Juzgar v/s discernir.- Aquilina
Fecha Monday, 27 October 2014
Tema 140. Sobre esta web


Estuve dando vueltas a las intervenciones de estos últimos días en Opuslibros para intentar comprender mejor, pues no me encontraba totalmente cómoda ni con los que defienden a Antonio Esquivias, ni con los que le atacan, ni con la última intervención de Antonio mismo. Después de darle tantas vueltas, esta mañana desperté con lo que creo puede ser el centro de la cuestión, y lo voy a compartir por si puede servir a los demás...



Creo que el desacierto de unos y de otros se puede encontrar en el hecho de que todos hemos caído en el error común de meternos en el juicio.

El Evangelio del domingo de ayer era el de la pregunta a Jesús sobre cuál es el principal mandamiento. El sacerdote en la homilía nos contó que en el tiempo de Jesús había 365 mandamientos que prohibían algo, y otros 248 que prescribían algo, total 613 mandamientos que originaban de los primeros 10 entregados a Moisés. Jesús reduce estas reglas, y los originales 10 mandamientos, tan solo en 2: amarás a Dios con todas tus fuerzas, con todo tu corazón y con toda tu alma; y tu prójimo como a ti mismo. No obstante esta vuelta a lo esencial, en otras páginas del Evangelio Jesús añade alguna explicitación de estos dos mandamientos principales, y a mí me parece que la explicación quizá más importante que nos da es esta de no juzgar para no ser juzgados.

Yo no sé, pero me parece que esto muchos cristianos y no cristianos, lo desatendemos bastante, en nombre de una pretendida adhesión a lo Justo y a la Verdad, así, con mayúsculas. En el Opus Dei, desde luego, aunque se predicara lo de “juzgar las actuaciones y no juzgar a las personas” estábamos siempre juzgando a los demás –si eran o no de seleccionables, sin ir más lejos- sobre las ideas, las doctrinas, las actuaciones, y sobre nosotros mismos y nuestros prójimos más cercanos: los del mismo centro, del mismo curso anual, del mismo grupo, de la misma obra corporativa.

Correcciones “fraternas”, llamadas al espíritu de la obra, evaluación de la ortodoxia... y falta total de capacidad de escucha, de sana curiosidad hacia posiciones distintas de las nuestras, de comprensión de recorridos ajenos, de respeto hacia heridas e historias personales. En cualquier caso, nosotros los del opus teníamos el recto criterio, la capacidad de juzgar lo que es bueno y lo que es malo, lo cierto y lo desacertado.

Y me temo que esta actitud, por ser compartida –aunque quizá no con tanto fundamentalismo como en el opus- por la gente del mundo normal, se nos queda dentro sin que llegamos a detectar lo dañino que puede llegar a ser, aún cuando nos encontramos –y nos sentimos- ya muy lejos de la mentalidad opus.

Nos han enseñado que la virtud se encuentra “en el justo medio”, y cada cual, las más veces, acaba por colocar este “justo medio” precisamente donde ha llegado él.

Volviendo a lo que ha pasado en esta página en los últimos días, me parece que cada cual defiende su actuación como la única correcta frente a las injusticias sufridas por él y por otros dentro del Opus. Actuamos como si todos fuéramos unos ordenadores que, con tal de darles al comando correcto, restituyen la única respuesta correcta. Como si todos situáramos lo justo y lo injusto, lo adecuado y lo inoportuno, en el mismo punto; como si la conquista de la prudencia, de la sabiduría, de la oportunidad, de la independencia interior, de la libertad... no fueran para cada uno la conquista de todo un recorrido de vida sino algo que, con tal de adherirse a los conocimientos correctos (¡siempre la ortodoxia!), a las indicaciones oportunas, salen más o menos fácilmente en la actuación de cada cual.

No es cuestión de relativismo filosófico: es cierto, creo yo, que hay cosas radicalmente justas y otras radicalmente injustas, pero son pocas y mayúsculas, y no tantas y minúsculas como parece que creemos (los 613 mandamientos que atañen a cada acción del día); y son “vida”, viven y crecen dentro de cada uno en un recorrido que a veces puede ser sufrido y que por cierto dura toda una vida.

Por todas estas razones no hay que juzgar: lo que es acertado y correcto en este momento para mí, porque ha madurado dentro y es vida de mi vida, puede ser algo aún extraño y exterior para otro, que se encuentra en otra etapa de su recorrido, y hasta quedarse inadecuado por exigencias éticas mayores, pero que yo aún no he llegado a madurar dentro de mí.

No creo que es correcto reprochar –y menos aún hacerlo con violencia y desprecio- a otros para no compartir nuestras actuaciones y posiciones, aunque sean actuaciones y posiciones que para nosotros son éticamente imperativas. No podemos leer en sus corazones ni conocer su trabajo interior. Y aunque haya personas que actúen de mala fe y contra de sus exigencias éticas, esto no se puede argüir por sus actuaciones, que siempre pueden ser dictadas por razones que nos quedan desconocidas, y al ser conocidas en cualquier caso nos está mandado no juzgar.

Además de todas estas consideraciones, hay otra, que es la diferencia temperamental que hay entre las personas. Es cierto que, por dignidad y derechos, todos los hombres somos iguales. Pero es cierto también -más aún: es evidente- que las personas son muy distintas entre sí, en sus rasgos exteriores y más aún en sus rasgos interiores, temperamentales. Estamos acostumbrados a aceptar las diferencias por fuera, sabemos que no existen dos caras, o dos huellas dactilares, totalmente iguales, pero vamos por la vida pensando que por dentro somos todos iguales, con las mismas reacciones, las mismas percepciones, las mismas sensibilidades. En cambio, la realidad es que hay personas agresivas y personas remisivas, extrovertidas e introvertidas, enérgicas y debilitadas, que hablan mucho y que prefieren callar, etc. etc. Lo que puede ser heroico para uno, quizá pueda ser casi una debilidad para otro: hay personas que, literalmente, no pueden callar frente a una injusticia y otras que preferirían morirse allí mismo antes que levantar su voz para defenderse. Es evidente que no es igual, por estas razones, la misma actuación en dos personas distintas. Como nos decía hace ya mucho tiempo en esta página Jacinto Choza: puede haber mucho vicio en tantas virtudes, y mucha virtud en tantos vicios.

La vida nos obliga continuamente a escoger, a optar por compromisos y caminos distintos, y por esta razón no es posible renunciar radicalmente a juzgar, pero debemos recordar que se trata de una actitud pragmática, y que no debe llegar al centro de las personas. Tenemos que trabajar dentro de nosotros mismos para que este “juicio” sea más bien un “discernimiento”. Discernir si aquello es lo que más me conviene en mi situación actual interior y exterior. Es algo que me sirve más para decidir mis acciones que para evaluar las actuaciones de los demás. Es algo que sirve ahora y que quizá puede no ser útil mañana, en otras circunstancias personales y de contexto. Y volviendo al Evangelio de este domingo, es algo que se hace desde el primer mandamiento, desde el amor a Dios, y quedando en el segundo: amando a cada uno de los demás como me amo a mí mismo.

Un saludo cariñoso para todos,

Elena







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