Mirarte de lejos.- Lizzy Babieca
Fecha Friday, 24 October 2014
Tema 040. Después de marcharse


Como escribo preferentemente a los EX, se me olvida que existen los IN que nos leen, y -algunos- en plan Abel controlando a Caín. Yo ya me di cuenta de que a estos los hacemos mucho sufrir, sólo por el hecho de seguir respirando. Me abisma un poco esa actitud, pero ya luego entiendo que es defensa. Desprestigiarnos es el camino que tienen para no salir tras de nosotros. Me gustaría no tenerles ventaja ninguna, así no tendría que amarlos primero, pero como sé que la tengo... acá voy...



No es difícil entenderlos cuando haces el penoso esfuerzo de "tratar de pensar como lo harías estando dentro". Para ellos somos unos perdidos peores que cualquier otro pecador, no sólo porque hemos salido del Opus, sino porque este no nos parece del todo bien, o hasta casi nos parece del todo mal. En esto el espectro experencial es amplio.

El dolor que ellos sienten por esto es grandísimo, no sólo porque le tocamos lo que para ellos es sagrado, sino porque ellos necesitan que lo sea de manera incuestionable, para que la entrega tenga sentido. Aceptar fisuras, que la madre guapa tenga defectillo, que los exes pudieran tener razón en algo y merezcan alguna disculpa, que se pueda vivir mejor afuera del Opus Dei que dentro, pues que es demasiado. Sería necesaria cierta madurez afectiva con respecto a la fidelidad y a la vocación, para poder responder a nosotros de manera distinta, sin embargo, aquello conlleva procesos que el Opus en ningún caso fomenta; al contrario, mientras menos los toques, mejor.

Conozco exes en buenos términos con el Opus. Son los que con gusto guardan silencio. Muchos venimos de ese mundo y en un principio sentíamos hasta gratitud. Nos parecía equivocado pensar mal, imagínate exteriorizarlo. Luego van surgiendo otros cosas, nos damos cuenta que callar nos resulta violento y uno logra vencer esa violencia y liberarse.

Hoy, por ejemplo, me acordaba de mi viaje a Roma. Para mi fue tan traumático el correr de allá para acá para alcanzar a hacer todos los días a "un rato de oración con el fundador", que no quise conservar ni fotos. "Qué tremendo haber estado en Roma sin poder disfrutarla", me decía, tratando de pasar de aquello. Con el marido veníamos hablando de las capitales europeas que queríamos visitar el próximo año, y empecé a tener imágenes vivas de Roma, que antes estaban enterradísimas en mi memoria. Lo bueno de haber recuperado mi pasado en opuslandia es poder ir a esos días y darme cuenta que, después de todo, allí también brillaba el sol.

Este sol ha alcanzado a iluminar también otras cosas, como los rincones del barrio donde trabajo actualmente, que ha sido, sin que yo me diera cuenta, el escenario natural de todos los acontecimientos más o menos significativos de mi vida: por estas calles conocí a mi marido, en la esquina de XX con XX, pero también, antes, cuando era universitaria, me iba con mis amigos al cine, a los cafés, a los cerros y a las librerías, huyendo de las clases que no nos interesaban. Fue también en estas cuadras donde conocí el opus. Y en esta iglesita prelaturiana pública fui a Misa con mis profesores un montón de veces. Todo aquí mismo y no me había dado cuenta.

El otro día pasé de nuevo a la iglesita y mientras estaba allí de los más feliz, salió un sacerdote prelaturiano a hacer la oración, uno que quiero mucho. Con gusto me habría tirado a su cogote, pero me acordé de que no son como cualquier persona: ellos necesitan que uno ande como triste o culposo por no ser de casa. Que uno los mire como para arriba, que les reconozca algo. Y uno, aunque jóven, se ha acostumbrado a tratar a los demas de igual a igual, como la gente común y corriente, que presta mucha más atención a las personas en cuanto personas, que a las investiduras y rangos. A los más, considera a las estrellas del rock, a los premios nóbeles, a los del cine o el fútbol, pero sin idealizar.

Pero con estos uno no puede ser normal, porque tu normalidad los ofende.

Mi experiencia me enseña que los que no niegan de plano tu existencia haciendo como que eres transparente, te miran y tratan como muy dolidos: muy tristes porque uno no quiere hacer lo correcto, es decir, callar y agradecer. Cero posibilidad de diálogo franco y abierto. Hay que conformarse con mirarlos de lejos.

Ellos también nos miran de lejos, muchas veces con dolor, con rabia, y mas de alguna vez, también con cariño. Creo que debemos esforzarnos por ser generosos con el tipo de IN rabioso, pues les llevamos la ventaja de haber vivido ambas realidades, las de IN y la de EX. Estos no se pueden imaginar -realmente todos sus recursos psíquicos se movilizan para no poderse imaginar- cómo se piensa, se siente y se vive sin la imposición de un espíritu y una praxis determinada. No pueden imaginarse nada sin determinado rayado de cancha y nosotros, al salirnos de ese rayado, nos hacemos inentendibles. Y cuando no puedes integrar la realidad del otro, ese otro se transforma en tu enemigo. Es por eso que no pueden aceptarnos como interlocutores válidos, y como no nos pueden hacer desaparecer, su frustración se trasunta en rabia. Su arma preferida no es la descalificación directa, sino que el discurso afeativo/prohibitivo/obligativo: "Como eres feo-tonto-malo por aquello y lo de mas allá -da lo mismo el contenido- no debieras hacer esto o aquello. Más bien debieras ser humilde y hacerme caso".

Yo también fui así, en ilotempore.

Nunca el silencio fue mas precioso que cuando el otro no quiere hablar, sino imponer. Pero dale un silencio cariñoso, tipo carita feliz espiritual.

Lizzy Babieca

lizzybabieca@gmail.com







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