Tercer crespillo: ¡Pues vaya aventura! .- Antrax
Fecha Tuesday, 13 July 2004
Tema 900. Sin clasificar



Tercer crespillo: ¡Pues vaya aventura!

Cap.3 de PERDIENDO EL TIEMPO CON EL TIEMPO PERDIDO
Enviado por Antrax el 13-jul-2004


Devoré el tercer crespillo y, por culpa de ÑamÑam, me supo a adoquín. Mira que si uno de los tres esforzados numerarios itinerantes hubiera sido el propio ÑamÑam in person...

Porque ésa fue una de las más sorprendentes experiencias de mi personal aventura dentro de la cosa. Semana tras semana tomábamos el portante y recorríamos por los medios más variados (autobús sobre todo) los cien escasos kilómetros que separan Pamplona de la mítica ciudad del vino y los pimientos. Y allá que íbamos colmados de celo apostólico y mortadela para cenar los tres esforzados apóstoles. Al frente de la expedición, un norteamericano bastante buen jugador de baloncesto y extraordinariamente aburrido. Llegada al céntrico piso frontero a la estatua ecuestre de proverbial virilidad equina y... ¡A limpiar se ha dicho!...

Nuestra principal actividad consistía, efectivamente, en limpiar mucho, muchísimo. Porque el norteamericano aquel estaba completamente obsesionado con la limpieza: de cristales, de suelos, de lámparas, de zocalillos.

Algunas veces nuestra labor apostólica en el fin de semana se había reducido a eso: a limpiar. Afortunadamente en aquella ocasión topé con un director sensato y me chivé a la tercera o cuarta semana de higiene apostólica, con el resultado de que poco tiempo más tarde relevaron al americano detergente y comenzamos a pisar la calle para enredar incautos, actividad bastante más entretenida, si bien pródiga en anécdotas honorianas, como la que cuenta ÑamÑam. Tampoco eran mancas las protagonizadas por otro reverendo sacerdote, a quien teníamos que vender como persona de gran profundidad y, por añadidura, dotado de sensibilidad de poeta; aunque en realidad era un botarate sumamente cursi.

¿Qué cómo me he acordado de Don Amarito (llamémosle así)? Pues creo que porque también le asocio con otra de mis etapas limpiadoras intensas, allá, en aquel piso del Paseo de Sarasate, aquel excelente y antiguo piso que pusimos como los chorros del oro entre unos cuantos para ponerlo al servicio de labores apostólicas de frutos dudosos. El caso es que operábamos bajo la dirección de un decorador bastante amanerado, que siempre llevaba unas bufandas la mar de bien colocadas y unos "loden" elegantísimos. Y venga a limpiar, venga a sacar brillos por doquier... Creo que dejamos brillante hasta la cadena del w.c. (con perdón). Cuando obtuvimos un grado suficiente de relumbre, nos lanzamos a reclutar víctimas para las aburridísimas meditaciones sabatinas de nuestro cleripoeta, quien se encargaba de dejarnos en ridículo. A mi me sacó los colores un amigo de los de verdad (me permitía esas licencias), porque, en cuanto acabó la penosa y sobreactuada (término teatral) plática del reverendo, este colega del que hablo se rió en mis barbas y me vino a decir que si aquel sujeto era un profundo y artístico orador sacro, él era la mismísima Virgen del Pilar. Tenía toda la razón del mundo, así que en lo sucesivo de nuestra excelente amistad no volví a meterle semejantes embolados.

Pero hablábamos de limpiar, y lo hacíamos porque una de las actividades en las que más brilló mi vocación divina fue precisamente en la de sacar brillo. Aún recuerdo con espanto una concienzuda limpieza, compartida con otro joven numerario, de los pequeños cristalitos que ornaban el corredor que unía ambos pabellones de Aralar. ¡Y bajo la personal supervisión de Don Honorio! Años más tarde, he rememorado la situación cada vez que veía alguna película de ésas en las que unos sudorosos y engrilletados reclusos pican piedra bajo la suspicaz mirada "rayban" de guardianes con sombrero tejano.

Y alguno dirá que me faltaba visión sobrenatural para convertir el fregoteo en plegaria, y yo no seré quien le contradiga: en esas ocasiones me aburría como un hongo y me cabreaba como un mono, porque aquello me parecía una perfecta pérdida de tiempo y no le veía la punta sobrenatural por ningún lado. Mucho reírse de la monjita que barría el claustro con la escoba del revés, pero anda que no se ejecutaban tareas de parecida índole. Por lo que me contaron (indebidamente) algunos conmilitones procedentes del Colegio Romano, allí la cosa era todavía peor... "Cuentan de un sabio que un día / tan pobre y mísero estaba..."

Y el caso es que uno había pitado porque le dijeron que la vida dentro del Opus Dei era "una aventura". ¡Pues vaya aventura! En aquellas fechas de mi pitaje yo era bastante peliculero y me temo que no me he curado del todo, pese a los años, así que entré por una puerta evidentemente falsa. Ya lo dijo un numerario de los majos, en cuanto se enteró de la noticia: "el caso tuyo evidencia la arbitrariedad normalmente atribuida a los soplos del Espíritu Santo." Lo que pasa es que quien había soplado no había sido la Tercera Persona de la Trinidad, sino un encarnizado proselitista, más bien agobiado por el hecho de que en aquel colegio mayor andaluz, en el que compartía yo habitación con el mismísimo Retegui, no pitase nadie ni a la de tres. Lo de la aventura debió de sacárselo de la manga en un esfuerzo de imaginación.

Y el caso es que se trataba de una excelente persona aquejada de una úlcera duodenal, y estoy seguro que actuó con la mejor intención del mundo, pero creo que entre los dos metimos la pata hasta el corvejón con lo de mi fichaje.

Claro que, para aventura, lo de los estudios internos. Sólo recuerdo con cierta satisfacción algunas "Quaestiones quodlibetales" impartidas por un físico la mar de majo, que consiguió explicarnos lo de la fisión nuclear a una pandilla de neanderthales de letras y casi llegamos a entenderlo, oiga. El resto del bienio filosófico (de ahí no logré pasar) se convirtió para mi en un canto prolongado a la somnolencia académica. Uno, que por aquellas fechas andaba interesadísimo en Heidegger y hasta en Sartre, se sentía como abducido por marcianos delirantes probablemente nutridos a base de perennis hasta el hartazgo. ¡Toma aventura!

Me gustaría aprovechar la ocasión para esbozar un pequeño retrato del entrañable Antonio Ruiz Retegui en su etapa juvenil, pero estoy ya apurando las últimas migajas del crespillo, porque más me vale ponerme a trabajar y no seguir mareando la perdiz, así que lo dejo para otro rato.





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