La carrera eclesiástica de Escrivá de Balaguer.- Gervasio
Fecha Monday, 02 June 2014
Tema 115. Aspectos históricos


La carrera eclesiástica de Escrivá de Balaguer

Autor: Gervasio, 2/06/2014

Cuando, con dieciséis años, Escrivá terminó los estudios de enseñanza secundaria —el bachillerato—, sus biógrafos consideran que tenía ante sí tres posibilidades: o bien hacer la carrera de arquitectura o bien la carrera eclesiástica o bien la de Derecho. Escrivá contempla una cuarta: que sus padres lo pusiesen a trabajar, sin que prosiguiese más estudios; cosa a la que —añade— tenían perfecto derecho. En casa continuaron mi educación —dejó escrito en sus Apuntes Íntimos, nº 1688—, para darme una carrera universitaria, a pesar de la ruina familiar, cuando muy bien pudieron, en justicia, haberme puesto a trabajar en cualquier cosa. Hoy día estudiar para sacerdote ya no se considera una carrera —la carrera eclesiástica—, pero entonces los estudios eclesiásticos eran considerados una carrera más.

            Todavía en la España de los años cuarenta, ante el panorama profesional existente, un testigo de esa época enfocaba así las posibilidades que tenían los jóvenes de clase media:

            —Sólo tienen dos salidas: o el sable o la faldita...



            Por “el sable” entendía hacerse militar y por “la faldita” entendía la sotana, hacerse cura. Todavía en mil novecientos cincuenta y pocos uno de mis compañeros de bachillerato iba diciendo por ahí—aunque no logró engañar a nadie, pues no era esa su intención— que, una vez terminados los estudios de bachiller, iba a cursar “la carrera eclesiástica”. La opción por el sacerdocio ya no se expresaba con un voy a “seguir la carrera eclesiástica”. El sacerdocio afortunadamente había dejado de considerarse una carrera más. Recuerdo a dos chicos de distintas edades de una familia muy numerosa y de buena posición que se fueron al seminario, donde por cierto permanecieron poco tiempo. Sus hermanos habían elegido diversos estudios —arquitectura, medicina, Derecho— correspondientes a otras tantas carreras universitarias. En su familia nunca se consideró que habían optado por una carrera más, al ingresar en el seminario, sino que tenían “vocación”.

A este propósito he oído a Escrivá alegar, en favor de la conveniencia de que haya muchas familias numerosas, que donde hay muchos hijos los padres no tienen inconveniente en “destinar” a alguno de ellos al sacerdocio o a la vida religiosa. Me parece tan disparatada y repugnante tal fundamentación de la fecundidad matrimonial, que no voy a entrar a valorarla ni a refutarla. Hablo de ello sólo porque presupone esa mentalidad que quiero resaltar. En la época a la que me estoy refiriendo —1918, la del bachillerato de Escrivá— hacer monja a una hija o sacerdote a un hijo era considerado un modo de “colocarlos”.

Permítaseme un último ejemplo ilustrativo. Amadeo de Fuenmayor y Champín (1915-2005) fue un alumno muy brillante en sus estudios de Derecho. Se graduó como licenciado con el llamado premio extraordinario fin de carrera. En 1943 ganó la cátedra de Derecho civil de Santiago. En 1949 se ordenó como sacerdote numerario del Opus Dei. Tenía un brillante curriculum como jurista, a más de haber sido consiliario de España, missus y muchas otras cosas. Un buen día se encontró casualmente con un antiguo compañero de Universidad, que al verlo de sotana, exclamó decepcionado:

- ¡Oooh! Pensábamos que ibas a llegar mucho más lejos.

A su compañero de Universidad le sorprendía que, pese a sus brillantes estudios, hubiese medrado tan poco. Don Amadeo relataba ese encuentro con su habitual sorna, muy divertido. Y efectivamente tiene su gracia.

Traigo a colación todo esto para ilustrar lo que por “carrera eclesiástica” procede entender en aquella época en que Escrivá dice de sí mismo que no quería hacer carrera sacerdotal, que no quería ser el típico “cura”. Aquello, no era lo que Dios me pedía, y yo me daba cuenta: no quería ser sacerdote para ser sacerdote, el cura, que dicen en España. Yo tenía veneración al sacerdote, pero no quería para mí un sacerdocio así. En una instancia de 23 de septiembre de 1920 dirigida al arzobispo de Zaragoza escribe: deseando continuar, en este Seminario Pontificio, los estudios de la Carrera Eclesiástica comenzados en el de Logroño, a V. Emma suplica se digne admitirle a la matrícula de 2º año de Teología, previos los… Lo de “Carrera Eclesiástica”, que subrayo, está resaltado en el original manuscrito con letras iniciales mayúsculas.

