Segundo crespillo: pompas y oropeles.- Antrax
Fecha Thursday, 08 July 2004
Tema 070. Costumbres y Praxis



Segundo crespillo: pompas y oropeles

Cap.2 de PERDIENDO EL TIEMPO CON EL TIEMPO PERDIDO
Antrax, 8-jul-04


La recompensa de la humildad
y el temor del Señor
son la riqueza, el honor y la vida
(Prov. 22.4).

Pues sí. Había una vez una familia que era muy pobre: el padre y la madre eran pobres, los hijos eran pobres, el mayordomo era pobre, la institutriz era pobre, el chófer era pobre, el ama de llaves era pobre, las doncellas eran pobres, el cocinero y los pinches eran pobres, los mozos de cuadra eran pobres... Todos eran pobres.

Ingerido el segundo crespillo, se me vino a la mente este viejo chiste. Lo del libro de los Proverbios también me pareció muy chusco y adecuado, así que me apresuré a copiarlo aquí, porque a veces pensamos que en la Biblia no hay sentido del humor ni ironía, y mira si los hay...

Claro que la lectura del Antiguo Testamento no es práctica usual en el Opus Dei, y me parece lógico, porque esa colección de contradicciones y hasta de barbaridades es capaz de sumir en el más absoluto caos a cualquier mente sencilla y piadosa, capaz de asumir que Camino es la obra cumbre de la espiritualidad universal. Lo que nunca he entendido es cómo los mormones y otras sectas de las películas americanas abren la Biblia por cualquier parte y encuentran recursos para la paz espiritual, o, incluso, para deshacerse del malvado terrateniente que les quiere echar de su pequeña granja. Cierto que el Libro de Estér nos explica perfectamente cómo mediante la prostitución de una hija o pariente próxima podemos alcanzar el favor de un tirano y, de esa manera, lograremos ejecutar una sangrienta venganza contra nuestros enemigos con total impunidad.

Pero, volviendo a lo nuestro, hay que reconocer que la pobreza evangélica desde la perspectiva del Opus Dei es francamente agradable; pero de eso ya se ha despachado a su gusto el Satur y me limitaré a rememorar con lágrimas en los ojos los pedazos de desayunos y meriendas que me he metido entre pecho y espalda en aquellos gloriosos años. Me acuerdo de una merienda en Castelldaura a base de carabineros hasta no poder más, porque junto al nuestro había un curso anual de mayores (Por ahí andaban don Vicentón y otros próceres), así que, como dice Cervantes, "con los restos del castillo se pudo mantener el real". Eso de vivir en lugares impecables, donde a uno le dan de comer de miedo, le limpian la casa, le hacen la cama y le sirven la mesa no lo he visto yo en otros ambientes pobres, como el altiplano de Bolivia y las Tres Mil Viviendas de Sevilla. Se ve que son estilos diferentes. El mismo Padre Llanos creo que también interpretaba de modo muy diverso lo de la pobreza evangélica, según pude comprobar posteriormente.

A mi siempre me pareció desagradable y hasta ridículo Monseñor Escrivá de Balaguer, entonces "El Padre" y hoy creo que "Nuestro Padre" y "San Josemaría" o algo así. Viví desde dentro y desde fuera la clamorosa anécdota del Marquesado de Peralta y disfruté mucho cuando un profesor de lógica bastante chusco clamaba por una campaña para que a los docentes de la Universidad de Navarra, en justa correspondencia, se les nombrase infanzones a fuero de España. La moción no prosperó, y mira que se trataba de una iniciativa bien razonable.

No me caía bien aquel cura porque me parecía sumamente histriónico, ostentoso, arbitrario y empalagoso a más no poder. Lo siento, pero no retiro ni un adjetivo, ya que, como digo, se trata de apreciaciones personales que nadie está obligado a compartir. También me caen muy antipáticos el Presidente Bush y David Bisbal, lo que no impide que a sus seguidores les parezcan el no va más y los reyes del mambo. ¡Ah, tampoco me gusta Penélope Cruz, por ejemplo! Pero no les odio; simplemente no me hacen gracia. Habrá que añadir esta apostilla para aclarar a nuestros privados inquisidores que no se trata de eso, caramba.

Lo tuve más o menos cerca, incluso muy cerca en el Colegio Mayor Aralar (un par de veces o tres) y en el Colegio Romano (en una visita a Roma). En el primero de estos lugares porque yo vivía allí ordinariamente y él se alojaba esporádicamente en una zona especial, especialísima, de aquel seminario camuflado. Y no lo hacía de cualquier manera, ¡angelico mío! Tuve oportunidad (rara avis) de fisgonear el apartamentillo y aquello era una suite de lujo sin paliativos. No es que uno suela alojarse en suites de ésas todos los días, pero alguna hemos catado en plan cateto (congresos pagados y afines); esas veces que te llevas de recuerdo todos los frasquitos y hasta el neceser para enseñárselos a la familia y a los amigos. Bueno, pues la chocita aquella no era precisamente una vivienda protegida, ya lo creo que no. Es que hay pobres la mar de selectos.

