De cómo salvé también... (Cap.14 de 'A quien pueda interesar').- Satur
Fecha Monday, 05 July 2004
Tema 900. Sin clasificar



De cómo salvé también de morir abrasada a una hermosísima chica de san Rafael

Cap.14 de 'A quien pueda interesar'
Enviado por Satur el 5-7-04

He asistido a unos cuantos algunos bastantes UNIVS. Año tras año se repetían las mismas actividades, las mismas visitas y casi los mismos horarios. Todo dependía de donde te tocara residir: si ibas a Roca di Papa, donde el viento da la vuelta, chupabas patera de autobús cosa mala, si era en Tiburtino, pues de mejor... podías perderte por Roma y regresar en autobús de línea a la Residencia.

Ya me referí en una correspondencia a las visitas a Villa Tévere para rezar ante los restos santos de nuestro santo fundador y pasearte por los miles de millones de oratorios, pasillos, escaleras, jardines laberínticos, etc, donde lo mismo te encuentras una fuente con tres burros simulando que beben, pero dándose un besito, los muy pillines, que una pintura de un Custodio de la NBA,...

o un Belén con una imaginería de Famosa, o una maqueta de un barco, o un retrato de los primeros de la opus vestidos de Dar Vathen, o una campana que no se sabe si vende bronce o compra badajo, o una afoto de tía Carmen con una especie de perro como un caballo de grande. Villa Tévere da para mucho. Pero cada casa es cada casa, y hay que respetar los gustos de cada cual. Eso es muy personal.

Visitábamos todos los años, éramos cerca de cien, las Catacumbas de San Calixto, que si llega a saber Calixto lo que hacíamos allí para días se pone a excavar túneles en plan aybó, aybó: porque cuando el guía nos tenía en lo más profundo, oscuro y estrecho de la necrópolis, todos en fila de a uno, alguien le preguntaba si podíamos cantar un himno religioso. El guía, emocionado por detalle tan piadoso -lo habitual era que las catacumbas fuesen visitadas por turistas paganos y ateos- decía que sí, se quitaba la gorra esperando el salmo II y alucinaba matutano al escuchar a cien tipos cantando con la música del "hoy hay paella, que delicioso manjar...", "¡¡¡LOS, LOS, LEONES, NO, NO, NOS VAN A COMEEEEEERRRRR!!!". Y allí se armaba la de Lepanto, todo a oscuras, el guía intentando hacernos callar, el dire al fondo del pasillo apelando al buen sentido, los sacerdotes pidiendo respeto al lugar santo, y los huesos de Calixto removiéndose en su nicho...

Y es que, claro, tanta meditación, tanto Rosario, tanta visita a la Cripta, tanto Vía Crucis y tan poco desfogue en peña de 20 tacos, pues a la que se veía una fisura, ¡fium!, escapabas como los gatos.

Visitábamos el Vaticano, subíamos a la Cúpula, pateábamos los museos, las Basílicas todas, las Iglesias más emblemáticas, incluso había expertos en encontrar lugares de lo más exóticos, como una cripta de los Capuchinos, ideada por el hermano de Drácula, al lado de Piazza Barberini, repleta de capillas donde miles de calaveras, fémures, tibias y despojos de la Orden Franciscana formaban esculturas de los más grotesco: Custodias, Imágenes de Nuestra Señora, etc ...o visitar una Iglesia donde se veneraba el Prepucio del Bambino Giesú , el de la Circuncisión. El auténtico, decían.. Impactaba rezar allí, de rodillas, delante de aquel pellejín, que vete tú a saber a quién perteneció.

Una mañana estábamos en una pequeña Iglesia cercana a San Juan de Letrán, allí se venera la columna donde flagelaron a Nuestro Señor. Es una Iglesia pequeña. La capilla de la columna estaba a la derecha y delante, en unos bancos, nos arrodillamos todos a rezar el Rosario. Deberíamos estar en el tercer misterio de dolor cuando se oye el chirriar de la puerta de entrada y vemos dos chicas de unos veinte años. El que dirigía el Rosario tartamudeó al verlas. No era para menos. Las dos eran del UNIV, llevaban el distintivo del congreso-, probablemente de nuestra delegación, y una de ellas, todo sea dicho, la mujer más guapa que ninguno de los que allí estábamos habíamos visto jamás en nuestra vida, y mil vidas que tuviéramos. No es extraño, pues, que tartamudeará el fiel. Era para enmudecer y quedarse absorto. La chica era pelirroja, con melena que parecía una cascada de fuegos artificiales, sus ojos eran como cuando en una joyería te muestran diamantes sobre terciopelo negro. Fascinantes. Alta, estilizada como un junco, andaba así como de puntillas, muy pijina. Pantalón vaquero, blusa blanca, jersey anudado en las caderas. Más que andar la chica dibujaba estelas.

Las niñas se hicieron las tontas, como si allí no estuviéramos cien Petronios de la UNIV, tartamudeando avemarías, carraspeando, con tics en un ojo y cosas así. Lo que estaba claro es que las dos habían quedado con dos de nuestra convivencia para comer por Roma (además ellas a esa hora tenían tertulia con el Perlado), le delataban a la pelirroja los ojos de Scarlette O`Hara buscando entre los bancos a Gable y que parecían gritar "¿dónde estás cervatillo mío, donde te hallas?".

Como que no les va el asunto con nosotros se dirigen a un San Antonio con cientos de velas encendidas que estaba al lado del banco donde dos más y yo rezábamos atropelladamente, las teníamos a escasos dos metros, aunque con piedad. Sudábamos. Sudábamos mucho y las bolas del Rosario resbalaban que no veas. Las niñas cogen una caja de cerillas, miran a San Antonio un ratito en silencio, y la pelirroja hace un gesto muy coqueto con la melena meciéndola de izquierda a derecha y en esto se oye un ¡¡¡FRIUUUUUUUSSHH!!! Y vemos que la magnífica crin de la chica comienza a arder como una antorcha. Las niñas, al ver la pira, pegaron un grito Chuki total. Los cien dimos un respingo del treinta y tres. Fue visto y no visto. Algo espectacular. El cabello, al mecerlo de izquierda a derecha, contactó con una vela y prendió, la laca y la colonia hicieron el resto. Y entonces yo, ¡¡¡sííí, yo mismo!!!, me avalancé sobre ella como un campeón ? olía a socarrado la chavala que no veas- y le metí una mangazos en la cabeza con mi jersey que le puse mirando a la Meca. Después oculté su cabeza, su chupachups habría que decir, en el jersey para que no se avergonzara de su nueva condición y la acompañé a la calle. Al descubrir el jersey me ocurrió lo mismo que a San Francisco de Borja cuando vio los despojos de la Reina: me quedé estupefacto y desengañado de la belleza del mundo. La chica parecía una hucha del Domund, sólo que en vez de ranura tenía un matojín de pelo en el occipital y otro en el parietal.

Marchó como alma que lleva al diablo con su amiga. Y si ahora está leyendo esto lo único que te pido es un poco de agradecimiento, mujer, que te salvé la vida. Aunque quizás sea yo el que deba de estar agradecido por haberte tenido bajo mis brazos, como una palomita, durante unos segundos... ¡¡¡Ayyyyy...!!!





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