No es la
primera vez que Pilar lo hace y, posiblemente, tampoco será la última. Pero es
que en lo que va de año, lo de desmelenarse, que yo sepa, ya lo ha hechos dos
veces: una, con su último libro, La gran
desmemoria y, a continuación, en esta misma página, con el escrito que tanto
ha dado que hablar entre los asiduos colaboradores, y que también va de intencionadas
memorias y desmemorias. En él, su autora, siempre triunfalista y
grandilocuente, pretende demostrar con su palabrería altisonante y tono
chulesco, a veces hasta con cierto deje barriobajero, que monseñor Escrivá
nunca pretendió una mitra, ni siquiera la de Toledo; la del primado de España;
la que durante siglos fue la más prestigiosa de la Península por ser, con
creces, la más extensa y la más rica; la del cardenal Cisneros; la del que
fuera confesor de la reina Isabel, inquisidor general de Castilla y que ocupó
la regencia del reino en dos ocasiones; la del conocido como cardenal de España…
Pues lo que Urbano nos dice es que, ni tan siquiera semejante golosa mitra, al
fundador del Opus Dei le tentaba, es más, es que asegura que nada que tuviera
que ver con este tema le tentó nunca.
Sin embargo, y
sin dejarse envolver por el ampuloso verbo y estilo novelero –Pilar Urbano
tiene fama de novelarlo casi todo-, tras leer su pretendida aportación
histórica, compruebo que la cuestión principal sigue sin estar
clara, y no somos pocos los que nos preguntamos: ¿Por qué en el Opus Dei nunca
se ha dicho nada sobre las pretensiones episcopales de su fundador y de la
política que hizo don Álvaro en pro del nombramiento? ¿Qué hay detrás de
semejante pretensión? Es más, ¿qué significado tiene tan intencionado silencio?
Y ahora mismo, pasado algo más de medio siglo, ¿a qué se debe la rotunda
negación de tal pretensión que parece confirmada? Ya que, por lo que Marcus
Tank –aunque a Urbano le parezca poco riguroso este nombre artístico- demuestra
con consistentes pruebas, “no se trata simplemente de una íntima aspiración al
episcopado, sino de poner medios explícitos para conseguirlo”. Y con documentación suficiente, el mismo autor
constata que, desde el año 1942, y hasta 1956, Escrivá, por medio de los suyos,
“no ceja en el empeño de ser obispo, primero castrense y luego residencial, y
de maniobrar ante el gobierno de España y ante la Santa Sede para conseguirlo”.
El desmelenarse
de Pilar, para intentar, entre insultos personales y evidente tergiversación de
pruebas, no más que echar tierra sobre el asunto, no me parece una respuesta
seria y, menos, rigurosa, a la, por el contrario, sí rigurosa y seria
aportación de Marcus Tank, a pesar de tan poco prestigioso nombre ficticio. En
vista de lo cual, yo le pediría a Pilar que deje lo del desmelene y demás
florituras para actuar en su tablao, donde parece que gusta mucho y la jalean a
tope. Pero pienso que colaboradores y
lectores le agradecerían que, ya que ella dice tener acceso a archivos y
documentos no accesibles a otros que tan solo intentan investigar con lo que
está a su alcance, les ayude en tan noble tarea de hacer historia; de tratar de
devolver a la vida el pasado, todavía reciente, tal cual fue, sin inventarlo,
ni reinventarlo y, menos, tergiversarlo. Pero si esto es pedir el milagro, al
menos, y en espera del mismo, que no intente más confundir con su ya, como
digo, conocida palabrería altisonante. Porque es que Urbano, cuando se
desmelena fuera de su tablao, su aportación “artística” se queda corta, muy
corta: defrauda, y acaba por ser un horror.