Siglo XVI y Contemplativos en la acción.- Isabel de Armas
Fecha Monday, 28 March 2016
Tema 900. Sin clasificar


Voy a intentar aportar algo más al comentario de Curial: "los vocablos “contemplativo” y “acción” no me parecen palabras del siglo XVI”. Y digo “algo más” porque las aportaciones de Ruta, Josef Kenecht y otros ya me parecen muy válidas.

In actione contemplativus” o “en acción contemplativos” ha sido un rasgo característico de los jesuitas desde los inicios de su orden. Recordemos aquí que el jesuita mallorquín Jerónimo Nadal, secretario y hombre de confianza de Ignacio de Loyola, fue el encargado de difundir la letra y el espíritu de las entonces recientes Constituciones. En su afán promulgador, Nadal recorrió gran parte de Europa, y en los muchos lugares visitados fue dejando frases lapidarias como: “Nosotros no somos monjes”; “El mundo es nuestra casa”; “Nuestra habitación nos sirve de coro”…  En sus charlas y prédicas insistía, una y otra vez, en que la contemplación no desplaza a la acción, y lo expresaba así: “Este tipo de oración que tan excepcionalmente consiguió nuestro Padre Ignacio por gran privilegio de Dios, le hacía, además, sentir la presencia de Dios y el sabor de las cosas espirituales en todas las cosas, en cuanto hacía, en cuanto conversaba, siendo contemplativo en la acción (lo que él explicaba diciendo que hay que hallar a Dios en todas las cosas)”. Al transmitir a las nacientes comunidades el genuino modo de proceder de la Compañía decía: “La oración y la soledad, sin medios exteriores para ayudar a las almas, son propias de las religiones monacales, de los ermitaños, pero no de nuestro Instituto. Quien quiere soledad y sola oración, a quien agrada el rincón y huir de los hombres y el trato con ellos para aprovecharlos, no es para nuestra vocación; para ese tal hay cartujos… cuya vocación es esa”.   

En los comienzos del siglo XX, es decir, cuatro siglos después de las primeras divulgaciones de Nadal, destaca, entre otros muchos, el testimonio del jesuita Albert Valensin. El padre Valensin, como tantos otros de sus compañeros después de san Francisco Javier, trabajó en las lejanas misiones de Extremo Oriente, y en su interesante y conmovedor diario da gracias a Dios de haber sido “en la acción un contemplativo, in actione contemplativus”. Escribe expresamente: “Ciertamente, en la Iglesia todas las vocaciones son hermosas. Pero esta que Dios nos ha dado al llamarnos para la Compañía de Jesús tiene una belleza sintética, resultado de la perfecta armonía entre la vida activa y la vida contemplativa”. Siguiendo la filosofía general de la Compañía, en otra de las páginas de su diario se pregunta: “¿No será el humanismo un obstáculo para la vida sobrenatural?”, y él mismo se responde de la siguiente manera: “No, entre el verdadero humanismo y la vida sobrenatural el conflicto no puede ser nada más que accidental. Todo lo que perfecciona al hombre debe conducir a Dios”.

Para rematar esta breve aportación, voy a remontarme a lo que bullía en el ambiente católico del siglo XVI, siguiendo de cerca el trabajo de Alain Guillermou, titulado LES JÉSUITES y publicado en 1963 por Presses Universitaires de France. Hacia el año 1545, todos los clérigos regulares tenían una común inquietud: encontrar, a despecho de la disciplina monacal y del marco material y espiritual –clausura estricta, jerarquía conventual, predeterminación de la distribución del tiempo-, donde se incardina con todo rigor la existencia del religioso apartado del mundo, una regla válida para el hombre de acción, inmerso entre los laicos, en quienes tiene que influir. Esta regla será totalmente interior. Se definirá por una fórmula: la oración metódica. La plegaria del monje tiende a ocupar todo el marco de su vida cotidiana diurna y también, en parte, nocturna. Es la oración perpetua. La del clérigo regular consagrado a la vida activa será más breve. Y para equilibrar la balanza, estará codificada.

Esta mezcla de acción exterior y de oración metódica, algunos laicos la habían admitido ya como fórmula de vida, un ejemplo son los Hermanos de la vida comunitaria, aqrupados como pía asociación desde finales del siglo XIV por G. de Groot, en los Países Bajos, y animados por la misma espiritualidad que los canónigos regulares de Windesheim, escuela de espiritualidad flamenca que se caracterizaba por la devotio moderna.

La “devoción moderna” –que san Ignacio había conocido bien en los primeros tiempos de su conversión, ya que estaba en pleno auge en Montserrat- puede decirse que inspiraba a todos aquellos que querían, a principios del siglo XVI, conducir a los miembros de la Iglesia a una mayor santidad. Lo que esta devoción tenía de “moderna”, era el equilibrio que ofrecía entre la vida activa y la vida ascética, y también el empleo que propone de un método, propio para hacer acceder a todo cristiano, clérigo o no, a las riquezas que proporciona la vida interior, que hasta entonces parecía reservada exclusivamente a los contemplativos.

Es muy significativo que la fórmula de renovación religiosa preconizada como eficaz por los reformadores católicos del siglo XVI haya sido una fórmula mixta, aceptable tanto por los laicos como por los clérigos. Paralelamente a los Hermanos de la vida comunitaria de los Países Bajos –la mayoría eran sólo humildes artesanos- y a los canónigos de Windesheim, corresponderá algo más tarde, en Italia, por ejemplo, el paralelismo entre la Compañía de Jesús y el grupo de laicos que san Ignacio funda en 1547, que se convertiría en la Compañía del Santo Sacramento de la Iglesia de los Doce Apóstoles, en Roma. ¿Y no es también significativo que san  Ignacio dedique sus Ejercicios Espirituales, no solamente a los futuros clérigos, sino también a aquellos que estaban ya comprometidos por un sendero profano?

Con estos rápidos apuntes quiero decirle a Curial que “contemplativo” y “acción” sí son palabras del siglo XVI.

Isabel de Armas









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