Respecto a Bruno Buozzi, pude asombrarme (que no "admirarme"), entre otras dependencias, ante el oratorio privado de Monseñor, que no era precisamente la cueva de un cenobita, a fe mía. Recuerdo con especial perplejidad la fabulosa "mise en scene" de la columba eucarística de oro que pendía en el centro del decorado, porque todo el edificio y algunas de sus zonas eran aparatosamente teatrales, si bien en un género escenográfico que uno, bastante brechtiano para sus cosas, no acaba de compartir. Por ejemplo aquella marca indeleble de los piececillos del gran hombre, quien, desde mi punto de vista y a juzgar por otros detalles que iré recordando, se estaba preparando la posteridad a conciencia, como cumpliría a un Ramsés o a un Tutmosis cualesquiera, pero no acaba de cuadrar con un sacerdote católico autoproclamado "humilde" y "pobre".

Siempre he desconfiado de las personas que comparecen ante multitudes delirantes cargadas de fanatismo y, por ende, de irracionalidad. También desconfío de las motivaciones que impulsan al delirio a estas multitudes.
Recuerden las comparecencias de Adolfo, el cabo de bohemia, ante las masas germánicas enfervecidas (o vean de nuevo "El Gran Dictador", de Chaplin). He tenido oportunidad de presenciar comparecencias populares del sanguinario Hassan II de Marruecos y me he llenado de dolor y de asco; he perdido mi confianza sobre la revolución cubana tras aguantar cuatro horas de discurso del camarada Fidel bajo un sol abrasador y bajo aclamaciones incesantes... No me gusta ese tipo de dirigentes, ni los bombos de Perón, ni los conciertos de mediocres cantantes aureolados por el prestigio que el marketing otorga a cualquier berzotas.

Mucho menos me gustaba, naturalmente, que un hombre supuestamente espiritual y humilde se montase unos numeritos de histeria colectiva bajo control en sus visitas como "Gran Canciller" (título que rebosa sencillez y modestia) a Pamplona y a la Universidad. Verdad es que el ingenio y clarividencia de sus respuestas a las preguntas precocinadas bien merecían el clamor subsiguiente:

- Padre: ¿qué nos dice a los de Socuéllamos?

- ¡Que yo quiero mucho a los de Socuéllamos!


(Delirante aclamación)

- Padre: ¿Qué nos dice a los mozambiqueños?

- ¡Que yo quiero mucho a los mozambiqueños!


(Alaridos de júbilo)

El único mozambiqueño presente en la epifanía se secaba las lágrimas con el papel en que le habían escrito la pregunta que tenía que hacer y continuaban las manifestaciones de campechanía y naturalidad. Personalmente reconozco haberme evadido subrepticiamente de algunas de estas manifestaciones, así como de alguna tertulia "improvisada", porque me ponían bastante nervioso, casi tanto como su manía de dar besitos y caramelos a hombretones hechos y derechos cuando estaba de humor.

Pues el caso es que repetía con cierta frecuencia frases como: "El hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir", o se declaraba "siervo de los siervos de Dios". Paradójicamente en la práctica ocurría todo lo contrario, porque él era permanentemente servido por los circunstantes de ambos sexos con escrupulosa meticulosidad y, si así no fuera hasta el más mínimo detalle, allí se armaba la de San Quintín. Mis pobres testimonios sobre el particular quedarían pálidos frente a los aportados por gente muy bien informada en libros de gran interés, pero el caso es que me tocó hacer de centinela del castillo en la zona privada de Aralar y aquello era un despelote de dimensiones incalculables. Y estamos en la permanente distorsión del lenguaje y de la realidad: yo soy el siervo, pero a mi me sirven, soy humilde, pero me monto clamorosas epifanías, soy pobre, pero vivo como un cardenal renacentista. Ya digo que a mi este hombre no me hacía ninguna gracia.

¿Qué si la Iglesia ha hecho bien o mal, al canonizarlo? Pues, la verdad, eso me trae al fresco; es cosa de la Iglesia Católica y no mía. Después de todo también canonizó en su día a Bernardo de Clarivaux, animoso predicador de la sangrienta II Cruzada, a quien corresponden frases tan caritativas como ésta: "El cristiano es glorificado en la muerte de un pagano porque mediante ello Cristo mismo es glorificado"; o a una tremenda masoquista, como Catalina de Siena. Por añadidura, mantuvo durante siglos una Santa Inquisición que forma parte de la historia más bochornosa de la Humanidad, la Inquisición que obligó a Tommasso Campanella a fingirse loco para salvar el pellejo. Sus razones tendría la Iglesia, supongo. También otras estructuras piramidales han hecho santos a su manera, como sucedió con Lenin en la finada Unión Soviética, o con Mao (en vida) en la China revolucionaria. No me parece una buena idea esto del culto a la personalidad.

Han pasado muchos años y, ahora que me ha dado por recordar, creo que me ratifico en todas aquellas impresiones. A eso me ayuda bastante no tener que andar retorciendo mi conciencia para hallar en alguna parte un encendido amor al Padre, por superior mandato naturalmente. No me aflige ya la inquietud producida por no sentirme capaz de participar en las histerias colectivas. La verdad, es una suerte.

En fin, creo que el crespillo de hoy estaba algo ácido, así que me gustaría que el próximo (si lo hay) me entregue sabores un poco más azucarados.





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