Holocausto del yo.- Josef Knecht
Fecha Wednesday, 23 July 2014
Tema 090. Espiritualidad y ascética


Beni Espinosa (20.07.2014) ha planteado una muy buena pregunta. ¿Qué diferencia hay entre el holocausto del yo, que los directores del Opus exigen a los miembros célibes, y la praxis ascética vivida por las órdenes religiosas de la Iglesia en los últimos siglos antes de la celebración del concilio Vaticano II?

Opino que el holocausto del yo no es del todo original del Opus. También en otras órdenes religiosas se ha practicado con mayor o menor intensidad. Recordemos la expresión de san Ignacio de Loyola acerca de la “obediencia ad cadaver”: mayor holocausto del yo, imposible. En la actualidad, también se exige el holocausto de la propia personalidad e incluso de la propia persona en el Camino Neocatecumenal, fundado por Kiko Argüello en el siglo XX. Una de sus más desafortunadas sentencias es la de exigir a sus seguidores “la crucifixión de la razón” como la mejor forma de identificarse con Jesucristo, “Logos” encarnado y crucificado, olvidando así que la razón es aquello que nos hace más específicamente humanos, creados a imagen y semejanza de Dios, es decir, del Logos; ser cristiano implica para Kiko Argüello deshumanizarse en lo más profundo, aunque se guarden las apariencias de alegría, acompañada muchas veces de ese jolgorio musical tan característico de las reuniones de los “kikos”: son unos cánticos que anestesian los dolores causados por un holocausto irracional del yo.

En el caso de la Obra de Escrivá, los errores y abusos de la dirección espiritual impartida en el Opus pueden explicarse como consecuencia del trastorno narcisista de personalidad padecido por el fundador, según mostró el artículo de Marcus Tank que Orange ha comentado hace pocos días (21.08.2014). A través de la dirección espiritual del Opus, la megalomanía de Escrivá se va inoculando a sus hijos e hijas, que no tienen más remedio que anular su propio yo para dejar espacio al megalómano. En el caso de Kiko Argüello, la causa puede ser otra bien distinta, y no creo que haya que buscar en él razones patológicas. Agüello parte de una formación catequética sólida. El celo pedagógico de un catequista, si está sazonado con una pizca de fanatismo integrista, puede desembocar en exabruptos como el de “la crucifixión de la razón”.

Ahora bien, no siempre ha sido así en la historia de la espiritualidad cristiana. Exigir un holocausto del yo con características tan extremas ha sido una deriva errónea de la vivencia espiritual en los últimos siglos. La ascética de los primeros monjes, en la época de la Antigüedad, era más bien terapéutica y profundamente humanizadora. Recomiendo a Beni Espinosa –y a cuantos estén interesados– la lectura de un ameno libro que no se limita a denunciar las deficiencias de la praxis espiritual originadas en la Edad Moderna, sino que sobre todo expone de manera positiva y animante las grandes aportaciones de los antiguos ascetas cristianos (años 300 al 600 de nuestra era): Anselm Grün, La sabiduría de los Padres del desierto. El cielo comienza en ti, Sígueme, Salamanca 2000.

Josef Knecht









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