La cruzada santa.- H.A.
Fecha Wednesday, 14 July 2004
Tema 900. Sin clasificar


LA CRUZADA SANTA

Leyendo el tercer crespillo de Antrax me acuerdo de don Amarito -nombre supuesto- a quien conocí antes de ordenarse. Venía de Roma o iba a Roma. Nos dio una charla. Y luego pregunté: ¿de qué país es este señor y qué idioma habla?. Me dijeron que de Granada, España. Una vez en el seminario, perdón, en el centro interregional de Aralar, con el tiempo consiguió hacerse entender, aunque con dificultades. Pero eso no es nada peyorativo, porque defectos tenemos todos y no somos culpables ni responsables de los que nos acompañan desde la cuna. Pero sí fue responsable, tal vez no por su culpa sino por la "doctrina oficial" que debía impartir, del rebote de H.H., el primer numerario japonés (excelente bajo, sobre todo para el gospel).

La anécdota se sitúa en el comedor de Aralar. H.H daba sus razones para explicar que la Guerra Civil española había sido una guerra entre ricos y pobres, cuando don A.G.B le cortó diciendo imperativamente que "el padre ha dicho que fue una cruzada y no hay más que hablar". Claro, ya no se habló más. La respuesta se la dio otro residente bastante bruto -Antrax lo sabe-: mató y vació una tortuga que pululaba por el jardín, aunque pertenecía a la casa del arquitecto que vivía al lado; después, dejó medio caparazón sobre la mesa de la habitación de don A.G.B y el otro sobre la de don H.G.S. Por lo que se ve, aquello era como el arca de Noé. Había -habíamos- una fauna muy diversa y variopinta.

¿Y la custodia de Aralar? ¿Alguien sabe en realidad cuántos millones de las pesetas de antes valía la custodia que la familia "C" regaló cuando se les murió una tía y les dejó una herencia de mil pares? Se hablaba de sesenta kilos, en perlas, piedras preciosas y demás herrajes. Por si los ladrones se enteraban, se construyó una especie de caja fuerte de hormigón armado en uno de los patios interiores con acceso a la zona de dirección, despacho del rector d.M.A, comedor de invitados, o por ahí. Todo lo mejor para el Señor: las custodias más ricas, los curas más intransigentes, los directores espirituales más montaraces, los numerarios más locos y los más bonitos y simpáticos por ser hijos de famosísimos supernumerarios. ¿Pero todo era malo en Aralar? ¡No por Dios! Había unas siestas memorables después de la tertulia, en el salón de actos, amenizadas por unos esforzados profesores de filosofía, que, a veces, hasta daban las clases en latín. Yo, más que echar la siesta, creo que me desmayaba.

Besos y abrazos.
H.A.







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