Más sobre la carrera de Escrivá.- Gervasio
Fecha Wednesday, 18 June 2014
Tema 115. Aspectos históricos


Más sobre la carrera de Escrivá

Querido Job Fernández:

Me refiero a tu bien razonado artículo sobre La carrera eclesiástica de Escrivá, precedido por otro no menos bien razonado: Elegido por Dios. Admiro lo cuidadosamente que ponderas los datos y el rigor con que planteas tus razonamientos. No obstante, quisiera efectuar un par de puntualizaciones, porque apreciar en mucho lo que escribes no significa estar de acuerdo con todo...



La primera puntualización deriva de que la primavera dura tres meses. En el hemisferio norte empieza aproximadamente en 21 marzo y termina en 21 de junio. Por tanto, cuando en 4 de junio de 1923 murió el Cardenal Soldevilla, todavía era primavera. Si, como argumentas, Escrivá tenía que haberse matriculado de Derecho en primavera, tuvo tiempo para hacerlo, después de la muerte del Cardenal Soldevilla. La primavera termina el 21 de junio. La verdad, no me parece que hayas comprobado hasta cuándo era posible matricularse del curso preparatorio de Derecho en la Zaragoza de 1923. Probablemente estuviese permitido matricularse del preparatorio y del primer curso conjuntamente a partir de cierta edad. Eso de matricularse de ingreso y primero era muy común por aquel entonces. Con todo, de los plazos existentes no tengo ni idea. Sabemos por Jaume García Moles que, tras la muerte de Soldevilla, Escrivá se puso a estudiar durante el verano Lógica fundamental y Lengua y literatura españolas, que eran las asignaturas preparatorias de la carrera de Derecho. A continuación, en 1924, supera muchas asignaturas de Derecho, casi la mitad, también a decir de Jaume García Moles.

Que la intención de estudiar Derecho la haya tenido Escrivá antes de ingresar en el Seminario de Logroño o haya sido una intención sobrevenida me parece, además de  irrelevante, puramente interpretativa. No tenemos datos fidedignos. No tenemos otros que los de alguien con manifiesta tendencia a engañarse a sí mismo y a engañar a los demás; y aun así los datos son incompletos, cuando no ambiguos o contradictorios. El caso es que durante el verano de 1923 puso en práctica la idea de licenciarse en Derecho y a partir de entonces trató de compatibilizar su dedicación al estudio del Derecho con sus estudios seminarísticos y posteriormente con el ejercicio de su sacerdocio. Optó por las dos cosas. Eso es lo que hay.

La intención de estudiar Derecho pudo estar en el padre de Escrivá inicialmente y en el hijo posteriormente o viceversa. Lo mismo cabe decir con respecto a la madre. Permítaseme un paralelismo con el matrimonio. Cuando un individuo se casa —pongamos por caso a los veintiún años, en Zaragoza, en 1923—, demuestra con hechos que quiso casarse. Eso es lo verificable. Se casó, luego quiso casarse. ¿Cuándo nació en él la intención de matrimoniar? ¿Se la sugirió su padre? ¿Se la sugirió su abuela? ¿Se lo sugirió Petrita, su futura esposa? ¿Partió de él mismo? ¿Pensó siempre en casarse, aunque sin saber cuándo ni con quién? Por elucubrar que no quede. ¿Decidió casarse al conocer a Petrita, aunque no era muy partidario del matrimonio o por el contrario predominaba en él el deseo de casarse, más que el deseo de unirse en matrimonio precisamente con Petrita? ¡Averígüelo Vargas!

Es posible, por supuesto, que la dedicación de Escrivá a los estudios de Derecho en 1923 nada tenga que ver con el fallecimiento del Cardenal Soldevilla, sino con otros motivos, que desconocemos. Por otra parte, muchas veces un motivo no es la única causa de algo. Hay concausas. Con todo no cabe duda de que a partir de un determinado momento —verano de 1923 y no antes—Escrivá comienza a estudiar la carrera de Derecho y luego, en 1924, prosigue estudiando con gran ahínco. Que el propósito o al menos una posibilidad condicional más o menos remota de estudiar Derecho ya estuviese presente en su mente tiempo antes no es en absoluto descartable. Lo decisivo, a mi modo de ver, es que nos encontramos ante alguien que intenta compatibilizar la dedicación al sacerdocio con la dedicación al Derecho. Ese es el hecho. Cabe percibir fluctuaciones. No siempre demuestra el mismo empeño en una cosa que en la otra. En los inicios de su sacerdocio, en 1925, parece inclinarse más hacia la carrera de Derecho que hacia las tareas sacerdotales.

