Gervasio, siempre tan agudo como culto,
ha
comentado mucho mejor que yo, aunque solo sea de pasada, algo que ya
hace tiempo quería yo comentar: los latinajos bíblicos de nuestro santo
preferido y de sus discípulos.
Para empezar, a estas alturas –e
incluso a las suyas- no le veo sentido a eso de echar mano del latín sin causa
ni razón; pues si se trata o trataba de ir a las fuentes, lo que tocaba
era ir al griego del Nuevo Testamento o al hebreo o al arameo del Antiguo.
Pero lo más importante es que muchas
veces esas perícopas, que dicen los expertos, están traídas por los
pelos, por no decir que por las orejas: descontextualizadas, cuando no llevadas
hasta insólitas metáforas, hasta el punto de que a veces parecen sacadas verbatim
de cualquier Concordancia o, peor aún, de alguno de aquellos Florilogios
(sic!) de los que el bien mentado Fray Gerundio de Campazas, cuyas
aventuras leo a menudo y con mucho gusto, nutría su errada y extravagante
elocuencia.
Pepito