Museo de la raza extinguida.- Manzano
Fecha Wednesday, 30 October 2013
Tema 020. Irse de la Obra


Un encuentro inesperado con Carlos en la boda de la hija de un amigo común me trajo un montón de recuerdos, unos más lejanos, otros más recientes. Unas conclusiones insípidas, otras realmente sorprendentes. Los recuerdos más antiguos se remontan a cuando él fue uno de mis mejores amigos de la adolescencia. Compañero de bachillerato y con cierto prestigio en el colegio del Opus Dei donde cursamos la secundaria. Carlos gozaba de ciertos privilegios por ser hijo de un supernumerario y profesional bastante conocido, eso se notaba, quizá por ello procuré su amistad. De hecho casi todos buscábamos su cercanía, obviamente conllevaba algunas ventajas...



Carlos pitó de numerario unos meses antes que yo, íbamos a los mismos medios de formación, nos pasamos interminables horas de estudio y actividades varias juntos, los dos primeros cursos anuales incluidos. No llegó a incorporarse al centro de estudios, eso es cierto, pero al empezar a recordarle los viejos tiempos en ese recién encuentro nupcial, me advirtió inmediatamente levantando el dedo índice con un "yo nunca he sido del Opus Dei" eh?...

Tras el clásico abrazo guardando las formas para no estropear el posado, la vestimenta y el poco pelo que nos queda, me pareció que se alegraba bastante del reencuentro. Yo también, quizás más de lo que él se imaginaba, pero debo admitir que no lo fue inicialmente ya que dudó demasiado a la hora de recordar mi nombre. Aunque no hemos mantenido apenas contacto en las últimas décadas, yo asistí a su boda y él a la mía. Hemos tenido a lo largo de esos años algún que otro encuentro ocasional, suficiente para no despistar nuestro pasado, ni nuestros gustos o aficiones, ni siquiera el nombre de nuestros hijos, esposas y amigos comunes, ni mucho menos para olvidarnos de nuestro respectivo nombre.

Se ha tratado extensamente aquí en Opuslibros el fenómeno de los ex, los que hemos sido o parecido miembros de la hoy Prelatura única (y antes de eso varias cosas más). Ese ejercicio de negación del amigo Carlos, negación de algo de lo cual yo estuve simultáneamente presente, en vivo y en directo, con hechos y lugares íntimamente compartidos, me dejó algo desconcertado. Aunque no me amargó el banquete, guardé para mí esa impropia y falaz frase, la registré para meditarlo posteriormente y quiero ahora compartirlo aquí.

"La historia de Rusia se ha escrito con más Vodka que tinta". Así lo afirman orgullosamente los mismos rusos y es una de aquellas frases que a uno siempre le llamó la atención, aunque soy más de brandy y últimamente de gin tónic. Y precisamente tomando ese trago largo al final del convite referenciado, fue cuando se me hizo presente esa gloriosa y espirituosa expresión, a la par que un claro y diáfano paralelismo con el Opus Dei pues: su historia se ha escrito con más fantasía que veracidad.

Bueno, de hecho esa historia se ha escrito, se ha re-escrito y se está re-escribiendo dando más tumbos que un soviético "jarto" de vodka en pleno invierno por las calles heladas y nevadas de Moscú.

Diría, visto así, que el alcohol del vodka (unos 40º) sería el equivalente al recurrido "espíritu" del Opus Dei, ese peculiar espíritu que a ellos les sirve para explicar y justificarlo todo. Es paradójico que los rusos afirmen que el Vodka es una bebida cercana al alma humana, que usan en la alegría y en la pena. Lo beben para celebrar victorias y también para soportar el dolor; para recibir a los amigos, para superar el estrés o curar la depresión. Eso no me lo invento, así está escrito en The Vodka Museum.

Comprobamos pues que existe un espíritu gemelo al del Opus más allá de los Urales. Quizás el espíritu prelaticio tenga más graduación, quizás algo más de trascendencia, no voy a negarlo ni a discutirlo ahora, pero es evidente que muchos -la mayoría- de los que beben destilado escrivariano van por la vida bastante "tocados", víctimas del efluvio espirituoso y viviendo casi permanentemente bajo sus efectos. En plena resaca nosotros nos reconocimos en ese lastimoso estado y ahora - ya sobrios- y superado el mal trago, viéndolo en la distancia, algunos nos limitamos a imitarlo -puntualmente- dándole a la ginebra.

También he recordado al meditar la afirmación-negación del amigo Carlos, un viaje a Praga hace un par de años. Visitando el barrio judío el guía nos contó los infortunios de esta parte de esa increíble y maravillosa ciudad. El barrio en cuestión pasó a ser del más mísero e insalubre al más digno, prestigioso, próspero y rico entre finales de Siglo XIX y principios del XX. La alegría apenas les duró treinta años, ya que Hitler se ocupó de reducirlo a escombros con una indicación y claro deseo: esa zona se debería destinar a la construcción de un museo, el Museo de la Raza Extinguida.

Mi mente inquieta y poquitín perversa vuelve a la carga con los paralelismos, pero en esta ocasión creo que he dado suficientes ideas y pistas para que quienes lean intuyan por dónde van los tiros. (Mis tiros son inocentes, no matan, quizás sólo duelan un poco, espero no causar mucho desgarro a los de dentro que nos leen.)

Algunos han hecho recientemente aquí también alguna asociación o comparación entre personajes patéticos de la historia reciente, como Hitler y Stalin con Escriba. Me parece exagerado simplemente por la gran diferencia cuantitativa, en la dimensión del daño que han infligido individualmente al género humano. Quizás la similitud venga por el hecho de tener todos ellos mentes enfermas. Pero puestos en esa tesitura, al menos Hitler tuvo la intención de reconocer -tras el exterminio- que había existido una raza, demostrado ese intento de museo. Cosa que Escriba no tuvo ni creo que tuviera jamás una intención parecida o equivalente: el olvido (también la negación) es el mejor de los desprecios y a eso se dedicó -y siguen dedicándose los suyos- aparte de condenarnos proféticamente al fuego y suplicio eterno, sumada a la pretendida desgracia en este mundo terrenal mientras vivamos.

Mi deseo es en estos momentos que esta fantástica iniciativa que es Opuslibros siga haciendo tanto bien por muchísimos años más, por la Iglesia, la historia y la justicia. Que siga en la palestra mediática para la recuperación de la memoria de tantos y tantos que fuimos y de los muchísimos que aún dejarán de ser de esa suerte de raza repudiada por la Prelatura por haber abandonado su militancia.

El imperio de ese particular lado oscuro de la Iglesia, el Opus Dei, puede y debe ser recordado y denunciado por quienes lo han sufrido, como hacen quienes han vivido en regímenes represivos o estructuras secretas con manifiesto ánimo de acallar y extinguir a quienes no piensan o no son como ellos.

Manzano







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