La segunda puntualización hace referencia al frecuente uso que haces de la palabra “plausible”, que significa digno de aplauso y en segundo lugar —siempre según la RAE—atendible, admisible, recomendable. Construyes frases como esta: También me parece bastante plausible que el padre hubiese cedido a la pretensión materna, ya que era muy consciente de su situación económica. Yo la verdad muy digno de aplauso no lo veo, ni tampoco recomendable. Me tomo el atrevimiento de considerar que tú tampoco. Para mí, que lo que quieres decir son cosas como resulta bastante“posible”, “probable”, “verosímil” o algo así… Me parece mucho más plausible—escribes en otro lugar— (me parece que los datos confluyen en ello) que su estancia en el seminario haya sido, desde el principio, solamente una vía para otros fines. En fin que yo lo veo “comprensible” quizá, pero nada plausible. Al seminario hay que ir a lo que se va. Me parece que utilizas la palabra “plausible” en el significado que a esta palabra —que se escribe igual en castellano que en inglés— se le atribuye en la lengua de Shakespeare. A aplaudir lo llaman toclap y “plausible” no lo conectan con aplaudir. El diccionario inglés-inglés Webster da esta definición de plausible: aparentemente verdadero, digno de crédito, etc.

Sigo con alguna cosilla más. No me resultan convincentes las argumentaciones que alegas sobre la dificultad de estudiar Derecho por libre, residiendo en Logroño. No entiendo lo de “pedir dispensas para no seguir con la carrera eclesiástica”. Me parece que para no seguir con la carrera eclesiástica no hace falta dispensa alguna.

Una última consideración, que apenas tiene que ver con mis diferenciasde interpretación contigo. Voy a la problema de fondo. No me dio tiempo a desarrollarla holgadamente en mi último escrito sobre La carrera eclesiástica de Escrivá de Balaguer y por eso paso ahora a desarrollarla con algo más de amplitud. Escribí entonces: En enero de 1927, finaliza, siendo ya presbítero, la licenciatura de Derecho y a continuación, ese mismo año, se traslada a Madrid para hacer allí los cursos de doctorado y su tesis doctoral. En sus memorias —o más bien su diario de zozobras interiores— que llama catalinas, se refleja que basculaba entre dos alternativas: dedicarse plenamente al sacerdocio o continuar con sus estudios de Derecho opositando a una cátedra universitaria. (Cfr. Jaume García Moles, Entrega nº 27, pág. 8). Ese tema aflora con frecuencia en sus catalinas. Parece dar a entender que opta por lo primero, pero el caso es que no renuncia a lo segundo; es decir, continúa con sus estudios de doctorado en Derecho y acaricia la idea de una cátedra. Es una incompatibilidad —entiendo yo— más bien ficticia, inventada. A Escrivá le hubiese venido de perlas, cuando andaba por Madrid entre academias y estudiantes universitarios, el status social de catedrático de Universidad; pero no lo llegó a alcanzar. Es una incompatibilidad inventada. En sus catalinas lo disfraza de entregada opción por el sacerdocio en detrimento de la cátedra.

De esas catalinas las más significativas me parecen estas dos: 385. Lo apunté otro día, pero insisto, porque así lo veo delante de Dios: a mí personalmente me gustaría trabajar en una rama del Derecho, hasta sobresalir y ser un sabio. Firmísimamente creo, sin embargo, que Jesús no me quiere sabio de ciencia humana. Me quiere santo (11/11/1931). Y sigue 44: Ahora enseñar una, dos… tres ramas del Derecho a jóvenes que quieran aprender y a quienes se pueda encender, de paso en el fuego de Cristo… Esto sí; esto lo siento yo: para eso tengo vocación (2/12/1931).

Escrivá, a mi modo de ver, se propuso ser catedrático de Derecho canónico o de Derecho romano —algo no sólo compatible, sino complementario, con su dedicación sacerdotal a los universitarios—; pero fracasó en el intento. Así de crudo lo veo yo. La realidad es cruda y cruel. Nada de que Jesús no me quiere sabio de ciencia humana. El itinerario de su fracaso sigue el decurso de su tesis doctoral. No logra defenderla hasta después de doce años de haberse trasladado a Madrid con esa finalidad. En 1939 se doctora, por fin, y además patrióticamente, con un tema —la Abadesa de las Huelgas— completamente distinto al elegido inicialmente. ¡Qué pérdida de tiempo y frustración supone arrastrar durante diez años una tesis, para abandonarla después y presentar otra!

Como atestigua Fray José López Ortiz, miembro de su tribunal de tesis, no recibió la máxima calificación “sobresaliente cum laude”, que es la que se solía dar a una tesis mínimamente aceptable, sino un “sobresaliente” a secas. Esta última calificación no es nada lucida. Es más bien un desdoro. Cuando un doctorando tarda doce años en parir su memoria, su tesis resulta invariablemente mala. Tal tipo de persona demuestra carecer de aptitud para la investigación. Los licenciados en Derecho se dividen en dos clases: los que no son capaces de redactar una tesis doctoral y los que lo son. Sucede lo mismo con el salto de pértiga. Hay quienes no son aptos para ese tipo de atletismo. Estadísticamente, la baja calidad de una memoria de tesis doctoral no procede del escaso tiempo que se le dedicó, sino más bien del exceso de tiempo dedicado. Cuando alguien tarda demasiado tiempo en parir su tesis, malo. Revela empantanamiento del trabajo. El doctorando trabaja y trabaja, pero no utiliza posteriormente aquello a lo que dedicó tanto tiempo, porque no sirve para nada. Tal sucedió en este caso, en que tuvo que cambiar de tema de tesis doctoral.

