miserables que son capaces de saber quién está en pecado mortal. Los juicios basados en apariencias, en sospechas, es un insulto a la Iglesia Católica, así, sin más. Hacerse eco de campañas inventadas, manipuladoras y hacer de altavoz de la mentira es sólo algo que el Demonio puede liderar. Papa ambiguo. Vamos a verlo.

“ 94. Esta mundanidad puede alimentarse especialmente de dos maneras profundamente emparentadas. Una es la fascinación del gnosticismo, una fe encerrada en el subjetivismo, donde sólo interesa una determinada experiencia o una serie de razonamientos y conocimientos que supuestamente reconfortan e iluminan, pero en definitiva el sujeto queda clausurado en la inmanencia de su propia razón o de sus sentimientos. La otra es el neopelagianismo autorreferencial y prometeico de quienes en el fondo sólo confían en sus propias fuerzas y se sienten superiores a otros por cumplir determinadas normas o por ser inquebrantablemente fieles a cierto estilo católico propio del pasado. Es una supuesta seguridad doctrinal o disciplinaria que da lugar a un elitismo narcisista y autoritario, donde en lugar de evangelizar lo que se hace es analizar y clasificar a los demás, y en lugar de facilitar el acceso a la gracia se gastan las energías en controlar. En los dos casos, ni Jesucristo ni los demás interesan verdaderamente. Son manifestaciones de un inmanentismo antropocéntrico. No es posible imaginar que de estas formas desvirtuadas de cristianismo pueda brotar un auténtico dinamismo evangelizador.

 95. Esta oscura mundanidad se manifiesta en muchas actitudes aparentemente opuestas pero con la misma pretensión de «dominar el espacio de la Iglesia». En algunos hay un cuidado ostentoso de la liturgia, de la doctrina y del prestigio de la Iglesia, pero sin preocuparles que el Evangelio tenga una real inserción en el Pueblo fiel de Dios y en las necesidades concretas de la historia. Así, la vida de la Iglesia se convierte en una pieza de museo o en una posesión de pocos. En otros, la misma mundanidad espiritual se esconde detrás de una fascinación por mostrar conquistas sociales y políticas, o en una vanagloria ligada a la gestión de asuntos prácticos, o en un embeleso por las dinámicas de autoayuda y de realización autorreferencial. También puede traducirse en diversas formas de mostrarse a sí mismo en una densa vida social llena de salidas, reuniones, cenas, recepciones. O bien se despliega en un funcionalismo empresarial, cargado de estadísticas, planificaciones y evaluaciones, donde el principal beneficiario no es el Pueblo de Dios sino la Iglesia como organización. En todos los casos, no lleva el sello de Cristo encarnado, crucificado y resucitado, se encierra en grupos elitistas, no sale realmente a buscar a los perdidos ni a las inmensas multitudes sedientas de Cristo. Ya no hay fervor evangélico, sino el disfrute espurio de una autocomplacencia egocéntrica.

96. En este contexto, se alimenta la vanagloria de quienes se conforman con tener algún poder y prefieren ser generales de ejércitos derrotados antes que simples soldados de un escuadrón que sigue luchando. ¡Cuántas veces soñamos con planes apostólicos expansionistas, meticulosos y bien dibujados, propios de generales derrotados! Así negamos nuestra historia de Iglesia, que es gloriosa por ser historia de sacrificios, de esperanza, de lucha cotidiana, de vida deshilachada en el servicio, de constancia en el trabajo que cansa, porque todo trabajo es «sudor de nuestra frente». En cambio, nos entretenemos vanidosos hablando sobre «lo que habría que hacer» —el pecado del «habriaqueísmo»— como maestros espirituales y sabios pastorales que señalan desde afuera. Cultivamos nuestra imaginación sin límites y perdemos contacto con la realidad sufrida de nuestro pueblo fiel.

97. Quien ha caído en esta mundanidad mira de arriba y de lejos, rechaza la profecía de los hermanos, descalifica a quien lo cuestione, destaca constantemente los errores ajenos y se obsesiona por la apariencia. Ha replegado la referencia del corazón al horizonte cerrado de su inmanencia y sus intereses y, como consecuencia de esto, no aprende de sus pecados ni está auténticamente abierto al perdón. Es una tremenda corrupción con apariencia de bien. Hay que evitarla poniendo a la Iglesia en movimiento de salida de sí, de misión centrada en Jesucristo, de entrega a los pobres. ¡Dios nos libre de una Iglesia mundana bajo ropajes espirituales o pastorales! Esta mundanidad asfixiante se sana tomándole el gusto al aire puro del Espíritu Santo, que nos libera de estar centrados en nosotros mismos, escondidos en una apariencia religiosa vacía de Dios. ¡No nos dejemos robar el Evangelio!”

Hacerse eco de campañas inventadas, manipuladoras y hacer de altavoz de la mentira es sólo algo que el Demonio puede liderar.

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