Quizá proceda distinguir entre “Carrera Eclesiástica y “carrera sacerdotal”. La segunda es más modesta. Acaba en “cura” o a lo más en “canónigo”. Escrivá la describía caricaturísticamente así: Salían de allí [de los Seminarios] para seguir su carrera… Se comportaban bien y procuraban ir de una parroquia a otra mejor. El que estaba preparado, hacía oposiciones a una canonjía. Cuando pasaba el tiempo, los metían en el Cabildo, de donde procedían los elementos necesarios para ayudar en el gobierno de la diócesis, para la formación del clero en el Seminario… (Citado por Jaume García Moles entrega nº 20, pág. 5, AGP, P04 1974). La primera —la Carrera Eclesiástica— se extiende desde el episcopado hacia arriba arriba. Todo lo que se pueda.

Escrivá se postulaba para obispo ya en 1942. Como no lo consigue ni en 1942 ni en 1946, en 1947 le confieren como premio de consolación la dignidad de “prelado doméstico”. A partir de entonces —desde 1947— ya no es un sacerdote más sino un “monseñor”. Ya pertenece al Alto Clero. Ya tiene derecho a calzar zapato con hebilla de plata. Lo consiguió, si no llevo mal las cuentas, a los 45 años, que no está mal del todo. En fin, también en esto me atengo a los hechos. El que la sigue la consigue. No quiso ser regente auxiliar de la parroquia de Perdiguera, e hizo bien, ¡qué caramba! ¿Por qué ser regente auxiliar de Perdiguera, cuando se puede llegar a monseñor? Los hechos cantan. Si me encuentro con alguien en Japón, en Kioto pongamos por caso,  presupongo que está en Kioto porque de mejor o peor gana decidió ir allí; no presupongo que lo hayan secuestrado y llevado a Kioto contra su voluntad.

Decía al inicio que las posibilidades que Escrivá tenía a sus dieciséis años eran tres: o bien hacer la carrera de arquitectura o bien la carrera eclesiástica o bien la de Derecho. A mi modo de ver, en la mente de Escrivá el orden de preferencia en relación con esas tres posibilidades era este que acabo de señalar: en primer lugar la arquitectura y en último lugar el Derecho. Por falta de medios económicos no podía desplazarse a una ciudad en la que se pudiese estudiar arquitectura. Tal opción quedaba descartada tanto por él como por sus padres. La carrera de Derecho, en cambio, podía perfectamente realizarse residiendo en Logroño. Algunas carreras —no así la de arquitectura o la de medicina— podían ser cursadas conforme al régimen llamado de “alumnos libres”. Ese régimen consistía en estudiar sin asistir a clase oficial alguna, sujetándose a un programa y a unos libros, y examinarse posteriormente, bien en la convocatoria de junio, bien en la de septiembre. El alumno generalmente recibía orientación acudiendo a una academia particular o bien aconsejado por otro alumno o alumnos de cursos superiores. De hecho esta fue la modalidad que Escrivá adoptó para estudiar Derecho mientras fue seminarista en Zaragoza. Estudiaba por los veranos y se presentaba en la convocatoria de septiembre. Aunque vivía en Zaragoza en el seminario, no asistía regularmente a clase en la Facultad de Derecho, como los alumnos oficiales. Los seminaristas lo tenían —y me parece que lo siguen teniendo— prohibido. Tienen que asistir a otras clases correspondientes a los estudios seminarísticos. Su condición de seminarista en modo alguno facilitó los estudios de Derecho de Escrivá, sino que los entorpeció. Es más, cuando dos años después de llegar al seminario de Zaragoza, decide iniciar los estudios de Derecho, se ve obligado a matricularse sin el preceptivo permiso y aun así en “régimen de alumno libre”.

