El guante.- Elcanario
Fecha Friday, 15 January 2016
Tema 040. Después de marcharse


Dentro de la Obra se suele decir que ésta se adapta como un guante a la situación personal de cada uno. Caben todas las situaciones para santificarse en medio del mundo y, por supuesto, caben todas las profesiones, excepto las de las personas que ya están consagradas como las órdenes y congregaciones religiosas. Esto no afecta a los sacerdotes diocesanos que, a diferencia de aquellas, lo suyo no es vivir apartados del mundo, y pueden pertenecer a la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz, intrínsecamente unida al Opus Dei. La realidad es que ese supuesto guante no es tal, pues cada uno se sirve de él, según conviene. Veamos algunos casos.

Desde que se incorporan a la Obra, numerarios y agregados dejan de asistir a espectáculos públicos como son cines, teatros y encuentros deportivos, salvo autorización de los directores. Conocí casos de algunos numerarios que sí acudían a espectáculos, pero ningunos agregados, o no lo decían que de todo había. Cuando he dejado de pertenecer al Opus Dei me he enterado de algunos que decían que se iban a ver a un amigo y, en realidad, iban al cine. Un agregado sevillano comentó en una convivencia de verano que le gustaba entrar en un estadio de fútbol cuando quedaban pocos minutos para que acabara el encuentro. Esto se hace difícil de entender, pues si acudes a ver un espectáculo así no es solo para verlo unos minutos.

En los casi treinta y cuatro años que pertenecí al Opus Dei tuve la sensación de estar santificándome en la calle, pero no como la gente de la calle. Mis amigos hablaban de cine, teatro o encuentros deportivos en los que habían estado, pero yo no podía hablar de ello, aunque fueran unas realidades muy buenas y muy nobles. Al salir de la Obra, me pareció raro entrar en un cine.

Cuando en marzo de 1965 me incorporé al entonces instituto secular, en las salas cinematográficas se pregonaban la venta de bebidas refrescantes o pipas y caramelos en los minutos de descanso a media película. Al salir en octubre de 1998 esas costumbres habían dejado de existir o se habían trasladado a otra parte de las salas. Si yo hubiera hablado de esto con mis amigos, hubiera metido la pata y habría hecho el ridículo. Eso no era santificarse en medio del mundo. Unos del Opus Dei sí iban al cine, pero yo no. Nunca tuve la suerte de que me autorizaran los directores. El cine que los agregados veíamos entonces nos lo proyectaban en el centro de la Obra en la Glorieta de Cuatro Caminos número 4. escalera cuatro, o en el colegio Mayor Moncloa o en el colegio Tajamar de Madrid o en una especie de academia en la calle Aravaca de Madrid. Me parece recordar que en muchos casos hasta pagábamos la entrada. Pero ¿qué películas veíamos? Normalmente eran cintas que normalmente no se proyectaban en las salas comerciales, eso sí convenientemente censuradas.

En mi anterior etapa en Opuslibros conté el caso de los cortes en las películas que llevaron a algunas distribuidoras a no alquilar cintas al Colegio Mayor Moncloa. Eso era chapuza para evitar unas supuestas tentaciones y caídas en gente de la Obra. Otro año en la convivencia del Colegio Mayor Ayete de San Sebastián se seleccionaron cinco películas, pero luego no se proyectó ninguna. Los motivos del caso son fáciles de deducir: ninguna película era apta para ser vista por los agregados. En la película "El perro del hortelano", de Pilar Miró, se oscureció la pantalla cuando se besaron los dos protagonistas. Luego continuó la proyección como si no hubiera pasado nada. El grupo de la censura, formado por el director y el sacerdote, habían decidido oscurecerla.

Un verano tuve una convivencia en la casa de retiros de La Pililla, junto a Piedralaves (Ávila). Se nos había insistido en la necesidad de aguantar el calor y no eliminar ropa. Era verano. Sin embargo, me tocó ir a la habitación de otro agregado para hablar de algo. Llamé a la puerta y me abrió. Descubrí que esta persona no había podido aguantar los grados de temperatura y se encontraba desnudo de medio cuerpo para arriba. Fue una sorpresa. Por lo que se ve la Obra es un guante, pero cada uno usa el guante a su manera. Hacía bien este fiel de la prelatura. Yo era demasiado estricto.

Una de las normas que se usan en la Obra es que los trapos sucios se lavan en casa y, por lo tanto, si se tiene una caída por pecado, hay que acudir al "buen pastor" que es el sacerdote del Opus Dei que se nos ha asignado en el centro y, si éste no le encontramos, se acude a otro sacerdote del centro o de una iglesia pública donde existan sacerdotes que tengan el mismo espíritu, como son los de la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz. Sé de algunos casos de novios supernumerarios que se han dado algún beso y luego han ido a confesarse a una iglesia pública de la Compañía de Jesús. Como se ve, cada uno vive a su manera.

Ex apéndice ha comentado aquí que cuando salió de la prelatura después de veintitrés años se creyó que era el único que abandonaba. Luego ha descubierto que la Obra tiene una crisis muy profunda y son muchos los que se van. Mi escrito de hoy ha pretendido demostrar que una cosa es la teoría, pero en la práctica cada uno lo vive de una manera.

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