Si la semana pasada (concretamente el día que se leyó en misa el martirio de san Esteban) el Papa Francisco predicaba en su homilía matutina contra quienes se consideran "simples numerarios de una secta", el martes 13 de mayo arremetía contra quienes se consideran a sí mismos la "aristocracia del intelecto" (expresión que repitió por dos veces en pasajes diferentes de la homilía). Igual es cosa del subconsciente papal, pero da la impresión de que Francisco tiene muy clarito en la cabeza el perfil de cristiano que quiere fustigar...

Concretamente, contrapuso dos tipos de gente: el tipo de "la dulzura, de la gente dulce, humilde, abierta al Espíritu Santo"; y la otra, "orgullosa, autosuficiente, soberbia, separada del pueblo, aristocrática del intelecto, que ha cerrado las puertas y resiste al Espíritu Santo. Y esto no es cabezonería. Es más que eso: ¡es tener corazón duro! Y esto es más peligroso".

Escuchando la homilía del Papa me vinieron a la cabeza de pronto, como una memoria lejana y olvidada, aquellos círculos breves de tarde de domingo en el Centro de Estudios, poco antes de la cena, donde se nos trataba de inculcar machaconamente, una y otra vez, aquello de que "los numerarios somos la aristocracia de la inteligencia"...

Entonces me he alegrado de tres cosas. Del Papa que tenemos, de haber dejado atrás todo ese mundo de soberbia colectiva mal disimulada, y de lo sencilla que es mi vida ahora en comparación con entonces...

Puntoycoma