En cambio, con pocas horas, personas con las debidas aptitudes son capaces de presentar como memoria de tesis algo digno. Sabemos que el ejemplar de su memoria doctoral desaparece de la Universidad complutense de Madrid y es sustituido por un encomiable trabajo sobre la Abadesa de las Huelgas, en forma de libro impreso. Tal libro sí que es digno de un sobresaliente cum laude. Si no se lo dieron es porque no fue eso lo que presentó. De ahí que se haya sugerido a Fuenmayor como el probable negro de la Abadesa de las Huelgas impresa. Creo recordar que la primera edición es de 1944.

Lo que más digno de resaltar me parece de las mencionadas catalinas, es que Escrivá no tiene inconveniente en contradecir su doctrina general —lo que enseña a sus seguidores— con tal de justificarse a sí mismo. Su doctrina general reza así: al que pueda ser sabio, no le perdonamos que no lo sea (Camino 333); pero él en vez de reconocer humildemente que es “incapaz de ser sabio”, considera que ser sabio es incompatible con su sacerdocio. Jesús no me quiere sabio de ciencia humana. Me quiere santo. El que no se consuela es porque no quiere. Hay mucho catedrático de Derecho y de otras materias dentro del Opus Dei. Es una profesión incluso muy recomendada y considerada totalmente compatible con la santidad, a diferencia de lo que sucede con la dedicación a ser actor o actriz de cine. Esto último se recomienda más bien poco. Y por supuesto los catedráticos del Opus Dei a los que me refiero son catedráticos de ciencia humana; no de Sagrada Teología. A él también le hubiese gustado ser catedrático de Universidad —tanto o más que lo de ser marqués—, pero no lo consiguió. Se quedó en profesor de Derecho de academia. Al parecer desde la academia encendía en el fuego de Cristo a los jóvenes mejor que desde la cátedra. Yo veo ahí un autoengaño. No le reprocho no haber llegado a catedrático. Cada uno tiene sus limitaciones. Lo que me repele de su actitud es que pretende justificar su fracaso con unas explicaciones —las llamadas catalinas, destinadas a su confesor—, en las que disfraza su fracaso de abnegada opción por sacerdocio. No me choca que a partir de un determinado momento sólo se confesase con don Álvaro. Estupendo eso de adoptar como consejero espiritual a uno de sus más fervientes admiradores. Así se las ponían a Fernando VII. Para mí esa actividad tan egocéntrica de escribir catalinas —leyendo las cuales por cierto fue cuando “vio” el Opus Dei— me huele a chamusquina. No sólo las escribe, sino que las hace y las rehace. ¡Qué obsesión! ¿Se encontraría guapo leyendo sus catalinas? Un retoque aquí, otro allá.

Lo de Escrivá son escritos como “Santo Rosario”, “Camino”, “Instrucción sobre el modo de hacer proselitismo”, “Conversaciones con monseñor Escrivá”, la carta “Bonus pastor”, una meditación transformada en carta y cosas de este estilo. Tiene sin duda frases hermosas y llenas de fuerza. Pero no se le ve dotado para la exposición del pensamiento abstracto. Le falta esa actitud mental tan necesaria para un profesor de Universidad y para la “ciencia humana”. El único escrito en que hace alarde de cierto pensamiento abstracto —habla de la evolución histórica del concepto de estado de perfección— es en su famosa conferencia de 1948 sobre los institutos seculares, que, por lo demás, fue una metedura de pata en toda regla. Escrivá sólo tiene un libro —entendiendo por tal un todo estructurado y trabado entre sí—, la Abadesa de las Huelgas, pero no lo escribió él. Durante los años que van de 1940 a 1943 —entre la defensa de la tesis (1939) y la primera edición (1944)— no le llovió del cielo ni más tiempo ni más capacidad investigadora que antes. “Camino”  —su publicación más difundida— no es un libro, en el sentido antes indicado, sino un conjunto de máximas ordenadas por temas,  mucho tiempo después de haberlas escrito, lo mismo que “Consideraciones Espirituales”. Sus cartas, catalinas, frases en Crónica, Noticias, libros de meditaciones, etc., constituyen igualmente un precipitado de elementos heterogéneos y deslabazados. 

Recuerdo haberle escuchado en el soggiorno de la casa de retiros de Villa Tevere unos cuantos lugares comunes de teoría política y luego añadir:

—Esto, con un poco de bibliografía, es una lección de Derecho Político.

Y se quedaba tan pancho.

Gervasio







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