La santa inconsistencia
Manzano, 5/05/2014
Imagino que la mayoría de gente con cierta capacidad
para el sentido común – eso incluye a todos o casi todos vosotros, queridos
lectores de opuslibros- con experiencias pasadas o presentes en esa solitaria
institución que usa el nombre de Dios con una franquicia fraudulenta, nos hemos
preguntado alguna vez y de alguna forma cómo es posible que el Opus Dei haya
podido y logrado engañar tanto y a la vez sobrevivir.
Probablemente sea yo de los más recientes en llegar
aquí y hacerme esas preguntas, pero os aseguro que por más que intento
recomponer este maquiavélico rompecabezas a partir de las experiencias propias
y ajenas, de los incontables ejemplos y vivencias cercanas o más lejanas, del enquistado
funcionamiento de sus fundaciones en forma de clubs, colegios, universidades,
de cantidad de sociedades mercantiles de variopinto objeto social, herméticas
fachadas institucionales y perversas praxis internas, siempre llego a una misma
conclusión: si realmente fuera algo de Dios, la cosa sería mucho más fácil y
claro, más transparente. De eso ya no nos puede hoy quedar la menor duda.
Gracias a esta web y a sus numerosísimos
colaboradores, especialmente a todos los que han compartido sus rigurosos
estudios acerca de la personalidad del fundador y la historia de su engendro
exponiendo a la luz pública algunos hechos históricos -abriendo en canal la
cruda realidad histórica con soportes y documentos irrefutables e inéditos- el
mundo va conociendo e ilustrándose sobre la verdad de una institución que al
final habrá sido auto-víctima por NO cumplir con su propio predicado:
santificarse en el trabajo y en la vida ordinaria, o sea, haciendo bien las
cosas, como Dios manda. Y nunca mejor dicho.
A menos que la santificación sea compatible con las
chapuzas, las medias verdades, los engaños enteros, las meras apariencias, los
fraudes, la mala leche, los discursos falaces, las venganzas, los abusos de
todo tipo y un largo etcétera asociado a las formas de actuar de esa opus
dei, es difícil por no decir imposible, asociar la idea de algo divino con
todo un proceder siquiera similar al conocido y propio de esta institución.
Deberíamos creer que más temprano que tarde algo habrá
de pasar para que la misma Iglesia que la da cobijo, habiéndose dado cuenta de
la profundidad del “pufo” – no voy ahora a juzgarla ni soy quién para hacerlo-,
constate la podredumbre de su entramado que va quedando en evidencia con el
tiempo y actúe con más contundencia. Aunque bien sabemos que el tiempo en
términos eclesiales tiene una dimensión y una lectura distinta a la nuestra…
Las nuevas revelaciones nos lo confirman y sobretodo
darán nuevas luces a las próximas generaciones, demostrando que ya no son
compactos sus discursos y que la mayor de sus habilidades, la del disfraz
corporativo teñido de falsa perfección y supuesta voluntad divina, no se va a
sostener ni va a tener la misma credibilidad indefinidamente.
Resulta pues paradójico que quienes demandan, predican
y exigen lo mejor de los seres humanos, sean los que han construido su propia
estructura a base de tramoyas y de perfectamente conscientes manipulaciones que
claman y ofenden al mismo Cielo: queriendo aparentar y pretender lo que a la
condición humana le es impropio por imposible, incompatible por naturaleza,
debido originalmente a la personalidad trufada de paranoias del fundador que
para mayor gloria de él y apoderándose de un hermoso discurso, desarrolló un
proyecto con graves deficiencias, contradicciones y patéticos resultados
espirituales. Ese falso virtuosismo implantado a base de reglamentaciones
artificiales que, pretendiendo un santidad enlatada, efectivamente podría hacer
finalmente odiosa la religión de nuestros padres.
A ese fundador habrá que reconocerle su gran capacidad
de convicción en transformar a su antojo lo divino en humano, predicando
hábilmente lo contrario (¡si D. Jesús Urteaga levantara la cabeza!)
convirtiendo en divinos sus delictivos procederes, en divinas sus camufladas
limitaciones y en vergonzantes o pecaminosas las ajenas, la del resto de los
mortales. En ese paquete van también los Papas que no les han reído sus
gracias.
La que no conocíamos todavía era esa extraña virtud
que servirá –finalmente- para dar al traste con sus sueños de patológica
grandeza de su obra: la oculta in-consistencia de su pobre ser, por más que él
mismo y los suyos quisieron disfrazarla de santa. Ignoró en el fondo que
simplemente él también era un vulgar humano y así convenció; hasta que se
descubrió.
Manzano