Fuimos amigos antes de pitar, pero no después.- CuG
Fecha Monday, 17 August 2015
Tema 075. Afectividad, amistad, sexualidad


Una de las cuestiones que más me hacía crujir en mis últimos años dentro del OD era el tema de la amistad. Tanto el “apostolado de amistad y confidencia” como la “fraternidad” tienen muy poco que ver con lo que realmente es la amistad.

Luis, uno de los compañeros de bachillerato que yo “trataba” (otro término chocante), fue el primero que me confrontó por esto: “Yo siempre te cuento mis problemas, pero tú nunca me hablas de los tuyos”. Debí haber captado esa luz, pero no lo hice. No sé qué le dije. Más tarde, el director me señaló que no valía la pena dedicar tiempo a Luis, era mejor buscar a los más selectos. Dejé de llamarlo...

En mi primer año de la universidad me hice amigo de Gabriel. De larga cabellera y barba desprolija, aunque se parecía al Precursor –solo le faltaba comer langostas- no reunía los requisitos mínimos de tono humano y lo ignoré. Pero como no éramos muchos varones en la clase, con ocasión de un trabajo fui a su casa –no era lejos del centro de estudios- y tuvimos una larga conversación que fue derivando en temas profundos. Finalmente, aceptó mi invitación a confesarse y lo llevé hasta el despacho del sacerdote, sintiéndome San Pablo volviendo del Areópago. Gabriel entró a la habitación del cura y estuvo bastante tiempo allí dentro. Después que se fue, el sacerdote me riñó por haberle hecho perder tiempo valiosísimo para la labor de San Rafael tratando a ese merluzo –textual-. No contento con eso, en la meditación de la mañana siguiente trató el tema de la “Selección” basándose en ese episodio y mientras todos se reían a carcajadas (el sacerdote sabía llevar una situación al extremo, exagerándola hasta lo grotesco) yo sentí una gran humillación. Reconozco que debí sentir compasión por mi amigo –a quien estaban denostando cruelmente- y también del predicador, que demostraba un corazón muy poco sacerdotal. Pero yo estaba avergonzado por mi falta de criterio. Por supuesto, también Gabriel fue tachado de la lista.

Confieso también haber dado numerosas charlas y círculos explicando con vehemencia que no se trataba de “instrumentalizar la amistad” haciendo compatible ese elevado mensaje con la conveniencia de hacer selección, llevar listas, marcarse objetivos, quemar etapas, dedicar tiempo, y todo lo que ya se imaginan. ¡Les pido perdón a Dios y a mis oyentes de entonces!

No podemos construir el concepto de amistad, pero en la Obra lo hacíamos. Una amistad no lleva una agenda oculta, no es una cacería, no se reúne con el vocal de San Rafael y con el consejo local, no descarta… y si bien no es imposible la amistad entre personas de diferentes edades, en los últimos tiempos ya me llamaba mucho la atención que “los amigos” de los directores (cuarentones, la mayoría de ellos) fueran adolescentes de trece y catorce años. Hay un artículo estremecedor de Spiderman al respecto (“La seducción de adolescentes”), que en su momento me dejó pensando y provocó bastantes reflexiones en la web, pero no me voy a meter en esas cuestiones.

Un tercer caso: con Rodrigo éramos muy amigos antes de pitar. Compañeros de colegio desde la "EGB", aunque nuestros padres no sintonizaban mucho por cuestiones políticas, éramos inseparables. Yo pité antes (catorce y medio) y él lo hizo unos meses después. Con los años, Rodrigo demostró mucha más valía humana que yo. Hizo carrera dentro de la Obra. Las pocas veces que nos cruzábamos, nos saludábamos con afecto, pero nada más. Nunca le conté lo mal que la estaba pasando y cómo la depresión me estaba convirtiendo –medicación mediante- en un zombie. Así que mientras él estaba de director estrella en centros, retiros y cursos anuales, y con cargos de fuste en obras corporativas top, yo vegetaba. Fue una época de gran soledad, ya que no podía comentarle nada de lo mal que me sentía a mis hermanos “de sangre” (para que no se hicieran una idea negativa de la Obra) ni a las personas "que trataba". Y el médico, obviamente, enfocaba mi caso con el único objetivo de garantizar mi perseverancia, al costo que hiciera falta.

Si Luis hubiera estado cerca, tal vez habría descubierto por fin que yo también era vulnerable, que tenía frecuentes crisis de llanto, que mi fe se oscurecía por momentos, que necesitaba un amigo de verdad. Pero como dije antes, hacía tiempo que Luis había dejado de interesar “a la labor”, así que le había perdido el rastro hacía años.

Cierta vez en una tertulia comenté alguna anécdota acerca de Rodrigo y cómo habíamos pitado en nuestros años de colegio. Más tarde, uno de los del consejo local me comentó a solas que Rodrigo no era más de la Obra. Que se había enamorado de su secretaria y se había marchado. Me puse triste, más por la “traición” de Rodrigo que por lo que le hubiera podido pasar a él. Así era yo entonces (pido perdón, hoy estoy especialmente contrito).

Con el paso de los años y la asfixia emocional que me suponía la vida en el centro, empecé a tener incipiente amistad con mis compañeros de trabajo. Estos sí que no podían figurar en ninguna de las listas de pitables. Al lado de ellos, los mencionados Luis o Gabriel eran San Luis Gonzaga o San Gabriel de la Dolorosa. Y sin embargo, a pesar de lo brutos que eran, había auténtico aprecio, conexión y desinterés. Fue una corriente de aire fresca en mi vida.

Cuando dejé la Obra, me reencontré con Rodrigo. Retomamos la amistad donde la habíamos perdido: en el momento exacto en que habíamos dejado de ser amigos para convertirnos en “hermanos”. Un detalle no menor: su supuesta fuga con la secretaria era una calumnia. La había pasado tan mal como yo, pero con más agallas –siempre fue muy proactivo-, planteó las cosas de frente y cuando vio que a nadie le importaba, se fue dando un portazo. Años después, conoció a una buena mujer y se casó. Todo dentro de las leyes de la Iglesia.

No he vuelto a ver a Luis ni a Gabriel. Ojalá hayan tenido una buena vida. Creo que uno de los descubrimientos más luminosos al salir del Opus Dei es el redescubrimiento de la amistad verdadera, un ingrediente que tampoco experimenté en la fraternidad (las “amistades particulares” eran algo peligrosísimo). ¿Habrá cambios en esto? No lo sé, pero estoy convencido que la falta de amistades verdaderas es algo altamente nocivo para la salud mental.

CuG

PD: Respecto al escrito de Violet sobre el protocolo de herencias, recuerdo un escrito de Otaluto “La categoría ética de los directores del opus dei”. A quienes no han reclamado el testamento al solicitar la salida les conviene asesorarse urgentemente para resolver ese tema. Aunque no te hayan dado ninguna compensación por los años que te has dejado allí dentro ni les preocupe en lo más mínimo si pasas necesidades, el día que te mueras ellos vendrán a buscar “lo suyo”. ¡Es el espíritu de recogimiento…!







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