Ortodoxia.- Entregado
Fecha Monday, 09 May 2016
Tema 090. Espiritualidad y ascética


Había sido un "depravado" en mi adolescencia, (realmente tenía un problema psicológico que no supe tratar) y me gustaba teñir al máximo mis relatos de ella como lo más abominable, así se podía ver que yo constituía un ejemplo de una persona que se pudiera convertir “ascéticamente” y “a golpe de voluntad”, como una existencia que explicara por sí misma la grandeza de Dios, pero no por una conversión real, sino por un acto de voluntad, una decisión, de dejar de ser un “depravado” y dar una imagen totalmente nueva de mí mismo.

Imagen que nunca llegaba a cumplirse, porque mi “nueva imagen” era farisaica, de obras exteriores y falta de alegría (estaba a menudo triste, por la ausencia de mi familia, porque no me entendieran que tenía que dar un giro radical a mi vida –había sido tan depravado a mis ojos que no podía aceptarse una conversión cualquiera, no bastaba con confesarse y ya, tenía que tener la experiencia subjetiva de “estar limpio, no ser impuro, ser moralmente ejemplar… ser santo”.

No podían darse medias tintas conmigo. Con una muerte en la familia Dios me había puesto claro que no podía seguir así, (me estaba culpabilizando de ello: mis pecados quizá habían atraído la muerte de esta persona) y que solo un cambio radical permitiría que yo “me redimiera” a los ojos del mundo y sobre todo a los míos propios-. La fórmula la tenía delante de los ojos con las personas que habían “facilitado este cambio”. Personas ejemplares exteriormente, de buenos sentimientos, pero con un secreto que yo tenía que descubrir y hacer propio, el de su “santidad”, entendida como cortesía, sonrisa en la boca, trato amable.. destinado a que tú “si Dios quiere” entraras en el Opus, y si no, “algo bueno te llevarías” de ir a un círculo, o a una meditación, de que te dieran “formación” al estilo más ortodoxo posible, pero siempre con miras a que fueras “apostólico”.

No había excusa para no serlo, y no serlo eran “respetos humanos” –cosa que ahora entiendo más bien como respeto a la humanidad, a la forma de ser de cada uno y a no hacer violencia al Espíritu santo-. Pero esto se obviaba; todos estábamos llamados a la santidad y todos por lo tanto estaban “potencialmente” llamados al opus Dei, sin ningún recurso al discernimiento interior: es la nueva etapa de los laicos en el mundo, santificar el trabajo de todos, como mensaje de la Iglesia en el siglo XX, como lo más actual teológicamente, una respuesta del cielo a los tiempos que corren, y una auténtica bendición para la humanidad.

Pero como este pensamiento (el opus es de Dios) no se ponía en entredicho, tampoco sus “frutos” ni su teología, ni las disposiciones, rutinas de las personas que lo conforman… Ser santo es cultivar todas las virtudes de forma heroica, atraer al mundo a Dios con el buen ejemplo moral (bonus odor Cristi), la profesionalidad en el trabajo –sacar buenas notas-, convertir a los intelectuales de la sociedad (para que esta se vaya convirtiendo “ideológicamente” desde “las cumbres”, como decía el fundador san Josemaría…). El Opus busca a rajatabla “estar teológicamente en la ortodoxia”, independientemente de en qué consiste la ortodoxia…

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