Los biógrafos oficiales —incapaces de admitir que su “santito” hubiese hecho algo mal— afirman que su incardinación en la diócesis de Zaragoza, para cursar estudios sacerdotales, llevaba implícita el permiso de cursar también los estudios de Derecho. Me parece que no se hacen cargo de lo que es un permiso implícito. Se podría considerar implícito en el estatuto de Escrivá como seminarista, por ejemplo, el permiso de visitar a sus padres en Logroño durante las vacaciones y cosas de este estilo; pero algo que está prohibido con carácter general a todos los seminaristas en modo alguno puede considerarse que está permitido a uno de ellos implícitamente, máxime cuando el supuesto permiso no se comienza a ejercitar desde el mismo momento de la llegada de Escrivá a Zaragoza, sino dos años más tarde. Los permisos o dispensas contrarios a una norma general han de ser, como no podría ser menos, muy explícitos. No pueden darse por existentes implícitamente. También hablan de que tenía un permiso no implícito sino explícito, pero verbal, del arzobispo de Zaragoza, cardenal Soldevilla, con el que ciertamente se llevaba muy bien. Ese tipo de  permisos verbales, si no están recogidos fehacientemente por escrito, caducan con el fallecimiento del otorgante del permiso, de Soldevilla en este caso. Como es comprensible, de otra manera, cualquiera podría considerarse llamado a disfrutar de cualquier régimen de excepción. Cosa distinta es que en vida de Soldevilla Escrivá ya hubiese iniciado la carrera de Derecho. Ante cualquier denuncia o reproche, el cardenal podría responder: yo le he conferido verbalmente permiso para hacerlo.

Por tales motivos no estoy de acuerdo con esta apreciación de Job Fernández:

Puede que le haya presentado a su hijo — se refiere a José Escrivá y Corzán— la siguiente disyuntiva (con todos los circunloquios y adornos posibles):

—Hijo, no tenemos dinero para costearte unos estudios universitarios. La opción que tienes es, o ponerte a trabajar, o estudiar Derecho por medio de un camino algo tortuoso: hay que desplazarse a Zaragoza; entrar en el seminario para que el coste de la estancia resulte llevadero; procurar simultanear los estudios con Derecho (ese era el objetivo de Escrivá para su hijo (Elegido por Dios, introducción).

Tal hipótesis no me parece verosímil—no hago más que seguir en esto a Jame García Moles—, por la razón ya dicha de que cabía perfectamente cursar la carrera de Derecho en régimen de alumno libre viviendo en Logroño y también porque Escrivá no se matricula de Derecho hasta dos años después de haber llegado al seminario de Zaragoza. Me parece que Job Fernández se deja influir por las biografías oficiales que tratan de probar sin argumentos convincentes, como muestra Jaume García Moles (Cfr. Entrega nº 11), que la intención de estudiar Derecho ya estaba presente en Escrivá antes de ir al seminario de Zaragoza.

En su momento, Escrivá examinó con su padre atentamente las diversas posibilidades que se le abrían al terminar el bachillerato. Su papá se inclinaba por que estudiase Derecho. Escrivá optó, contra su parecer, por matricularse en el seminario de Logroño, a lo que el padre no se opuso, aunque, me parece, que tal decisión le hizo llorar. No nos cuentan los biógrafos cuál fue la actitud de la madre; pero supongo, aunque carezco de testimonios en que apoyarme, que tal decisión no le hizo llorar, sino que más bien la alegró. Probablemente se la sugirió ella misma. Es sólo una hipótesis. Me da la impresión de que pertenecía a ese tipo de madres, muy metidas en novenas, iglesias y sacristías —de las que van quedando pocas—, cuya mayor ilusión es tener un hijo sacerdote y a ser posible Papa. Otro más en la familia. Tenía nada menos que dos hermanos canónigos y un cuñado —un hermano de su marido— también canónigo. Me parece que incluso había alguna monja circulando de por medio.

Y aquí es donde entra en juego esa sutileza, que suena a contradicción, de irse al seminario a cursar estudios para hacerse sacerdote y al mismo tiempo no querer ser el típico “cura”. Escrivá distingue entre la “carrera” típica de un cura de pueblo —la del bajo clero— y la propia del Alto Clero. Tal distinción es clave en su personalidad y modo de entender el entramado social eclesiástico y civil. Esa es la clave para entender su peculiar vocación sacerdotal o más bien lo que él entendía por tal. Esa distinción —entre clase alta y clase baja— también está presente en la estructura laical del Opus Dei y en sus apostolados. No es lo mismo Tajamar que Gaztelueta. Son “labores” distintas. Está presente en la distinción entre agregados y numerarios. Entre sección de hombres y sección de mujeres. Tienen posiciones sociales —roles— diferentes. Entre sirvientas y señoritas sucede lo mismo. Ello se traduce en “vocaciones distintas”.

