La conciencia infalible.- Daneel
Fecha Friday, 14 November 2014
Tema 900. Sin clasificar


Estimada Isabel,

 

Me ha resultado interesante el párrafo que citas de Ratzinger. El caso que mencionas no es único, Rialp también ha editado las obras de John Henry Newman, que destaca entre otras cosas por la primacía que da a la conciencia sobre la autoridad, incluida la autoridad papal, y esto era en los tiempos del Concilio Vaticano I (véase por ejemplo la famosa Carta al Duque de Norfolk, editada por Rialp).

 

Yo interpreto que entre las personas honestas que viven inconscientemente en la esquizofrenia del Opus también hay filósofos, teólogos y editores de libros. Entre estos hay quienes aprecian a autores como John Henry Newman o Joseph Ratzinger que, sin embargo, son claramente incompatibles con aquel principio escrivariano de que “el que obedece no se equivoca”.

 

Por otra parte, algo me extrañó en el párrafo que citas. Si bien está claro que en la genuina tradición católica, tantas veces corrompida, la conciencia está por encima de la autoridad, sacar de ahí la conclusión de que “la conciencia es infalible” es un error. Es decir, la tensión conciencia-autoridad, que se resuelve muy fácilmente a favor de la primera, oculta una tensión mucho más difícil de resolver (y mucho más interesante) entre la conciencia que decide arbitrariamente lo que está bien y lo que está mal, y la conciencia que busca descubrir lo que está bien y lo que está mal. Esta última, en la medida en que busca descubrir, puede equivocarse, y por tanto no es infalible.

 

Me extrañó que Ratzinger abogara por la conciencia infalible, no me pareció propio de él. Y como no había leído ese texto me picó la curiosidad y lo busqué. Efectivamente, en el párrafo que sigue inmediatamente al que citas escribe (el texto en cursiva es mío):

 

“Esta idea [la conciencia infalible] puede despertar oposición. Es incuestionable que debemos seguir siempre el veredicto evidente de la conciencia, o al menos no contravenirlo al obrar. Cosa muy distinta es saber si el fallo de la conciencia, o lo que consideramos como tal, tiene razón siempre, si es infalible. Decir que lo es significaría tanto como establecer que no hay verdad alguna, al menos en asuntos de moral y religión, es decir, en ese ámbito que constituye el fundamento constitutivo de nuestra existencia. Como los juicios de conciencia se contradicen unos a otros, sólo habría una verdad del sujeto, que se reduciría a su veracidad. Ninguna puerta ni ventana permitiría pasar del sujeto al todo y a lo común. Quien piense esta tesis hasta sus últimas consecuencias llegará a la conclusión de que de ese modo no existe tampoco verdadera libertad y que los pretendidos dictámenes de la conciencia son sólo reflejos de hechos sociales previos. Esta conclusión debería llevar, por su parte, a la idea de que la confrontación entre libertad y autoridad omite algo, de que debe haber algo más profundo aún para que la libertad -y con ella el ser humano- tenga algún sentido.”

 

Un cordial saludo,

Daneel









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