Rectitud insana en la perseverancia.- Ex_apéndice
Fecha Monday, 10 February 2014
Tema 020. Irse de la Obra


Hola a todas y a todos:

Leyendo el envío de Nikita veo que anda dándole vueltas a un tema recurrente entre muchos de los que hemos “perseverado” en el lado oscuro durante largos años y, por fin, “gracias a Dios, nos hemos ido”. Él se lo plantea así:

“...Me pregunto cómo pude aceptar, aprobar, vivir una serie de mentiras, incorrecciones y medias verdades, con el carácter que tenía y tengo, con la seguridad que siempre había tenido. Me ha llegado la hora de hacerme muchísimas preguntas: acerca de cómo me pude dejar convencer para decir, hacer, para dejar de hacer.... En suma, no entiendo cómo hice cosas que ahora me parecen tan pésimas, y cómo no los dejé, cómo no me fui corriendo”…

Y concluye:

...al saber que hay muchas más personas con la misma interrogante, qué problema hemos tenido: ¿Inmadurez?, ¿poca inteligencia?, ¿inocencia?, ¿algún tipo de rectitud insana?”

Pues bien, desde mis 23 años dentro de la cosa y mis 32 fuera, pienso que puedo aportarte mi experiencia, por si te sirve de algo...



Creo que todas esas preguntas que te haces son naturales, pues me parece que, en una u otra medida, se han dado, entre otras muchas circunstancias, cierta inmadurez, no creo que falta de inteligencia, bastante inocencia, y, por supuesto, una rectitud insana, término este último que has formulado muy acertadamente. Sí rectitud insana, correcto.

Precisamente, en lo que a mí respecta, después de hacerme preguntas parecidas a las que tú te haces, que a veces provenían también de personas amigas o conocidas, es decir ajenas, llegué a la conclusión de que el motivo de mi terca perseverancia estaba motivado, en gran parte, por una (usando tu feliz expresión) “rectitud insana”, que paso a explicar a continuación:

Siempre tuve presentes, en mis “vacilaciones vocacionales”, dos principios muy sólidos que, entre otros muchos, mis padres, me habían inculcado:

. Cumplir siempre con la palabra empeñada y

. No mentir, aunque nos vaya en ello la vida.

Eso me impulsó, contra viento y marea, una vez dado el primer y crucial paso del pitaje, a no volver la vista atrás, cayera lo que cayera: lluvia, nieve, granizo, rayos o centellas…

Pero… tengo un hermano que estuvo “ahí”, en el sitio ese que tan bien conocemos y que tanto nos ha dañado, “sólo” seis años (¡qué suerte!). Un día, cuando ya me había salido, le estaba exponiendo lo que antecede, y en el momento en que llegamos a lo de cumplir la palabra y no mentir, me interrumpió, me miró fijamente y me dijo:

-¡Oye!, ¡Oye bien!… ¡Pues precisamente por eso los mandé yo a tomar viento! Porque fui testigo de una mentira enorme, en mis propias barbas, en boca del director.

Mi hermano, siguió diciendo:

-Un día estaba yo en la sala de estudio de mi centro, cuando me llamó el director a que le acompañara a dirección, en donde tenía encerrado a un chico de San Rafael (Eugenio), al que le estaba planteando la vocación. Me quería poner como testigo de que, en cierta ocasión, Eugenio le había prometido, en presencia mía, que iba a dejar a su novia para entrar en el opus. Pasamos a dirección. Eugenio lloraba y juraba que él nunca había dicho, ni pensado semejante cosa. El director me instó a mí a que atestiguara, sabiendo que era en falso. Entonces, usando ese mismo principio que nuestros padres nos habían inculcado –me decía mi hermano- yo dije la verdad: Eugenio jamás había dicho eso en presencia mía.

Mi hermano tardó en irse del opus lo que le duró salir del centro donde estaba. No volvió más. Simplemente aplicó con gran honradez el principio universal de que no se debe mentir nunca y que el fin no justica los medios. La pena es que esta anécdota no me la contó antes, sino mucho tiempo después de que yo abandonara el lado oscuro.

Ciertamente todos hemos sido testigos de ciertas vulneraciones de los principios de honorabilidad, honradez y veracidad elementales (recordemos la santa pillería) que “en casa” están “justificados” por la jerarquía. Hemos transigido algunas veces, haciendo la vista gorda, otras nos hemos dejado engañar (fe ciega en los directores, buena fe, como nos decía E.B.E. citando a R. Pániker), quizá en alguna otra ocasión hemos “tragado” más de la cuenta. Pero, al fin y a la postre, hemos acabado descubriendo las falacias, medias verdades, trapacerías y disimulos, en resumen el engaño, del opus. “De nada le sirve al burro esconderse detrás de la puerta, siempre se le ve la oreja” dice un aforismo popular.

Por lo tanto, Nikita, no le des más vueltas, felicítate de haber salido y no te preocupe demasiado saber a qué se debe que hayas permanecido allí tanto tiempo. Me decía una vez un director, nada menos que el segundo de a bordo de una región:

-“Lo que hace falta es que piten muchos, de la perseverancia ya nos encargaremos nosotros”.

Es decir, todo vale para meterlos dentro, incluida la mentira, o cuando menos la ocultación de lo que se les viene encima. Después ya se verá con qué nuevas mentiras se justifican las mentiras anteriores. Es una cadena ininterrumpida de falacias. ¿Cuándo se rompe la cadena? Unos la rompen antes, otros después, algunos cuando la quieren romper ya es tarde, otros no la rompen nunca por comodidad (¡qué casitas más confortables, con administración incluida!) y otros tienen temor a romperla a causa de algún tipo de esa rectitud insana de que venimos hablando.

Los hay que perseveran hasta que la muerte los separa del opus. Es verdad. Pero también es verdad, no reconocida por los directores, que cada vez pitan menos y perseveran menos. Ahora el opus es mejor conocido que cuando yo pité, por ejemplo. Cada vez resulta más difícil embaucar a la gente. Por eso recurren al truco de hacer pitar e inocentes infantes. Aunque dicen que se han corregido de ese vicio, es mentira porque para eso tienen los colegios, a pesar de que Escriba nos decía, al principio a los que ya somos viejos, que en el opus no habría colegios jamás. Tantas y tantas mentiras… El opus, o san opus, es el Cuento de la Buena Pipa… que nunca se acaba. (Por si acaso “pipa” en castizo español es mentira pura y dura).

Ah, antes de despedirme, mis más efusivas gracias, Dionisio (cómo se nota que eres un hombre del Aerópago), por la lucidez, oportunidad, claridad y la certera puntería con que abordas los temas que tratas. Que tú sigas así y que nosotros lo disfrutemos.

Para todos, sin olvidar, nunca, a Agustina, paz en libertad.

Ex – Apéndice.







Este artículo proviene de Opuslibros
http://www.opuslibros.org/nuevaweb

La dirección de esta noticia es:
http://www.opuslibros.org/nuevaweb/modules.php?name=News&file=article&sid=21999