Como muestra muy perspicaz y convincentemente Jaume García Moles, echando por tierra la versión oficial del Opus Dei (Vázquez), la Carrera Eclesiástica de Escrivá iba viento en popa en el seminario de Zaragoza hasta que en 4-VI-1923 muere asesinado inesperadamente el arzobispo de Zaragoza, el cardenal Soldevilla, de cuya mano Escrivá pensaba con fundamento hacer una buena Carrera Eclesiástica. De hecho ya había empezado a hacerla. Es a partir de ese momento —al fallecer Soldevilla— y no antes, cuando Escrivá comienza a estudiar Derecho. Como consecuencia ese verano de 1923 lo dedica al estudio de las asignaturas preparatorias de la carrera de Derecho Lógica fundamental y Lengua y literatura españolas. Se matricula en Derecho por las bravas, sin pedir permiso a nadie. En 1924 se pega un apechugón de asignaturas de Derecho, casi la mitrad de la carrera (Cfr. Jaume García Moles, entrega nº 19), mientras deja que se retrase el momento de su ordenación. Jaime García Moles lo acredita con datos muy precisos. Simultáneamente sufre una crisis de vocación. Quizá el Señor no lo quería por los caminos del itinerario sacerdotal que se le avecinaba.

Escrivá tuvo la posibilidad de cursar la carrera de Derecho en el propio Logroño, desplazándose a Zaragoza sólo para los exámenes anuales; pero no lo hizo. Si no estudió Derecho en Logroño fue porque no quiso. Se sintió, en cambio, atraído, siendo como era un joven piadoso —no es de extrañar—, por la Carrera Eclesiástica, pero como él mismo manifiesta, no para convertirse en un simple cura. A Zaragoza se trasladó no para estudiar Derecho, sino para hacer la “Carrera Eclesiástica”. Para ser cura de pueblo le bastaba continuar en Logroño. Sólo cuando ve peligrar su “Carrera Eclesiástica”, tras la muerte del cardenal Soldevilla, es cuando opta por iniciar los estudios de Derecho. Y anota que le pareció que “se ha equivocado de camino”.

Otro hecho que habla por sí sólo es que Escrivá no se avino a desempeñar ningún oficio diocesano propio del bajo clero. El único que le fue asignado fue el de regente auxiliar de Perdiguera, que abandona al mes y pico de estar allí como algo impropio de su destino como sacerdote. Tal destino fue considerado por él poco menos que como una afrenta. Así lo anota. En Perdiguera, no. No se había ordenado para eso. Antes mendigar. No era lo que el Señor le pedía. El Señor no quería para él un sacerdocio así. Nunca volvió en toda su vida a ocupar oficio diocesano alguno. Como consecuencia el historial de Escrivá tiene una diocesanidad de chistín. Todo, menos trabajar en una diócesis.

En enero de 1927, finaliza, siendo ya presbítero, la licenciatura de Derecho y a continuación, ese mismo año, se traslada a Madrid para hacer allí los cursos de doctorado y su tesis doctoral. En sus memorias —o más bien su diario de zozobras interiores— que llama catalinas, se refleja que basculaba entre dos alternativas: dedicarse plenamente al sacerdocio o continuar con sus estudios de Derecho opositando a una cátedra universitaria. (Cfr. Jaume García Moles, Entrega nº 27, pág. 8). Ese tema aflora con frecuencia en sus catalinas. Parece dar a entender que opta por lo primero, pero el caso es que no renuncia a lo segundo; es decir, continúa con sus estudios de doctorado en Derecho y acaricia la idea de una cátedra. Es una incompatibilidad —entiendo yo— más bien ficticia, inventada. A Escrivá le hubiese venido de perlas, cuando andaba por Madrid entre academias y estudiantes universitarios, el status social de catedrático de Universidad; pero no lo llegó a alcanzar. Es una incompatibilidad inventada. En sus catalinas lo disfraza de entregada opción por el sacerdocio en detrimento de la cátedra.

Como jurista no sobresalió nada más que por su ignorancia, en opinión de su secretario general, Antonio Pérez. Sobresalió, en cambio, como eclesiástico, en razón de su fundación.

<!--[if !supportLists]-->    <!--[endif]-->¡Qué carrerón!, exclamó uno de sus compañeros de seminario, cuando le mencionaron a Escrivá.

Y hay que añadir: y además ¡santo!, con hornacina y todo. ¡Vaya carrerón! Si Dios lo llevaba por ese camino… Si tenía vocación de Carrera Eclesiástica y no de cura… Si Dios le pedía que estudiase Derecho… Si Dios le pedía que hiciese de todo menos ocupar cargos diocesanos…  

Gervasio







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