Vaya por delante, para lectores no españoles, que la tuna
es una vieja institución que sobrevive en algunas universidades españolas. Es
una orquestina o estudiantina de chicos que tocan instrumentos diversos, sobre
todo de cuerda, y que antaño (ahora menos) iban a rondar por la noche a las
chicas. También iban, e incluso van todavía, a amenizar fiestas o, simplemente,
a lugares frecuentados por turistas a los que luego demandar una propina por su
música. Los tunos tienen un uniforme propio, que responde más o menos al de los
estudiantes del siglo XVI. En fin, actualmente la tuna, antaño sinónimo de la
bohemia estudiantil, está de capa caída e incluso se la puede considerar como
algo kitsch. Y en todo caso, ni antaño ni ahora representaba valores
cercanos a los del Opus Dei.
Tras este largo preámbulo, paso a referir una anécdota
pintoresca de mis tiempos en la cosa. Fue en el otoño de 1960, cuando se
organizaron en Pamplona los primeros grandes fastos en torno a nuestro
santo preferido. Y es que el Vaticano acababa de erigir el antes Estudio
General de Navarra en Universidad de la Iglesia. Para la solemne proclamación,
en la que Escrivá sería la gran estrella, venía de Roma como legado papal el
famoso cardenal Ottaviani, férreo guardián de la ortodoxia. El caso es que los
directores consideraron conveniente recibir al purpurado de una manera que lo impresionara
gratamente, y para ello, entre otras cosas, decidieron montar una tuna. Se
consiguieron los uniformes que tenía el S.E.U., el entonces obligatorio y único
Sindicato Español Universitario, de origen falangista, en cuya demolición
–ironías de la vida- trabajamos más tarde, y con entusiasmo, bastantes
estudiantes del Opus Dei. Entonces se reclutó a cuantos chicos de casa
sabíamos tañer medianamente un instrumento (predominaban los guitarristas) y
cantar sin desafinar demasiado. Y tenía gracia ver a los compañeros
extranjeros, sobre todo a los anglosajones, revestidos de aquellos atuendos
propios de un Celtiberia show. El día señalado, en el que Ottaviani
debía llegar de Zaragoza en automóvil, se activó aquel dispositivo de agit-prop.
El plan consistía, ante todo, en darle al cardenal una primera serenata al
llegar a Tudela, la primera población importante de Navarra por aquella parte.
Así lo hicimos los tunos, arropados por una buena pandilla de hermanos y
adeptos que se agolpaban en torno al coche de su Eminencia. Pero de
inmediato tuvimos que subir a los coches y salir pitando, pues había que
repetir el numerito en la villa de Tafalla, como en efecto hicimos. En fin,
creo que aún lo hicimos también en la de Olite (quizá me equivoco en el orden).
El caso es que el bueno de Ottaviani parecía feliz por la entusiasta bienvenida
de los estudiantes y el pueblo de Navarra.
Al final me quedó para siempre una sola duda: la de si
él se habría percatado de que los tunos y palmeros éramos los mismos en
los tres lugares. Me inclina a pensar que no la circunstancia de que el pobre
era tuerto y tal vez no tuvo tiempo de dar un vistazo detenido al personal.
Pepito